Cristina, las sospechas sobre la obra pública y el truco de ensuciar a todos

La vicepresidenta remarcó la relación de varios empresarios con José López; el exfuncionario no fue un cuentapropista de la corrupción sino un fiel ejecutor de las políticas kirchneristas.

Por Diego Cabot – Hay una conducta, ciertamente antideportiva, que se suele ver en algunos partidos de fútbol. Sucede cuando un jugador es expulsado con tarjeta roja y, antes de partir al vestuario, intenta alguna argucia para llevarse a otro del equipo rival consigo. Algo de eso intentó Cristina Kirchner con su alegato “blue”, el que locutó durante más de una hora desde su despacho en el Senado. Impartió sospechas, apuntó contra todos los que pudo, se enojó en soledad, y como casi siempre en 20 años, se aprovechó de que nadie pueda refutarla en nada.

Como aquel jugador, trató de llevarse consigo a alguien, o a muchos. Y hasta a todos si es posible. No hay escenario de daños institucionales en cada una de estas apariciones. No le interesa; su mirada no va más allá de su porvenir judicial.

El paradigma sobre el que se montó la vicepresidenta es remanido. Según su visión, todos son corruptos en el mundo de la obra pública y ese sencillo enunciado impide que solo ella sea juzgada, imputada y acusada. Algo así como decir que si hay una manada de cebras no puede ser que una sola sea negra y blanca a rayas. Todos o ninguna.

El programa que montó en la mañana de la Web fue efectista para su tropa aunque no efectivo para el proceso que estos días la ocupa. Les habló a los suyos, como siempre. Prácticamente nada de lo que dijo o presentó como “prueba irrefutable de su inocencia” puede ser incorporado al expediente conocido como Vialidad. Pero eso parece no importar demasiado; la apuesta es otra.

Cristina Kirchner sabía perfectamente que después de la jornada de ayer, donde los fiscales Diego Luciani y Sergio Mola redondearon sus argumentos acusatorios, el ring iba a quedar en soledad. Y ella, tiempista de la última palabra, se subió. También conocía perfectamente que nadie le va a responder. Luciani y Mola, y tampoco ninguno de los empresarios mencionados, van a decir nada. O muy poco.

Las sospechas sobre el mundo de la obra pública son tan viejas como conocidas. El 23 de noviembre de 2005, el entonces ministro de Economía Roberto Lavagna denunció sobrecostos y cartelización en la obra pública. El economista eligió el lugar para tirar el dardo, ya que lo hizo en plena Cámara de la Construcción. Dijo que había licitaciones de Vialidad que eran investigadas por Defensa de la Competencia e incluso por el Banco Mundial. Ese día, algo más tarde, llegó Néstor Kirchner, el poderoso presidente que entonces era recibido como un emperador por los popes de la obra pública. En ese acto, Kirchner elogió a los empresarios y desacreditó a su ministro. Pasaron horas y Lavagna terminó fuera de aquel Gabinete.

Como se dijo, el “alegato de mercado paralelo” que ejerció la expresidenta incluyó nombres propios. Algunos empresarios, elegidos con puntillosidad, y José López, el caricaturesco hombre fuerte de la obra pública durante los 12 años y medio que ocuparon las tres primeras presidencias kirchneristas.

Aquí vale detenerse: ¿Quién era López? Lo primero que hay que aclarar es que el tucumano que hizo sus primeros palotes en la política de Santa Cruz de la mano de Kirchner fue secretario de Obras Públicas entre el 25 de mayo de 2003 y el 9 de diciembre de 2015. Quizá sea una obviedad, pero fue secretario ocho años de Cristina Kirchner. Es decir, fue confirmado en su cargo dos veces por la que ahora lo acusa de ser un cuentapropista de la eventual corrupción. Cada uno de los movimientos de López, con los constructores que ella mencionó o con otros, era dirigido por control remoto por el matrimonio.

A “Lopecito”, como se lo conocía antes de ser el señor de los bolsos y las monjas, se lo veía pleno en cada uno de los actos en los que se inauguraban obras. Repartía besos y abrazos y se floreaba con un tenue implante de pelo que colocó en sus años de funcionario. Los constructores no paraban de saludarlo y palmearlo. De su mano dependían todos los pagos del sector.

Cuentan en los pasillos de la autoridad vial que todos los meses llegaba un listado desde el despacho de López. La llamaban “la lista de la felicidad”. Uno por uno, el ahora arrepentido definía cuánto y a quién se le pagaba ese mes. Sólo los que negociaban en persona tenían el privilegio de aparecer en la lista mágica.

López era radial a la obra pública. Atendía a los planes de vivienda y las obras de agua y saneamiento, además de tener el monopolio vial. De hecho, cuando Néstor Kirchner dejó de ser presidente en 2007 y mudó su despacho a los quinchos de la Quinta de Olivos, recibía a todos los políticos con López a su lado. De esas charlas dependía cuánta obra entregaba a cada líder territorial. Luego, López ejecutaba el mandato.

Con el fallecimiento del expresidente, el hombre pasó a tener trato directo con Cristina Kirchner hasta el mismísimo día en que dejó de ser funcionario, a las 24 horas del 9 de diciembre de 2015. Cada paso que dio en la función obedecía a una orden de Néstor o Cristina. Ese era el funcionario del que ahora la expresidenta intenta mostrar como un emprendedor solitario.

Dicen quienes lo conocieron que la prioridad no era terminar las obras, sino empezarlas. Millones en adelantos de fondos a los contratistas, que generalmente se destinan a armar el obrador y a acopiar materiales. Ese era su gran interés.

Justamente, en el origen de la gestión kirchnerista está el manejo discrecional de las herramientas del Estado, sean los pagos, las licitaciones o las regulaciones. Ese fue el meollo de la forma radial de manejar la obra pública. Se negociaba uno a uno, con López, con Julio De Vido o con Ricardo Jaime, los tres alfiles que colocó Néstor Kirchner y que, salvo el entonces secretario de Transporte, confirmó Cristina en 2007 y 2011. Nada fue ajeno a las formas del kirchnerismo y nadie en el mundo de la obra pública fue un cuentapropista descarriado que andaba por los subsuelos mientras la historia transcurría a plena luz. Fueron años de sombras tupidas y de oscuridad plena.