Por Hernán Reyes – La sociedad global está experimentando cambios estructurales impulsados por la automatización, la inteligencia artificial y la concentración del poder en manos de grandes corporaciones tecnológicas. Estos factores, junto con el envejecimiento de la población y la disminución de las tasas de natalidad, están transformando radicalmente las economías y desafiando las bases del sistema democrático. En la Argentina de Javier Milei suenan las alarmas.
En muchas economías desarrolladas y emergentes, la tasa de natalidad ha caído drásticamente. Factores como el acceso de las mujeres a la educación y el trabajo, la postergación de la maternidad por motivos económicos y la inseguridad general, entre otros, han llevado a muchas personas a decidir no tener hijos. Esto genera tensiones en los sistemas de seguridad social que dependen de un equilibrio entre población activa y jubilada, que ahora se ve desmoronado.
Los bajos índices de natalidad no sólo representan un desafío económico, sino también social y político. Las sociedades envejecidas tienden a ser más conservadoras y resistentes a cambios, lo que complica aún más la capacidad de adaptación frente a una realidad cambiante.
¿Todos somos prescindibles?
En este contexto, surge una pregunta perturbadora: ¿está ocurriendo una reducción de la población de manera «natural» porque amplios sectores de la humanidad están volviéndose prescindibles en términos de productividad económica? Con el avance de la IA y la automatización, la demanda de trabajo humano disminuye, lo que plantea la posibilidad de que una parte significativa de la población ya no sea esencial para mantener la actividad económica.
Menos trabajadores, menos jóvenes, menos consumo, menos aportantes al sistema de seguridad social y menos poder político en manos del Estado configuran un escenario, cuanto menos, complejo. En un mundo donde las personas sienten que no tienen perspectivas económicas ni laborales, la decisión de no tener hijos puede parecer racional.
Los cambios en la estructura económica producidos a partir de la revolución industrial impulsaron la demanda de empleo calificado, un aumento exponencial del consumo y una disminución general de la pobreza. La vida se organizó en torno al trabajo. “Trabajar para vivir o vivir para trabajar”, ese era el gran dilema. Sin embargo, en la actualidad, trabajar para vivir es un privilegio reservado para muy pocos.
La última encuesta de Reyes-Filadoro reveló que el 40% de las personas en el conurbano bonaerense no trabaja. El 76% opina que las oportunidades de empleo son malas y el 64% teme perder su fuente de ingresos durante el próximo año. Curiosamente, sólo un 38% opina que su actividad económica se va a ver afectada por cambios tecnológicos como la IA en los próximos diez años, lo que revela el escaso nivel de consciencia que existe todavía sobre el impacto que va a tener esta nueva herramienta tecnológica.
El sistema económico mundial está siendo transformado por el desarrollo vertiginoso de la tecnología avanzada. Las empresas tecnológicas más grandes del mundo están fagocitando sectores clave de la economía, transformando la forma en que se producen y consumen bienes y servicios. En un libro publicado en 2012, Suárez-Villa describe este nuevo orden mundial como “tecnocapitalismo”, un sistema donde las grandes corporaciones teconológicas acumulan intangibles como la creatividad, el conocimiemto, la propiedad intelectual y la infraestructura tecnológica.
Las cinco dueñas del nuevo orden
Cinco corporaciones de origen norteamericano – Alphabet, Microsoft, Meta, Apple y Amazon- dominan el mundo digital. El desenlace de la guerra entre Ucrania y Rusia depende, en gran medida, de los 4.500 satelites desplegados por voluntad del hombre más rico del planeta, Elon Musk. Un fondo de inversión, Blackrock, es copropietario de 17.000 empresas y gestiona activos por más de seis billones de dólares. Sólo dos paises en el mundo, China y Estados Unidos, tienen un tamaño de PBI mayor que esta mega corporación financiera.
La reconfiguración del sistema económico global obliga a la sociedad a pensar nuevas formas de organización social y política para que la tecnología y el sistema económico sirvan como herramientas para mejorar las condiciones de vida de todos y no solo para generar más riqueza para unos pocos. De lo contrario, el futuro podría estar marcado por un aumento de la exclusión y la desigualdad y el colapso de los sistemas políticos democráticos.
La burocracia, la corrupción y la degradación de los servicios públicos han dañado la reputación del Estado, pero la mayoría de los argentinos aún cree que es la mejor herramienta para regular las relaciones de poder y orientar el destino de la nación. Sin embargo, es necesario repensar su funcionamiento para que sea eficiente y eficaz, en un contexto en el cual las grandes corporaciones tecnológicas y financieras actúan impunemente sin reconocer ningún tipo de límite geográfico, moral ni legal.
