Por Claudio Jacquelin – Fue una gran novedad. Por primera vez en muchas semanas no hubo sorpresas políticas durante el fin de semana ni en días previos. No hubo elecciones. Ni cambio de Gabinete. Ni angustia financiera. Ni salvatajes. Ni renuncias inesperadas. Apenas algunas peleítas que no rompieron pantallas de ningún celular. También, obvio, algunos insultos a adversarios de ocasión. Y al elenco estable de maltratados y maltratables: economistas y periodistas críticos y políticos de la vereda de enfrente. U ocasionalmente enfrentados. Para mejor, se jugó el superclásico entre Boca y River. Que acapara la atención de todo el mundo futbolero y algo más. Que es polarizante, como la política, pero no hay mitad más uno de fanáticos de un lado ni del otro. Ni mucho menos.
¿A la Argentina llegó la normalidad? Mejor no apurarse. Hacía falta un respiro. Quienes estudian las redes sociales advirtieron un bajón de las ya minoritarias conversaciones sobre política. Por más entrenado que esté, no hay cuerpo que aguante semejante ultramaratón de sacudones. Pero a no relajarse. Todavía hay mucho por pasar. Mientras, gocemos de este minioasis. Normalidad tan excepcional que a algunos les puso la piel de gallina. Sin alusiones futboleras.
Los “machos del off” que también hablan de “la loca del balcón”, pero que, a la hora de las definiciones, no se animan a enfrentar a su heredero, aunque podrían ganarle. Ellos hacen otras cuentas. El kirchnerismo devino un partido del AMBA, con un 25 o un 30% de adhesiones. El PJ federal se transformó en una serie de partidos provinciales fragmentados que negocian, por separado, con el gobierno nacional. En una palabra, la mujer del balcón sigue liderando a la primera minoría opositora, aun presa, sola e inhabilitada. Es cine.
El punto es que, para muchos, esa zona de confort los aloja porque, bajo sus polleras, consiguen cargos sin esfuerzo. Axel tiene mejor imagen que su madre política –su honestidad es un activo–, pero si rompiera con ella perdería entre un 18 o 20% de las simpatías perokirchneristas. El “chiquito”, como le dice su jefa, está atrapado. Cristina lo define así: “Este muchacho es un técnico sin habilidades políticas, rodeado por sus excompañeros de facultad”. La idea de desdoblar la elección, por caso, nunca podría haber salido de él. Fue un consejo de los viejos lobos de mar, los intendentes.
Al peronismo siempre le rindió una narrativa de reconstrucción nacional. El subtexto es así: sea quien fuere que haya estado antes, traicionó al pueblo y arruinó a la Argentina. El problema es que antes estuvo la mujer del balcón, con su fallido delfín.
No hay adulto argentino que no haya vivido con la marca del peronismo sobre su cabeza. Como decía Juan Carlos Torre, antes del triunfo de Milei en 2023: el peronismo es como el aire que se respira en la Argentina. Pero ahora ese aire está contaminado. Viciado.
Ni Cristina, ni su impulsivo hijo biológico, ni su ahora enemigo hijo político, ni los jefes territoriales tienen un candidato competitivo para 2027 en el nivel nacional. Mucho menos en la provincia de Buenos Aires, la madre de todas las batallas. Para empeorar el panorama, Diego Santilli es taquillero y tiene con qué. Más: ya ganó la provincia en 2021. Los intendentes del PJ azuzan las red flags. Uno de ellos editorializa el complejo panorama en una sola frase: “Tenemos un problema, Houston”.