El éxito de Massa para estabilizar al dólar tiene un «lado oscuro»: las empresas ya ven señales de una recesión

Las medidas adoptadas por el ministro de Economía con el fin de aplacar al dólar empiezan a tener efectos preocupantes para el sector productivo

La euforia del equipo de Sergio Massa por el ingreso masivo de dólares -mezcla de la liquidación sojera más los nuevos créditos aprobados por organismos internacionales- tiene un «lado B»: el costo de la relativa calma que se vive en el mercado financiero podría ser el de un enfriamiento en la actividad productiva.

Así lo ven economistas de varias tendencias y, sobre todo, los empresarios que ya están temiendo un escenario recesivo para los próximos meses. Las proyecciones de la industria marcan que le ritmo de la recuperación será este año la mitad del año pasado, con una tendencia a seguir frenando, debido a la actual política de «goteo» que aplica el Banco Central para autorizar importaciones.

«Lo que queremos es que no se pare ni una fábrica» fue la elocuente advertencia del presidente de la Unión Industrial Argentina, Daniel Funes de Rioja, que le reiteró al secretario de Comercio, Matías Tombolini, el mismo pedido que se escucha desde hace meses en el ámbito empresarial: que se liberen más dólares para importar insumos y que la industria no termine siendo una «variable de ajuste» de un plan estabilizador.

Los industriales no exageran en su preocupación: los últimos relevamientos marcan una desaceleración en el nivel de actividad, con una caída de 1,2% en julio respecto del mes anterior. Y las previsiones tampoco permiten optimismo: los estudios que tratan de adelantar cómo será el nivel de inversión y producción en la economía muestran señales de enfriamiento.

El índice Líder elaborado por la Universidad Di Tella, por ejemplo, marcó su cuarto mes consecutivo de desmejora y sitúa en un 70% las probabilidades de recesión para los próximos meses.

Empresarios ven señales preocupantes

Incluso en los sectores en los que los números son positivos cunde la preocupación. Una muestra elocuente de ello fue la reciente convención de la Cámara de la Construcción, en la que, a pesar de que las cifras muestran una recuperación, se dejó entrever la preocupación por el potencial efecto recesivo del nuevo plan económico.

En presencia de Alberto Fernández, los empresarios dejaron en claro que si algo los ha sostenido es la inversión pública, y que en el nuevo contexto de austeridad fiscal hay dudas sobre la continuidad de esa demanda.

«El sector privado ha visto reducir su demanda en un mercado inmobiliario que está prácticamente paralizado con una importante retracción y que requiere de atención para poder destrabar su operatoria», destacó Gustavo Weiss, titular de la entidad empresarial. Pero enseguida agregó que el contrapeso estatal deja ver señales preocupantes, como el incumplimiento de plazos de pago contractuales o las distorsiones en los regímenes de redeterminación de precios, que no siguen el ritmo de la suba de los costos.

En otro sector líder de la actividad, el automotor, también se perciben señales preocupantes. Un informe de la fundación FIEL destaca que los faltantes de partes y piezas -una consecuencia de la dificultad para acceder a los dólares- «han derivado en nuevas paradas en algunas terminales mientras que el conflicto en el sector de neumáticos continúa». Su pronóstico es que se repetirán las mermas en la dinámica industrial.

Y hasta el en sector que presuntamente es el «winner» del modelo Massa, el agroexportador, se escuchan quejas. Ocurre que, como consecuencia de los incentivos para liquidar la soja con un tipo de cambio diferencial, se están insinuando distorsiones en la cadena productiva. Para empezar, porque la contracara de la mayor venta de soja es una disminución en las ventas de trigo y maíz, utilizados como insumos de la industria alimenticia.

Esto lleva a la presunción de que se agregarán nuevas presiones inflacionarias sobre los alimentos, lo cual podría poner en riesgo la tendencia de recuperación observada en los últimos meses.

En julio, la consultora Scentia había medido un incremento de 2% -con un acumulado de 4% en todo el año- pero los empresarios supermercadistas no se exceden en el optimismo. Afirman que en ese mes incidió el ingreso extra del aguinaldo y que las subas de precios -se estima que agosto terminó con una inflación de 6%- podrían volver a enfriar el ritmo de compras.

Pero no terminan ahí los problemas para los productores de alimentos. También como consecuencia de las medidas pro-exportación de soja, se empiezan a producir conflictos entre los pequeños productores y los dueños de los campos, en torno a cómo se deben renegociar los alquileres.

Lo cierto es que, al mismo tiempo que en el plano político se respira un alivio por la normalización de las finanzas, la percepción de una recesión se hace más fuerte. Y ambas situaciones, lejos de estar desconectadas, parecen tener una relación directa.

Después de todo, lo que ha mejorado el humor del mercado financiero -y el relacionamiento del Gobierno con los organismos internacionales de crédito- es la muestra de una mayor disposición al recorte del gasto -que puede afectar a los sectores dependientes de la obra pública- y, sobre todo, la determinación de seguir subiendo las tasas de interés y a cuidar con «mano dura» los dólares que entran al Banco Central.

Las opiniones de los expertos son claras: cada vez se ve a la recesión como el costo inevitable de las medidas adoptadas por el ministro Massa.

«Una brecha cambiaria por encima del 100% requiere dosis cada vez más potentes de ajuste» había advertido Jorge Vasconcelos, economista jefe de la Fundación Mediterránea, y recordaba las enseñanzas de la crisis cambiaria de octubre de 2020. En consecuencia, no se muestra sorprendido por las medidas que tienden a retirar pesos del mercado.