La trampa de Alberto

El Presidente resiste los cambios porque se los exige Cristina, al costo de anular su iniciativa política.

Por Ignacio Fidanza – La interna del Gobierno está orillando el desborde, incluso para los parámetros del peronismo. Lo que pretende Cristina es simple: Que Alberto levante el teléfono y la llame. Con ese gesto puede empezar una distensión que todos los dirigentes sensatos del oficialismo consideran necesaria.

Cristina se indignó cuando se enteró prácticamente por los medios del nuevo IFE que lanzó el Gobierno. De eso habla el Cuervo cuando habla de renuncias. Quieren renuncias, pero más quieren ser parte de discusión interna y sobre todo, de las definiciones políticas de fondo del Gobierno. Hoy están afuera.

Wado de Pedro es el policía bueno al que le tocó el rol “institucional”. Larroque expresa la línea dura de Cristina y Máximo va y viene, entre el análisis estructural y las chicanas al plato. Son roles, pero el problema es el mismo: Alberto cerró el diálogo y los mantiene en la oscuridad.

¿Le sirve esto al Presidente? Poco y nada. La destrucción de su imagen lo confirma. La abnegación no es una virtud que se valore en los Presidentes. En general se pide audacia y coraje, o sea, liderazgo. Está ahí para mandar y aguantar, no sólo para aguantar. Y se vienen tiempos difíciles: el índice de inflación de abril y el tortuoso proceso de aumento de tarifas.

Manzur está fuera de la ecuación. Más interesado en analizar si se presenta como candidato a vicegobernador de Jaldo, que en retomar su frustrado proyecto presidencial. No reúne a los gobernadores, pero seamos justos, nadie puede reunirlos. No son una liga orgánica y frente al desastre de esta pelea, han decidido que cuanto más lejos de los tiros mejor.

Wado de Pedro es el policía bueno al que le tocó el rol “institucional”. Larroque es la línea dura de Cristina y Máximo va y viene, entre el análisis estructural y las chicanas al plato.

Entonces volvemos al Presidente. Lo primero que tiene que hacer es sencillo: retomar la iniciativa política, que es casi la única obligación real de un Presidente. Uno de los hombres más importantes del Gobierno reconoció: “La iniciativa se recupera cambiando el Gabinete, no hay mucho más”.

Y ahí estamos en la trampa. Como el Cuervo le pide a los gritos que cambie ministros, entonces Alberto se empaca y no cambia nada. Entonces el Gobierno se paraliza, se debilita su liderazgo, pierde imagen y enterrado en el conflicto interno, no logra capitalizar la recuperación del crecimiento económico y el empleo.

La opción es evidente: Hacer un cambio de gabinete creativo, que responda a su mirada de como resolver lo que no se esta resolviendo (la inflación) y que incluso le podría ofrecer la oportunidad, según el blend de nombres que elija, de meterle contradicciones al kirchnerismo. Pero está trabado.

Hace poco menos de un mes lo pensó en serio. Tuvo al menos una larga charla con Sergio Massa. También habló con Lavagna, no para que asuma de ministro, pero habló. El cambio estaba en el aire. El kirchnerismo la semana pasada aguantó la respiración. Y no paso nada. Y este fin de semana, Máximo reabrió la temporada de caza.

“Este partido no se gana por puntos, ni pisando la pelota dos años”, sintetiza un dirigente peronista que se lleva bien con el Presidente. Todos están esperando que reaccione.

Alberto no tiene una mesa chica de decisión política. Acaso lo más parecido a eso sea la charla que tuvo con Massa, pero no es un mecanismo establecido de discusión, acuerdo y ejecución. Como se ve.

Habla de política con Juan Manuel Olmos, con Julio Vitobello y con Santiago Cafiero. Pero no define.