Milei y Cristina: te amo, te odio, dame más

“Parece que funciona el látigo y la billetera”, dijo el senador Francisco Paoltroni cuando Joaquín Morales Solá le preguntó si el envío de fondos discrecionales, donde se castigaba al “enemigo” y se ayudaba al “amigo” como en las épocas de Menem y los Kirchner había vuelto.

Por Daniel Santa Cruz – Paoltroni no dudó, lo confirmó y aclaró luego en su cuenta de X que los senadores que responden a los gobiernos de Misiones, Catamarca, Salta, Tucumán y Jujuy recientemente firmaron el pliego del juez Ariel Lijo para ayudar a un dictamen favorable en la Comisión de Acuerdos en la Cámara alta. Esas provincias fueron beneficiadas, solo en noviembre, con $20.500 millones de pesos de ATN (Aportes del Tesoro Nacional) “de manera discrecional”. En total, en noviembre, el Poder Ejecutivo envió 17 ayudas financieras (ATN) por $48.300, hay provincias como Buenos Aires y Córdoba que no recibieron un peso y otras, como las mencionadas que recibieron entre $3000 millones y $6000 millones.

Este fue solo uno de los episodios que se vivieron estos días en el Congreso Nacional donde parte de la oposición fracasó en su intento de reunir quorum para sancionar la ley de democratización sindical –desde 1984 cuando Alfonsín no pudo sancionar la Ley Mucci de renovación sindical por el voto en contra del senador Sapag de Neuquén que ningún gobierno no pudo o no quiso regular con más democracia a la burocracia sindical- y la ley de Ficha limpia. Casualmente a la negación del kirchnerismo se sumaron algunos legisladores de otros bloques, entre ellos de LLA y aliados. A eso se le suma la impaciencia del presidente de la cámara, Martín Menem, que la semana pasada no esperó ni un minuto al diputado Esteban Paulón -que estaba en el recinto y no llegó a sentarse en su banca-, y dejó caer, con 128 diputados que marcaba el tablero, más uno parado, la sesión prevista para sancionar el proyecto de “Ficha limpia”. Es de esperar que se apegue al reglamento todas y cada una de las veces que le toque decidir y no por conveniencia o comportamiento de “casta” como dicen los mismos oficialistas.

Claramente el Gobierno no está interesado en avanzar contra el poder de la burocracia sindical ni tener una norma que le ponga fin a la búsqueda de fueros de parte de políticos sancionados por la justicia por hechos de corrupción. La lucha anticasta se resume al discurso violento y lleno de insultos del presidente Milei, al que lamentablemente parte de la sociedad comenzó a naturalizar, que no condice con las acciones de sus legisladores y del mismo PEN, como lo hacen notar con el envío de fondos a provincias a cambio de apoyo parlamentario. La “casta”, que tanto dicen combatir, se ve reflejada en el espejo cada vez que esta gestión se detiene para observarse y parece que le está gustando tanto la imagen porque cada día que pasa se reflejan con mayor nitidez.

Milei y Cristina se pelean para la tribuna, pero tienen negociaciones por lo bajo, donde cada uno busca obtener lo que necesita en determinado momento. No son tan distintos en la práctica, con diferentes ideas respecto a lo económico y fundamentalmente respecto al rol del estado, a la hora de gestionar manejan el poder y los fondos públicos con la discrecionalidad que caracteriza a todos los modelos populistas conocidos que, básicamente, descreen de la independencia de los poderes, base donde se sustenta el republicanismo. Parece mentira pero la sociedad parece estar atrapada entre dos opciones que no creen en los valores de la democracia sencillamente porque no los llevaron ni llevan a la práctica, el ejemplo más claro de estas “formas de gobierno” se resume en un nombre: Ariel Lijo. La pregunta se cae de maduro: ¿tan importante es que el juez Lijo integre la Corte Suprema para los planes futuros de gobierno? Parece que sí, para que su pliego se apruebe se necesita del voto de 48 senadores, imposible aprobarlo sin los votos kirchneristas que al perecer estarían dispuestos a dar el sí a cambio de nombrar una jueza de su riñón. Volvemos a preguntarnos: ¿tan importante es Lijo para el gobierno qué pagaría un precio tan caro por lograr su consagración? La respuesta está en el “para qué” lo necesitan unos y otros.

