Por Julio Picabea – La narrativa tradicional del ascenso social que caracterizó a la Argentina del siglo XX y que permitió a una serie de generaciones alcanzar un mayor bienestar que sus progenitores, a partir del estudio y el trabajo, hoy parece haberse erosionado para un sector importante de la población. El “impulso igualitario”, esa “música de fondo” de la que habla el sociólogo Juan Carlos Torre, que supo distinguir a la Argentina entre el resto de los países de América Latina a lo largo del siglo pasado, para algunos sectores hoy no suena más.
La sociedad argentina del siglo XXI se mueve a diferentes velocidades, dependiendo de la clase social y la ubicación geográfica a la que pertenezca una persona. Los sectores de ingresos medios y altos, con empleo formal, seguridad social, acceso a servicios esenciales y bienes públicos, se mueven relativamente (y mucho) más rápido que el sector no integrado al sistema social. Para esta porción de la sociedad, la narrativa tradicional del ascenso social sigue vigente. Mientras que para el sector no integrado, y he aquí la principal tragedia social, en la mayoría de los casos no existen expectativas de mejora en el futuro, dado que no se cuenta con las condiciones materiales de base que permitan sostener una narrativa de ascenso social.
En un estudio sumamente interesante, Rodrigo Zarazaga y Daniel Hernández, analizan la ruptura de la narrativa tradicional del ascenso social en jóvenes pertenecientes a barrios populares del AMBA. En este estudio, publicado por FUNDAR, se observa claramente cómo los jóvenes han perdido todo tipo de expectativas de mejora de su situación en el futuro, salvo contadas excepciones. Según muestran los resultados del estudio, un 40% de los jóvenes ha abandonado sus expectativas de mejora manifestando “yo ya no tengo futuro”, mientras que un 20% las reduce al mínimo, esperando algún golpe de suerte.
En Argentina existen actualmente 1.637 barrios populares donde viven 1.237.795 familias; el 60% de los hogares no cuenta con acceso regular a los servicios de agua, electricidad, gas y efluentes cloacales; tiene dificultades para acceder al transporte público»
En el estudio se observa cómo las estructuras que deberían actuar como “redes de contención” de los jóvenes, a los efectos de lograr modificar sus trayectorias de vida, están ausentes. Esas estructuras son tres: familia, escuela y barrio. Tres lugares fundamentales que deberían ser el sostén de los jóvenes, pero que no funcionan: familias “estalladas” por problemas de falta de ingresos, violencia intrafamiliar, adicciones y delito; escuelas precarias, con problemas de infraestructura, déficits de gestión y ausentismo docente; y barrios tomados por los transas y el narcomenudeo. Estamos frente a un problema sumamente complejo.
Lograr cambiar la trayectoria de vida de los jóvenes de barrios populares, requiere la presencia del Estado y de políticas públicas sólidas. No se puede permitir, tal como lo expresa el estudio de FUNDAR, que en los barrios populares sobrevivan únicamente aquellos jóvenes que viven “encapsulados” sin salir de sus casas, por temor a caer rehenes del narcotráfico y el delito.
La Argentina necesita una especie de “Plan Marshall criollo” para frenar la reproducción intergeneracional de la pobreza. Se debe invertir en las estructuras fundamentales de contención de los jóvenes, de manera tal de poder fortalecer las condiciones materiales de base para apalancar la posibilidad del ascenso social y devolverles la esperanza.
Es fundamental la inversión en escuelas, caps, clubes de barrio, infraestructura y servicios básicos, de manera tal de garantizar la integración social de los barrios marginados.
En Argentina existen actualmente 1.637 barrios populares donde viven 1.237.795 familias (aproximadamente el 10% de la población argentina). En estos barrios, el 60% de los hogares no cuenta con acceso regular a los servicios de agua, electricidad y gas, no cuenta con acceso a efluentes cloacales y tiene dificultades para acceder al transporte público. Son familias que además viven en situación de hacinamiento y padecen contaminación ambiental.
Por otra parte, los datos publicados por INDEC, referidos a la incidencia de la pobreza en el segundo semestre de 2024, nos muestran que la mitad de los menores de 14 años en Argentina viven en un hogar que no reúne los ingresos suficientes para satisfacer necesidades alimentarias y no alimentarias básicas.
¿Si no invertimos en nuestros jóvenes, qué futuro nos espera? ¿Cuál será la sociedad que nos espera en el 2050? ¿Cómo se construye una sociedad cohesionada, si un amplio sector ve vulnerados sus derechos? ¿Cómo se legitima una democracia con altos umbrales de marginación? ¿Cómo se sostiene el sistema previsional, si un porcentaje importante de la futura mano de obra padece profundas carencias y tiene dificultades para terminar la escolaridad?
El crecimiento y la estabilidad de las variables macroeconómicas son condición necesaria para la reducción de la pobreza, pero no suficiente. El nivel de carencias que presentan las familias que viven en los denominados barrios populares, donde hay un gran porcentaje de jóvenes, requiere de intervenciones profundas de política pública, coordinadas entre los diferentes niveles estatales y de forma transversal entre las diversas áreas de política (educación, salud, deporte, seguridad, infraestructura, etc.).
Recuperar la narrativa tradicional del ascenso social que caracterizó a la Argentina del siglo XX, cristalizada en la expresión “mi hijo el dotor”, implica la materialización de una política de Estado, una especie de Plan Marshall criollo para frenar la reproducción de la pobreza y modificar trayectorias de vida.
La reconstrucción del tejido social argentino no admite más demoras. Sin políticas públicas ambiciosas, integrales y sostenidas en el tiempo, la fractura actual se profundizará. La cohesión social no es un lujo: es la base para que la democracia funcione y el país avance. Una sociedad que no invierte en su gente está hipotecando su futuro.