Cómo la tragedia motivó reformas en los sistemas de alerta y prevención en todo el mundo, afirma National Geographic
La mañana de diciembre de 2004, la vida de millones de personas en la cuenca del océano Índico cambió para siempre. Supharat Srilao, trabajadora de hotel en Khao Lak, en Tailandia, observó desde su casa una “ola negra que venía del mar”, según relató a National Geographic.
En cuestión de minutos, el tsunami más letal de la historia moderna arrasó comunidades enteras, dejando más de 225.000 víctimas mortales y un saldo de devastación que aún resuena dos décadas después.
Cuando cientos se estaban preparando para recibir al 2005, un terremoto submarino de magnitud 9,1 sacudió la región cercana a Sumatra, Indonesia, desencadenando una serie de olas gigantes que impactaron con fuerza en las costas de Indonesia, Sri Lanka, India, Tailandia y otros países del océano Índico.
La magnitud del desastre se reflejó en testimonios como el de Louis Mullan, un turista británico de 16 años, quien describió a National Geographic la escena como “la masacre del agua corriendo”, mientras buscaba desesperadamente a su familia entre el caos.
En la provincia indonesia de Aceh, una cuarta parte de la población de Banda Aceh perdió la vida, y en la ciudad costera de Lhoknga, la cifra de habitantes se redujo de 7.000 a apenas 400 tras el paso de una ola de 30 metros.
El tsunami no solo arrasó viviendas y ciudades, sino que también provocó tragedias como el descarrilamiento de un tren en Sri Lanka, donde murieron unas 1.700 personas, y afectó a turistas de países tan lejanos como Suecia, que perdió a casi 550 ciudadanos.
La película «Lo imposible» relata la historia real de una familia que vivió y sufrió la catástrofe del tsunamiOrigen geológico del desastre
La explicación técnica detrás de este desastre se encuentra en la colisión de la placa india y la microplaca birmana bajo el lecho marino, cerca de Sumatra.
El sismólogo Barry Hirshorn explicó a National Geographic que la energía liberada por el terremoto equivalía a 23.000 bombas atómicas como la de Hiroshima, una acumulación de fuerza que se gestó durante siglos.
El movimiento de las placas elevó el fondo marino a lo largo de una línea de 1.000 kilómetros, desplazando enormes volúmenes de agua y generando olas que avanzaron a 800 kilómetros por hora, casi la velocidad de un avión comercial. Este fenómeno alteró incluso el eje de la Tierra, acortando los días en 2,68 microsegundos.
A pesar de la magnitud del evento, la región del océano Índico carecía de sistemas de alerta de tsunamis y preparación ante este tipo de desastres. Mientras que en el océano Pacífico, países como Japón contaban con observatorios, simulacros escolares y edificaciones resistentes, en el Índico los tsunamis eran considerados eventos raros y poco mortales.
Entre 1852 y 2002, solo siete de los 50 tsunamis registrados en la zona habían causado víctimas, con un total inferior a 50.000 fallecidos en 150 años. Esta percepción de bajo riesgo contribuyó a la ausencia de protocolos de evacuación y sistemas de alarma, dejando a 1.500 millones de personas vulnerables ante el desastre.
Movilización internacional y reconstrucción
La respuesta internacional fue inmediata. Las Naciones Unidas crearon un fondo de ayuda que recaudó 6.250 millones de dólares, destinados principalmente a Indonesia y Sri Lanka, los países más afectados.
El impacto humano fue abrumador: alrededor de 1,8 millones de personas quedaron desplazadas y cerca de 460.000 viviendas resultaron dañadas o destruidas, según datos recogidos por National Geographic. La magnitud de la tragedia dificultó durante años la evaluación precisa de las pérdidas.
Un antes y un después en la gestión de riesgos
El tsunami de 2004 marcó un antes y un después en la gestión de riesgos naturales en la región. En 2005, la Comisión Oceanográfica Intergubernamental (COI) colaboró en la creación del Sistema de Alerta y Mitigación de Tsunamis del océano Índico, que hoy permite detectar señales tempranas y alertar a comunidades en 27 países.
Además, se instalaron sistemas de alerta mejorados en los océanos Pacífico y Atlántico, y se implementaron programas educativos para que la población sepa cómo actuar ante una emergencia de este tipo.
Estas iniciativas buscan evitar que se repitan escenas como la vivida por Supharat Srilao, quien tras el desastre pasó días buscando a su hijo, hasta que su esposo lo encontró con vida al tercer día.
A poco más de 20 años del tsunami, el recuerdo de las víctimas y las historias de quienes sobrevivieron impulsan a la región a no bajar la guardia.