Milei-Macri: ¿trampa, solución o ganatiempo?

El presidente ha actuado en función de la premisa de que él no viene a negociar nada ni con nadie, sino a cumplir con una misión.

Por Claudio Jacquelin – Las versiones y actos preparatorios de un acuerdo entre Javier Milei y Mauricio Macri, que exceda el marco de las coincidencias individuales para transformarse en un sujeto colectivo, acaban de entrar en una fase aparentemente definitoria. Sin embargo, quedan abiertos enormes interrogantes y conjeturas que pertenecen a la dimensión de la construcción política que se pretende y podría construirse, así como a la fortaleza o debilidad que implicaría para el Gobierno.

Los antecedentes inmediatos ayudan a establecer algún marco de referencia, a pesar del enorme cúmulo de particularidades y de excentricidades que se registran en el actual proceso político. Es un dato ineludible para cualquier análisis que el propio Macri y Alberto Fernández llegaron al Gobierno a través de alianzas que instalaron la idea del imperio de un orden bicoalicionista en el sistema político argentino.

Tanto el fundador de Pro como Fernández encabezaron una exitosa coalición electoral. No obstante, ninguno de los dos consiguió convertir el exitoso conglomerado que los llevó a la Casa Rosada en una coalición de Gobierno. Toda una confirmación de que esas asociaciones habían nacido por impulso de una suma de debilidades y de rechazos compartidos y no de un consenso superador, destinado a consolidarse y trascender.

En el mejor de los casos, la asociación solo llegó a convertirse en una coalición parlamentaria, como ocurrió con Cambiemos. Una alianza que le dio a Macri y su gestión sustento para sacar leyes, pero no le otorgó consistencia para gobernar.

La coalición terminó así en fisuras irreparables por el paso del tiempo y a causa de los fracasos administrativos y políticos, por cuestiones personales (desconfianza, egos y prejuicios), de índole política (tradiciones, ideas y anclajes electorales antagónicos) y de naturaleza funcional (impericia, inconsistencia o falta de oportunidad).

En el caso del Frente de Todos, la anomalía fue aún mayor, el derrotero más tortuoso y el final más catastrófico, a pesar de que todos los integrantes provenían de un tronco común en el que decían reconocerse, como es el peronismo.

Ese experimento fallido solo fue superado por la olvidable administración de la Alianza, que llevó a Fernando de la Rúa de la Presidencia al ocaso en helicóptero y sin escalas.

La singularidad de la sociedad panperonista, nacida en 2019, fue tal que la empresa FdT tuvo a la cabeza a un accionista que solo prestaba nombre y debía aportar trabajo, pero carecía de capital, mientras la dueña del capital mayoritario se ofrecía como garante desde el segundo cargo sin ceder cuotas de poder. Y, en la práctica, ninguno de los dos quiso, supo o pudo desarrollar un vínculo virtuoso, superador de sus desconfianzas, complejos, creencias, egomanías, ambiciones y diferencias de proyectos.

Ahora, Javier Milei, que llegó con un armado estrictamente unipersonal, sin siquiera sociedades de hecho, sino apenas algunas lábiles uniones transitorias y coyunturales, aparece a los dos meses de gestión subido a un tablado en el que algunos (los macristas) prometen representar un capítulo renovado y sui generis de la saga coalicionista y, otros (los oficialistas), la presentación disimulada de una empresa de colonización y vasallaje.

En esas diferencias de visiones, perspectivas e intereses yace la disyuntiva sobre qué tipo de negociación o discusión estaría por iniciarse y qué proyección concreta podría tener.

Vistos los antecedentes y esa disimilitud de presupuestos, abordajes, experiencias y prejuicios con los que llega cada parte a esta instancia, cabe preguntarse si se trata de una trampa, una solución o un mero recurso para ganar tiempo.

 

Conducir o ser conducido

Milei ha actuado (no solo dicho) en función de la premisa de que él no viene a negociar nada ni con nadie, sino a cumplir con una misión. Por lo tanto, solo parece haber lugar para que el macrismo pueda tener, en el mejor de los casos, un estatus más parecido al de Puerto Rico con Estados Unidos, que el de una asociación de estados soberanos. La perspectiva de una alianza parlamentaria, sin muchos márgenes de autonomía o independencia ni derecho a veto para la suma de otros miembros, asoma de esta manera como la derivación más natural.

Tal perspectiva agita las preocupaciones y agranda los dilemas de Macri y de la tripulación del submarino amarillo. La toma de conciencia de que en su base electoral ese trasvasamiento de liderazgo del macrismo al mileismo ya se ha dado sin intercesión ni conducción de sus dirigentes complica más las definiciones y ahonda las discusiones internas.

“Si a Milei le va bien, a nosotros nos quedaría ser los socios minoritarios, en el mejor de los casos, o empleados sin muchos derechos laborales, en el peor. Y si al “Loco” le va mal, nos aniquila. No es fácil la decisión porque nuestro votante mayoritariamente se fue con Milei y, por ahora, lo sigue bancando. Nuestra identidad y nuestro futuro como fuerza política están en juego”, admite un dirigente del Pro que porta carnet de socio fundador.

La incertidumbre del tiempo en el que transcurre esta negociación, traducido en aquel “por ahora”, agrava la confusión. Un panorama que juega a favor de Milei, como poseedor del poder y, todavía, de una aceptación popular mayoritaria, de la que carece el resto de la dirigencia, a pesar de la falta de resultados tangibles para casi todos los argentinos y la continuidad de las penurias, que las planillas de la contabilidad oficial no compensan. Tienen lógica.

