Por Luciana Vázquez – Los casi once meses de gobierno de Javier Milei parecen una eternidad, pero la historia de la Argentina bajo Milei recién comienza. Nada es permanente ni lineal. Tan paradójico es el presente que la mayor estabilidad del Gobierno está del lado del indicador menos pensado: el de la inflación y su baja, un objetivo tan histórico como inalcanzable, que sigue mostrándose más estable que la misma imagen del Gobierno.
Mientras la inflación parece seguir consistente hacia la baja y, a lo sumo, afronta momentos de serrucho no muy afilado, con estancamientos y retrocesos esperables en ese curso como los que se dieron entre mayo y agosto, el presidente y su gobierno venían afrontando una pérdida más notoria de apoyo en la opinión pública y un crecimiento de la imagen negativa de Milei y su gestión. Este mes, en cambio, el vaivén de la percepción popular parece beneficiarlo.
El Gobierno logró revertir parte del 14 por ciento de caída en la confianza que tuvo en septiembre. Ayer, se conoció el Índice de Confianza en el Gobierno (IGC) correspondiente a octubre, elaborado por la Escuela de Gobierno de la Universidad Torcuato Di Tella. Este mes, el IGC tuvo una suba de 12,2 puntos porcentuales desde el subsuelo al que llegó el mes pasado: le faltan recuperar menos de 2 puntos. Pero esto recién empieza: con apenas el 22 por ciento del tiempo transcurrido de Milei en el poder, nada definitivo está dicho. Ni a favor ni en contra del resultado del tiempo político y económico inaugurado por el libertario.
Por delante, el Gobierno afronta la brecha más compleja de manejar: la que separa los logros macroeconómicos y la celebración de los mercados financieros de la calidad de vida de la gente y la percepción del ciudadano común en relación a su bienestar. Sobre todo, la percepción de las clases media y bajas, a donde el efecto de la mejora macro tarda más en llegar. En las clases altas, en cambio, el optimismo ya se empieza a notar.
“El humor social y el consumo muestran leves signos de recuperación, con mayor fuerza en los niveles socioeconómicos altos”. Esa es la conclusión central del último informe de la consultora de Fernando Moiguer, titulado “Social mood”, para el tercer trimestre del año, que detecta “signos de recuperación en el acto de compra, especialmente en clase alta”.
El optimismo renovado en el tercer trimestre queda sintetizado en varios resultados, según Moiguer. Se registra una caída de “la expectativa de crisis económica”, que ahora se redujo al 42 por ciento de los encuestados. Contrasta con el 56 por ciento del primer semestre. El “pesimismo generalizado” también está a la baja respecto del trimestre 1 de 2024, cuando fue del 63 por ciento. Ahora afecta al 58 por ciento de los argentinos, mientras que el optimismo está en el 10 por ciento. En el primer trimestre, apenas el 5 por ciento era optimista. El indicador sintetiza la valoración de la situación del país, la situación personal y la capacidad de consumo.
Pero la capacidad de consumo no mejora en todos por igual. Otra vez, la clase alta es la que empieza a ver especialmente signos de recuperación. También es el sector social que reconoce un relajamiento mayor en el presupuesto hogareño, y reincorpora gastos que había excluido.
De ahí, las dudas en torno los efectos equitativos de la recuperación de una macro racional. A eso se le suman dilemas generados por algunas de las desregulaciones que encara el Gobierno, que impactan negativamente en vastos sectores de clase media. Un ejemplo de esto último se da en el sector salud con la medida que habilita a las prepagas a no aceptar monotributistas como afiliados o las limitaciones de los planes cerrados para los reintegros por prácticas o medicaciones por fuera de la cobertura.
Las polémicas en torno a los cambios en el sistema de salud recién empiezan y están llenas de desafíos argumentales: la exigencia de manejarse dentro de cartillas choca con una realidad de cartillas que cuentan cada vez con menos médicos reconocidos; médicos especialistas que hace años dejaron el sistema público y ahora también se retiran del sistema de prepagas para refugiarse en sus prácticas privadas, donde pueden poner mejores precios; y el ajuste de obras sociales y prepagas que compensan la imposibilidad de ajustar precios a valores más realistas, pero imposibles para la mayoría de los afiliados, con ajustes en tiempos de espera para recibir los tratamientos indicados: lo que no ajusta por precio, ajusta por cantidad y calidad. La lección es conocida.
Un abogado destacado de la city porteña que afrontó un problema de salud complejísimo lo pone en estos términos: “Para las visitas de rutina, hay que ir al médico privado y pagarle lo que pide. Para las internaciones en momentos críticos, a la prepaga. Sólo la tenemos para eso: cuando el nivel de gasto médico se hace imposible”. Ese razonamiento sólo se sostiene en bolsillos abultados que pueden jugar a dos bandas.
