Peronismo: el debate de fondo

El triunfo a nivel nacional de La Libertad Avanza en las últimas elecciones puso de relieve las urgencias del PJ. Cristina Krichner vs. Axel Kicillof.

Por Hernán Pas – Hace unas semanas surgió una discusión sintomática alrededor del peronismo: ¿cuál es el programa económico que tiene para ofrecer de cara al futuro? Lo sintomático no tiene que ver con el tema económico, sino con el hecho de que emerja con cierta trascendencia recién ahora, es decir, después del triunfo de Javier Milei en las elecciones pasadas.

Antes del 7 de septiembre, esa discusión quedó obnubilada por la estrategia aplanadora de la necesaria unidad partidaria. Pero sobre el fetiche de la unidad ya se había manifestado la jovencísima exlegisladora Ofelia Fernández, quien pareció distinguir mejor que nadie la distancia entre más de lo mismo (Fuerza Patria) y propuestas sustanciales de un proyecto a futuro.

La protesta de Ofelia Fernández (quien decía aburrirse y no creerles a los candidatos de su propio espacio) apuntaba a una cuestión de fondo, que puede traducirse, considerando el debate de las últimas semanas, con una pregunta intencionada: ¿qué peronismo?

 

El peronismo y los mercados

De pronto, como si se tratara de una carrera contra el tiempo, la discusión pública se colma de un reclamo economicista: el peronismo debe ofrecer una plataforma electoral que tranquilice (o no agite tanto) a los mercados. Parece que un primer triunfo de Milei es haber instalado el latiguillo del ordenamiento de la macro. “Equilibrio fiscal” es la nueva entelequia de la hora.

Una faceta de esta discusión comenzó con las declaraciones de José Natanson en el programa de María O’Donell y Ernesto Tenembaum en Cenital cuando dijo que al peronismo le hacía falta un Danilo Astori (ministro del Frente Amplio uruguayo) que viniera a tranquilizar la (mala) conciencia de los mercados. Y propuso: “El peronismo (…) tiene que construir confiabilidad económica. Mi propuesta es que conviertan a algún economista, que sea Emanuel (Álvarez Agis), o (Martín) Redrado, o (Matías) Kulfas, en nuestro Astori peronista”.

Una semana después los nombrados Kulfas y Álvarez Agis se sentaban en otro programa de streaming para decir lo mismo, pero evocando nombres distintos. Álvarez Agis sugirió esta vez a Martín Lousteau como el Astori que reclamaba Natanson. Los nombres en danza tienen algo en común: son proclives al ordenamiento macro fiscal pero sin mentar (demasiado) la motosierra. El resurgimiento intempestivo de los Lavagna.

Hernán Letcher, director del CEPA –otro aludido, aunque negativamente– medió en la discusión sosteniendo que la misma no podía emprenderse por los nombres, ni tan siquiera metafóricamente, dado el cariz estigmatizante del planteo.

Y sobre la recurrente idea de contener a los mercados, sostuvo que “no se trata de una cuestión de confiabilidad del mercado sino de la representación de intereses. Un ministro de Economía no puede ser un empleado del establishment, justamente porque no podría articular intereses ni anclar expectativas del conjunto”.

Añadió, con mirada más política que de economista, que el proyecto político que pretenda reconducir los destinos del país no puede dejar de atacar al mismo tiempo el problema de la justicia, cuyas estructuras poderosas “repiten decisiones que apuntalan el deseo de sectores económicos concentrados”.

Como sugiere Letcher, la discusión parte de un error conceptual. Pero a veces los errores (¿forzados?) ponen de relieve el avance de argumentos exógenos. ¿A qué se debe esa urgencia en la necesidad de los nombres-bálsamo? Preguntarse, como hace chistosamente Álvarez Agis, quién será nuestro Federico Sturzenegger, ¿no es acaso ceder de antemano prerrogativas de política económica fundamentales para un gobierno? La noción de “modernización” inserta en esa pregunta oficia de moneda de cambio. El peronismo debe modernizarse, aggiornarse, ¿no es lo que escuchamos siempre? ¿Qué esconde esa boutade? ¿Un Sturzenegger peronista (¡vaya invención de Frankenstein!) podrá garantizar estabilidad a largo plazo con inclusión social y crecimiento? ¿Se trata, en definitiva, de un correctivo del peronismo kirchnerista, en especial de su versión radicalizada y femenina?

