El Presidente Fernández y la Militancia de la incoherencia

El último mensaje de Alberto Fernández encierra importantes contradicciones, mientras la actitud que asumirá Cristina Kirchner depara no pocos interrogantes

Por Fernando Laborda – Durante la reciente celebración del Día de la Militancia en la Plaza de Mayo, Alberto Fernández no habló como presidente de los argentinos, sino como un militante más. Y por momentos, como un militante de la incoherencia.

Se apresuró a excluir del “diálogo constructivo” al que llamó en la noche del domingo 14 a Mauricio Macri y a Javier Milei. De su antecesor en la presidencia de la Nación, dijo que se podía quedar “solo con sus amigos, haciendo negocios”, y al diputado electo por los libertarios le pidió “que se quede encerrado con aquellos compañeros que tiene y que reniegan de la diversidad y niegan el terrorismo de Estado”. Acto seguido, Fernández convocó a desterrar el odio y a sembrar el amor. Primera incoherencia.

El jefe del Estado también embistió contra “los formadores de precios” como responsables de la inflación –ni una palabra sobre la emisión monetaria sin respaldo–, al tiempo que afirmó que “no podemos vivir en un país donde algunos ganen tanto y millones caigan en la pobreza”. ¿Se estaría refiriendo a la vicepresidenta Cristina Kirchner, beneficiaria de dos millonarias jubilaciones de privilegio que la Anses le paga sin chistar, mientras apela judicialmente el resto de las sentencias que disponen ajustes en jubilaciones ordinarias? Segunda incoherencia del Presidente.

A lo largo del acto en la plaza, el Presidente pidió que no lo boicoteen más. ¿Se referiría a la oposición, a la que siempre se acusa de poner palos en la rueda? ¿O estaría aludiendo a algunos de sus propios aliados dentro del Frente de Todos? ¿Estaría hablando de las incendiarias cartas públicas de la vicepresidenta, que no hace mucho pusieron en vilo a todo su gobierno?

No está de más recordar que el mitin de anteayer, planificado originalmente por la CGT y algunas organizaciones sociales, como el Movimiento Evita, había sido pensado en un principio con la idea de llevarle un respaldo al primer mandatario frente a la posibilidad de que, tras un resultado más adverso en las elecciones generales, se produjera un intento de embestida por parte del kirchnerismo contra el Gobierno.

En este contexto, que hubiese sido por cierto mucho más caldeado si la coalición oficialista perdía por una diferencia aún mayor que en las primarias abiertas de septiembre, el presidente Fernández se preocupó por destacar la construcción del Frente de Todos, aunque con algunos matices que lo diferenciaron de Cristina Kirchner.

Por empezar, dio cuenta de la importancia de que hacia las elecciones de 2023, desde el último concejal hasta el presidente de la República sean elegidos “por los compañeros”, en referencia a la necesidad de que las candidaturas del Frente de Todos sean dirimidas en las elecciones primarias, algo a lo que la vicepresidenta tradicionalmente se opuso.

Del mismo modo, Fernández abogó por un debate profundo dentro de la alianza gobernante hasta que se encuentre una síntesis.

La del domingo último fue la peor elección nacional de un peronismo unido. Cosechó apenas el 33,6% de los votos, unos 15 puntos porcentuales menos que en las elecciones presidenciales de 2019. Es cierto que, en 1985, en 2009 y en 2017, el peronismo tuvo peores performances electorales, pero en todos esos casos había marchado dividido.

No menos alarmante para el actual oficialismo es que su principal rival, Juntos por el Cambio, logró por cuarto proceso electoral consecutivo más del 40% de los votos, algo que le da visos de una coalición social de base realmente competitiva.

El hecho de que la derrota en las elecciones generales –8,4 puntos de distancia respecto de Juntos por el Cambio a nivel nacional– fuera menos catastrófica de lo que algunos esperaban le dio algo de aire al presidente de la Nación. Pero en el Gobierno se deberá entender que ese oxígeno podría durar muy pocas semanas si no se empiezan a corregir los grandes problemas estructurales del país. Entre ellos, el fuerte déficit fiscal y la estampida inflacionaria alentada por la emisión monetaria.

En la actual democracia de descarte, a la que se refiere el consultor Juan Germano, donde el 38% del electorado declara en las encuestas de Isonomía que no quiere ni a Cristina Kirchner ni a Mauricio Macri y donde el 16% siente desprecio no solo por esas dos figuras políticas, sino también por Alberto Fernández y Horacio Rodríguez Larreta, la ciudadanía reclama menos ideología y más gestión, siendo esta el principal mecanismo para la definición de la intención de voto.

De cuán pragmático sea Alberto Fernández a partir de ahora y de cuánto pragmatismo esté dispuesta a tolerar Cristina Kirchner dependerá buena parte de los resultados de lo que el primer mandatario bautizó como su segunda etapa de gobierno, que espera menos condicionada por la crisis sanitaria derivada de la pandemia de coronavirus.

Dos problemas se observan en este proceso. Por un lado, la vicepresidenta ha mostrado mucho pragmatismo para la confección de alianzas que, después de mucho tiempo, permitió que el peronismo concurriera unido a elecciones; pero ese pragmatismo electoral de Cristina Kirchner no se vio reflejado en un pragmatismo para la gestión y la eficiencia gubernamental.

El segundo problema es la insistencia oficial en un discurso que muestra al Estado como único actor legítimo para resolver problemas, cuando ese Estado fracasó en los dos primeros años de gestión albertista tanto en términos de economía, como de seguridad, educación y salud.

Como refiere Germano, el Gobierno requerirá de una caja de herramientas distinta de la que ha venido utilizando.

Fernando Laborda