En ese contexto, las clases medias y bajas son las más impactadas. Las clases bajas lo viven desde hace décadas: se resignan a un sistema público esforzado pero colapsado. El efecto llega con mayor dureza a las clases medias, y eso es más nuevo, que habían asimilado a la medicina prepaga como un derecho y ahora empieza a vivirse como un lujo y un privilegio inalcanzable. El impacto es para ambas: ante la crisis, cada vez más clase media abandona la medicina prepaga y busca adaptarse a la pública, que está recibiendo cada vez más pacientes pero no más fondos.
El indicador que mejor resume la brecha de percepción entre clase alta, media y baja en el estudio de Moiguer gira en torno a las “expectativas de futuro”. ¿Cómo cree que va a estar la situación del país en los próximos doce meses? Para el tercer trimestre del año, el 59 por ciento de la clase alta cree que estarán “mejor o mucho mejor”. Esa expectativa se reduce al 50 por ciento de la clase media. Y en la clase baja, sólo el 41 por ciento cree que la Argentina estará “mejor o mucho mejor”.
Hacia fines del último trimestre de 2023, los tres sectores sociales tenían una visión similar respecto del año que se iniciaba: los porcentajes giraban entre el 40, el 39 y el 37 por ciento de optimismo, en clase alta, media y baja respectivamente. Una percepción medianamente baja en los inicios de la presidencia de Milei. Con el correr de los meses, la percepción viene cambiando. Y en la clase alta empieza a crecer, hasta despegar considerablemente de los otros sectores. “La clase baja ‘deja de verla’ y perdió buena parte de la visión más optimista”, explican desde la consultora de Moiguer, que agrega: “Empieza a ver una disparidad respecto de las expectativas según nivel socioeconómico”.
Toda revolución económica y regulatoria debe impactar directo en el bolsillo de la gente. No se trata sólo de mejoras sutiles de indicadores clave. Inclusive la baja sostenida de la inflación está obligada a adquirir otra contundencia: habilitar sueños de consumos que por ahora están guardados en el arcón de las expectativas incumplidas. No se trata sólo de la realidad de los indicadores macro sino de la sensación de mejora en serio. En el núcleo de ese problema, hay una pregunta central: ¿cómo se traduce la felicidad y bonanza de los mercados financieros con foco en la Argentina en bienestar para la gente de a pie? “Excelente pregunta”, dice otro argentino experto en mercados financieros internacionales, también en Manhattan. Y explica: “El tipo de ajuste que está haciendo Milei y el impacto en las distintas variables impacta en los segmentos de la pirámide de distribución del ingreso de manera distinta”. Los sectores altos, dueños de activos, con ahorros, ya perciben beneficios a partir de la suba del precio de las acciones, los bonos, la propiedad inmobiliaria. Con la baja del riesgo país y la mejora del valor de los activos argentinos, el efecto les llega muy rápido. “Los agentes inmobiliarios en Uruguay dicen que esta temporada viene fortísima: los argentinos con plata se alquilaron todo”, comenta.
La clase media está, en cambio, en problemas. Sin activos para recuperarse, sufrió el ajuste de tarifas y prepagas y todavía no ve una suba significativa de su capacidad de consumo. Ese sector depende de la reactivación económica: que los capitales financieros lleguen al sector privado para financiar inversiones.
Si esa brecha no se salda, el Gobierno corre el riesgo de que se frene la calesita de su revolución ansiada: el giro de 540 grados que prometió el día en que sorprendió con su triunfo electoral en las PASO. Un número construido entre el giro de 360 grados que dejaría a la Argentina en el mismo punto de partida del que quiere despegar y una media vuelta más de 180 grados, que la conduciría a una revolución de la revolución. Para algunos, el giro de 360 grados es la Argentina del péndulo eterno: salir de la macro kirchnerista con buen empujón pero con el riesgo de que la inercia del fracaso de las revoluciones pendientes, también en el turno mileísta, la vuelva al origen kirchnerista. Es decir, después de un Milei, la llegada de un Kicillof. Si es que termina de nacer.
El peronismo perdió base electoral cuando se dieron dos procesos simultáneos. Uno histórico, la sustitución de trabajadores por trabajadores pobres o pobres sin trabajo como sujetos históricos. Y el otro, la sordera peronista que lumpenizó su visión de los trabajadores y estatizó su respuesta a esa crisis.
Milei colocó a ese fenómeno en otro cuadrante: el de la retirada necesaria de un Estado ineficiente y el de la centralidad del trabajador o el pobre sin trabajo como un individuo con aspiraciones, con libertad y gestión sobre su poder de cambiar su situación vital. Esa visión sigue funcionando en el Gobierno. Pero en la práctica, las armas para llevarla adelante se contradicen entre sí y contradicen ese horizonte de cambio.