 

El peronismo y Cristina Fernández de Kirchner

La discusión esconde otro aspecto decisivo sobre la coyuntura actual del peronismo. Cristina Fernández de Kirchner no representa un programa de gobierno, pero sí sus líneas fundamentales. No lo debe únicamente a su condición de lideresa (el famoso carisma), sino a haber sido, al menos desde noviembre de 2022 –con su presentación en el Estadio Único de La Plata–, la que mayores y mejores reflexiones dedicó al asunto –la economía–, incluso discutiendo puertas adentro las políticas económicas de un gobierno peronista (que ella misma integraba). Sus alocuciones, como la de abril de 2023 en el Teatro Argentino de la misma ciudad, como sus documentos o entrevistas, huelgan de conceptos de política económica. No así otros candidatos, o pretensos a serlo.

Por ello, olisqueada la interna, la avanzada judicial –de la que habló Letcher– acicaló la arena: asistimos así hace meses a una disputa soterrada e inentendible, porque inentendibles son sus argumentos, entre CFK, imposibilitada de manda pública, y Axel Kicillof, gobernador de la provincia de Buenos Aires. Del campamento del gobernador, sin sonrojarse, acusan a Cristina de querer “romper el peronismo” (las comillas refuerzan el textual) y pretender obturar la carrera ascendente de la candidatura presidencial de su ex ministro. Desde el cristinismo, o desde el camporismo, su alter versión estratégica, se tilda al gobernador de apresurado, de poner el carro delante del caballo, como se dice. Y, también, de querer distanciarse, diferenciarse (asoman aquí los visos de fidelidad, traición, lealtad, tan caros al folk peronista).

 

El peronismo y Axel Kicillof

Hace muchísimos editoriales, cuando el gobernador declaró prescindente su apoyo a Cristina como candidata a presidir el PJ nacional, Horacio Vertbisky culminaba una de sus notas dominicales con una frase evocativa de Juan Manuel Serrat: “Ay, Axel, ¿qué será de ti lejos de casa?”.

Desde entonces, la bifurcación se afianzó. Pero la pregunta sigue exigiendo atención. ¿Puede el gobernador emprender un camino que lo aleje de la palabra kirchnerismo? ¿Ser la versión meditada de un peronismo amigable con los mercados? ¿De qué se trata esa nueva melodía que el gobernador aún no se atrevió a bosquejar?

Hay más incógnitas que certezas, pero parece improbable que el peronismo pueda acordar un programa sin resolver la cuestión interna, es decir, quién lidera el proyecto. Los programas, en definitiva, parecen ser el resultado de esa resolución y no su plataforma.

 

Los programas de gobierno

¿En qué consistió la célebre “revolución productiva” de Carlos Menem? ¿Qué fue de la lavada consigna “Alianza por el Trabajo, la Justicia y la Educación” de Fernando de la Rúa y “Chacho” Álvarez? En fin, ¿acaso a Javier Milei no le bastó con enarbolar una motosierra? Las exigencias de un programa, mejor aún: de un economista intercesor, parecen hablar más de un momento de adaptabilidad al mundo de las finanzas que de una legítima preocupación por los modelos. Y también de transacciones y banderas que se negocian.

En esa misma intervención de streaming, Kulfas alardeaba sobre la relación del gasto público social y la pobreza, recordando que entre 2000 y 2023 el gasto social “se duplicó en pesos constantes” (gasto público consolidado) mientras que los niveles de pobreza entre ambos extremos no resultan muy diferentes. La conclusión del productivista: mensurar y balancear los presupuestos públicos (traducido: recorte del gasto social).

En la muestra, Kulfas incluye la crisis del 2001-2002, el desastre del macrismo, la crisis sanitaria de la pandemia. Pero resulta que en octubre de 2001 la pobreza era del 45%, que Néstor Kirchner asumió dos años después con un nivel que superaba el 60% y culminó su mandato reduciéndola al 37%. En 2015, cuando CFK completó sus dos períodos la pobreza era de alrededor del 28%. Al contrario de lo que el sentido común economicista de Kulfas pretende, entre 2003 y 2015, es decir en apenas 12 años la pobreza se redujo a la mitad.

El peronismo ganaría en volumen y perspectiva consolidando de una vez su liderazgo. Definido el timonel, uno supone, la hoja de ruta puede ser supervisada por los Astori de la vida, aun los de brocha gorda.