Durante su intervención en el foro de debate “Club de Discusión Valdái”, Vladímir Putin aseguró que el conflicto actual ya no enfrenta únicamente a Rusia con Ucrania, sino con toda la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). En ese contexto, el mandatario repasó las ocasiones en que Moscú buscó integrarse a la alianza militar, sin éxito.
Desde la creación de la Alianza del Atlántico, en 1949, tanto la Unión Soviética (URSS) como la posterior Federación Rusa intentaron en varias oportunidades convertirse en miembro pleno. En todas las ocasiones, la respuesta fue negativa, ya que los aliados veían en Moscú una amenaza más que un posible socio.
En 1954, bajo el mandato de Nikita Jrushchov, la URSS intentó por primera vez ingresar a la OTAN. En aquel entonces, el organismo se había creado con un objetivo explícito, el de contener al bloque socialista. Su primer secretario general, Hastings Ismay, lo resumió en una frase célebre: “Mantener a los soviéticos fuera, a los estadounidenses dentro y a los alemanes abajo”.
Al año siguiente, el canciller soviético Viacheslav Mólotov presentó una propuesta formal para unirse a la alianza, con la condición de que Estados Unidos quedara solo como observador. Moscú incluso planteó la reunificación de Alemania. Pero la propuesta fue rápidamente rechazada puesto que Occidente no concebía compartir el liderazgo de la seguridad europea con su principal rival ideológico.
George H. W. Bush y Mijaíl Gorbachov firmaron un acuerdo para reducir significativamente los arsenales nucleares de ambos países. Aprovechando su visita, el entonces presidente soviético propuso unirse a la OTAN.
En 1955, la URSS fundó el Pacto de Varsovia como respuesta directa y, con ello, quedó consolidada la lógica bipolar de la Guerra Fría.
En 1990, ya en el ocaso soviético, Mijaíl Gorbachov volvió a poner sobre la mesa la idea de un acercamiento a la OTAN durante sus conversaciones con el secretario de Estado estadounidense, James Baker. Argumentaba que la alianza debía redefinir sus objetivos en un mundo que cambiaba, considerando que el organismo ya no veía en ellos una amenaza. Sin embargo, tampoco obtuvo una respuesta positiva.
Disolución soviética y nacimiento del nuevo Estado ruso: otra oportunidad para ingresar a la OTAN
Con la disolución de la URSS en 1991, la Federación Rusa heredó tanto el poder nuclear como la aspiración de normalizar sus vínculos con Occidente. El presidente Borís Yeltsin retomó el planteo de ingresar a la OTAN, aunque la iniciativa volvió a ser rechazada.
Bill Clinton y Vladímir Putin se reunieron en Moscú, y el presidente ruso no desaprovechó la oportunidad para consultar una posible entrada a la OTAN.
En 1994, Moscú se incorporó al Programa de Asociación para la Paz, un mecanismo que buscaba vincular a países europeos no miembros y a ex repúblicas soviéticas con la alianza. El entonces presidente estadounidense Bill Clinton sugirió que esa podía ser una vía hacia una futura adhesión. Sin embargo, esta iniciativa no llevó a nada.
En el año 2000, Vladímir Putin retomó el tema en una reunión con Clinton en Moscú, pero la respuesta volvió a ser negativa. Desde entonces, la relación transitó un camino de creciente desconfianza.
Los conflictos en Georgia (2008) y Ucrania (2014 y 2022) terminaron de sellar el quiebre. Hoy, Moscú ya no se presenta como candidato a integrarse en la OTAN, sino como su antagonista más directo.