“El futuro de nuestra región depende sobre todo de la construcción de un Estado sostenible, eficiente e inclusivo, que haga frente a todas las formas de discriminación. Que no se deje intimidar por individuos, empresas o plataformas digitales que se juzgan por encima de la ley”, afirmó el presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula Da Silva luego de que el tribunal supremo de ese país suspendiera el funcionamiento de la red X por incumplir las leyes de su pais.
En sentido contrario, el presidente Javier Milei avanza con la eliminación de todas las barreras que puedan poner un coto al avance irrestricto del “tecnocapitalismo”. Cuando Milei viaja a los Estados Unidos y decide reunirse con Musk, Sam Altman o Mark Zuckerberg en vez de hacerlo con el presidente Joe Biden, está reconociendo de manera implícita un cambio en las relaciones de poder globales. Las grandes corporaciones tecnológicas se comportan, en muchos aspectos, como «estados soberanos», sin que existan límites claros en su actuación e influencia.
El problema no es que Milei reconozca quiénes son los verdaderos actores del poder -ese gesto le sirve para posicionarse en la opinión pública como un lider “rebelde” y “moderno”- sino que ofrezca a estas empresas hegemónicas el usufructo de los recursos naturales (energía, clima frío, agua, litio, cobre, etc.) para transformar al país en un paraíso donde puedan experimentar libremente, sin ningún tipo de regulación y sin exigirles nada a cambio -por ejemplo, transferencia de conocimiemto-.
Estas políticas exacerbarían la desigualdad y profundizarían la concentración de la riqueza porque los beneficios del crecimiento de la productividad y la innovación tecnológica no se distribuyen de manera equitativa por sí solos.
La tiranía silenciosa de los algoritmos
Los algoritmos que determinan aspectos clave de la vida de las personas son opacos y están controlados por un puñado de empresas privadas. Para asegurar un uso justo y ético de la tecnología y de la información, se deben establecer mecanismos de gobernanza democrática que permitan a la sociedad en su conjunto tomar decisiones sobre cómo se desarrollan y aplican estas tecnologías.
El rediseño del Estado de bienestar, las reformas fiscales, la reconfiguración del trabajo, la democratización de la tecnología y la revitalización de la democracia son pasos esenciales para asegurar que el progreso tecnológico beneficie a todos, en lugar de concentrar aún más riqueza y poder en unas pocas manos.
La oposición al gobierno de Milei debe ofrecer una respuesta estructural adecuada que permita aprovechar las ventajas competitivas que tiene el país para participar activamente en el desarrollo y la utilización de nuevas tecnologías.
Según un informe de Deel Lab for Global Employment, Argentina es el país que tiene más trabajadores online en latinoamérica y ocupa el tercer puesto en el ranking mundial, debajo de Filipinas y Estados Unidos. Buenos Aires está entre las cinco ciudades con mayor cantidad de personas que trabajan de manera remota para empresas de otros países.
¿Qué lugar aspira a ocupar Argentina en un mundo dominado por la teconología avanzada y el conocimiento? ¿Cómo se van a crear nuevas fuentes de empleo? ¿Cómo se va a financiar la capacitación y reconversión de los trabajadores? ¿Cómo se va a integrar el sistema educativo al desarrollo productivo? ¿Qué reformas deben implementarse para que el Estado sea eficiente, eficaz y economicamente sostenible?
El “ingreso básico universal”, la reducción de la jornada laboral, los impuestos progresivos sobre la riqueza y sobre las actividades económicas altamente automatizadas; la reforma del sistema educativo, la seguridad laboral en la economía de plataformas, el control y el acceso abierto y transparente a la innovación tecnológica; la inversión en educación, ciencia y tecnología; la transparencia y la rendición de cuentas de las grandes empresas tecnológicas son solo algunos de los temas cruciales que deberían estar en la agenda de debate actual.
Sin estas reformas, el riesgo de que los avances tecnológicos profundicen las desigualdades existentes, generando un mundo en el que una minoría disfrute de los beneficios de la automatización y la IA, mientras que una mayoría enfrenta la exclusión económica y la precariedad, es enorme. Para evitar este escenario, es necesario repensar las estructuras económicas y políticas de manera que permitan una distribución más equitativa de los beneficios del progreso.