Al fin y al cabo, después de un largo ciclo de decadencia y fracaso, que abarca a tres presidencias consecutivas, el libertario es lo único nuevo, mientras los principales referentes que siguen en pie son la expresión más rancia de lo viejo (y fallido). Las evidencias son irefutables.

Macri y Cristina Kirchner siguen ocupando la parte más relevante de la escena que no ocupa el presidente. Con el beneficio para el oficialismo que uno de los dos ve en Milei lo que él no fue y no hizo, pero le hubiera gustado ser y hacer. Y, la otra, es su contrincante perfecta. Para beneplácito presidencial, intenta ahora disputarle poder en la dimensión en la que Milei ha construido autoridad y atraído masas, como es la economía. Allí es, justamente, donde Cristina Kirchner arrastra las iinocultables deudas de dos gestiones fracasadas, de las que la sociedad salió en calidad de vida peor de lo que entró. Y la última acaba de ocurrir.

En todas las encuestas, los males del presente son, para la inmensa mayoría, culpa del gobierno que ella creó y del que fue la vicepresidenta. No hay dudas de que se trata de una más que audaz incursión en terreno ajeno.

Está claro que el espíritu político de la expresidenta es inoxidable, que la rendición no está en su vocabulario y que siempre puede superarse. Hasta el exceso. Aun en su momento de mayor debilidad. También ella (como Milei) puede jugar al todo o nada. El temor al éxito del Gobierno y sus consecuencias, tanto como la perspectiva (o el deseo) de un fracaso estrepitoso y precoz son motores muy poderosos que apuraron su regreso con su mensaje para la interna panperonista, pero con pretensiones de universalidad. Hay vacantes por llenar, mucho por ordenar y demasiadas fugas por evitar, advierte.

Por sobre todas las cosas, Cristina Kirchner procura sostener, además de lo que queda de su liderazgo y de la cuestionada autoridad de su hijo Máximo, la unidad de los bloques parlamentarios, donde radica el poder remanente que tiene el kirchnerismo. Por número propio y por instinto de supervivencia de los que aunque preferirían irse, comprenden la inconveniencia de hacerlo.

 

Fusionismo, la palabra clave

En este contexto complejo y frágil, las conversaciones Milei-Macri corren el riesgo de terminar en una coalición parlamentaria insuficiente, ya que ni siquiera cuando todos los integrantes de ambos espacios adhirieran (lo que hoy es otra incógnita) el Gobierno tendría el número mágico para tratar y aprobar leyes en el Congreso, que ha sido el teatro de su mayor fracaso. Por eso mismo, adquiere más volumen probabilístico que la negociación hacia un acuerdo se convierta en una trampa para el macrismo y el resto del sistema o en una mera herramienta ganatiempo.

Milei, que detesta la política, aunque la practica sin descanso y, tal vez sin conciencia, ha sido obligado a admitir (lo que no implica asumir) que necesita mayor volumen o base de sustentación política. El presidente, además, habla con Macri desde el respeto filial (o el temor reverencial) que le otorga a todo aquel al que le confiere autoridad.

Mientras transcurren estos diálogos, discusiones e instalaciones, Macri y el resto de los actores políticos tienen ante sí el reto de la originalidad extrema que representa Milei y el desafío que implica a todos los paradigmas. Incluida su inaceptable recurrencia a insultar y demonizar a figuras populares y profesionales respetadas, que lo han cuestionado y que en la mayoría absoluta de los casos son mujeres. ¿Indomable temperamento autocrático, misoginia estructural o estrategia? Esa es la pregunta que todos, salvo sus fanáticos se hacen.

En ese plano de las peculiaridades que tensionan y cuestionan lo establecido, resalta que en el diccionario libertario no figura el vocablo “coalición”. Ni tampoco “síntesis”. La palabra clave es “fusionismo”, un concepto acuñado por Frank Meyer. El filósofo excomunista, devenido en ideólogo de la nueva derecha norteamericana, reunió bajo esa idea a liberales, conservadores, nacionalistas, libremercadistas extremos, proteccionistas, laicistas y fanáticos religiosos. Una llave para absolver contradicciones, terminar con disputas ideológicas, construir poder y atraer a incautos.

Mientras estas discusiones ocupan buena parte de la agenda pública, el resto de la política que sigue sin tener los contornos nítidos de Milei, Macri y Cristina Kirchner, dialoga, tolera y administra esta realidad incómoda, a la espera de que se clarifique el panorama y la turbulencia o los resultados no se los lleven puestos o los dejen en el lado perdedor.

“Una sociedad enferma y angustiada por los fracasos de los médicos terminó recurriendo al curandero. Ahora hay que esperar los resultados de su trabajo”, explica un gobernador experimentado que no está en la oposición al presidente, pero tampoco quiere quedar pegado, por conveniencia y convicción.

“De cualquier manera alguien tenía que hacer el trabajo sucio y a Milei ni siquiera hay que convencerlo para que lo haga. El problema es si fracasa en el intento”, agrega el mandatario, con quien coinciden al menos otros dos colegas suyos y varios dirigentes de lo que alguna vez fue el mundo cambiemita y de lo que sigue siendo el peronismo no kirchnerista.

El problema que admite la dirigencia política es que su declive es directamente proporcional al explosivo ascenso de Milei y los suyos. Esa realidad lo enfrenta a la impotencia para propiciar acontecimientos capaces de alterar rumbos y dinámicas así como a la incapacidad de contener desbordes.

Así, Milei sigue apostando al “fusionismo”, mientras la política no logra salir de su perplejidad y debilidad. Los amagos coalicionistas suman un nuevo interrogante. ¿Serán una trampa, la búsqueda de una solución o una mera herramienta para ganar tiempo a la espera de logros que se demoran? Esa es la cuestión.