Quizás en su designación se resuma todas las contradicciones de Javier Milei, que aspira a polarizar con la expresidenta Cristina Kirchner tanto como ella con él. Por sus características pasaron a ser el “enemigo perfecto” uno para el otro. Un opuesto que impide que ningún voto se vaya fuera del corral propio, porque para triunfar se necesita de todos los que detestan al rival más que de estar conforme con el elegido. Es que, como muestras antagónicas, son bastante parecidos, por más que intenten ocultar todas sus coincidencias y similitudes a la hora de ejercer el poder, y lo hacen desde distintos lugares: Cristina como referente del sistema político, Milei como un outsider, pero ambos con una marcada impronta populista en el ejercicio del poder y ya lo sabemos: el populismo es una enfermedad que afecta a las democracias republicanas, y esta vez parece que nos contagian de ambos lados porque nos proponen un bipartidismo imperfecto, una polarización forzada que deja afuera a las propuestas republicanas que terminan siendo un problema para cualquier modelo extremista que atenta contra la convivencia democrática.

Las actitudes violentas y agresivas de los jóvenes camporistas, hoy de capa caída, contra periodistas y personajes públicos que criticaban el poder K, fueron sustituidas por las llamadas Fuerzas del Cielo que, con una estética neofascista y un discurso que habla de “brazo armado”, no hacen más que confirmar que se vienen años donde el mayor desafío para quienes creen en la democracia, la libertad y la transparencia de las acciones de gobierno respecto al manejo de fondos públicos y su no injerencia en la justicia, será romper esa polarización entre dos modelos populistas, uno harto conocido y el otro que está haciendo su presentación pública, y que en la medida en que sube su popularidad, poniendo freno a la inflación, aumenta su impronta de casta autoritaria.

Los populismos necesitan crear confusión en la sociedad con debates innecesarios para fanatizar a sus seguidores, darles así un sentido de pertenencia y dividir la opinión pública entre buenos y malos. No hay lugar para matices en su concepción de poder. El kirchnerismo lo hizo con su revival de los setenta y la innecesaria y exagerada presencia del estado en todos los problemas cotidianos, algo que solo aportó división entre los argentinos porque quien pensaba distinto era calificado como “enemigo del pueblo”. Los libertarios lo hacen con su reiterado discurso de que todo es culpa de la presencia del estado y no de la corrupción y la mala administración, y de su casi ridícula exacerbación contra los problemas que se plantea el mundo moderno como el cambio climático, la violencia de género y los problemas de la niñez. Su postura en el G20 sobre el rol del mercado sobre los problemas colectivos solo generó sorpresas y risas cómplices entre los líderes del mundo.

Cristina en su momento, como Milei ahora, se asumen como “la línea de los polos” por donde gira el mundo, necesitan de ese lugar para mostrarse importantes y necesarios. Suele pasar con los líderes populistas que como se sienten con autoridad para hablar en nombre del “pueblo” no se permiten pasar desapercibidos, aunque la realidad diga otra cosa. Sus figuras no son relevantes en el orden mundial, como lo es Lula da Silva -mal que les pese al ego de Milei y los celos de Cristina- por eso ambos se caracterizan en su necesidad de llamar la atención. No despiertan pasión sino fanatismo ciego y desmedido, en el poder no generan empatía sino miedo, no tienden la mano al que piensa distinto, lo castigan y oprimen públicamente y sus discursos siempre están más cargados de victimización y agravios hacia los que no acompañan su proyecto que de los aspectos positivos de éste.

Cristina Kirchner y Javier Milei quizás no se amen y probablemente tampoco se odien, de lo único de lo que hay que estar seguros es que se necesitan.