Por Sergio Berensztein – En el centro del conflicto que están protagonizando los distintos sectores del Frente de Todos, se encuentra la restricción fiscal y financiera. ¿Qué es posible hacer y qué no teniendo en cuenta estos límites que son puramente materiales, y no ideológicos? La respuesta a esta pregunta moldea e impulsa el enfrentamiento entre los socios de la coalición.
En teoría, el FDT llegó al poder a sabiendas de que iba a heredar una situación compleja y debía enfrentar tales restricciones, los cuales limitarían su margen de maniobra. El presidente Alberto Fernández asumió y, ante esta realidad, buscó renegociar los pasivos que la Argentina tenía, primero con los bonistas y luego con el FMI. Se logró, con mejores o peores resultados, según el analista financiero que uno consulte, pero efectivamente se logró.
En el medio, irrumpió la pandemia, que golpeó con fuerza a la actividad económica. Al margen de los errores cometidos (los cuales fueron muchos), el gobierno intentó morigerar el golpe y estimular la recuperación lo más rápido posible emulando lo que hacían otros países: con subsidios al empleo y al consumo (obviamente a una escala ínfima en comparación a lo que hicieron otros gobiernos, precisamente por las restricciones que arrastraba la Argentina).
Y llegamos hasta aquí, con el kirchnerismo muy disconforme con el camino que se decidió transitar. Entonces, la pregunta central es: ¿qué otra cosa se podría haber hecho? Dejando a un costado los abundantes errores de gestión (que han sido señalados por la “otra oposición”, la de Juntos por el Cambio), en términos de decisión de política pública (es decir, en lo que hace al fondo de cada una de las cuestiones) no parece que el gobierno haya tenido muchas más opciones.
Si hay sectores del FDT que esperaban una salida diametralmente opuesta, esto nos lleva a dudar respecto a si había, antes de la elección de 2019, plena consciencia de las restricciones a las que deberían enfrentarse. ¿Sabían que llegaban para hacer un “ajuste” de las cuentas públicas? Quizás creyeron el mito de un “nuevo FMI”: que no impondría condiciones, permitiría un acuerdo a 20 años, realizaría quitas sobre los intereses y el capital e incluso habría un canje de deuda por acciones climáticas, como sugirió el presidente Fernández. ¿Alguien creyó que todo esto realmente era posible? De ser así, se trató de un autoengaño de grandes dimensiones.
¿Le prometieron a Cristina objetivos imposibles de cumplir, para también hacerla participe de este engaño? Llama la atención que sea así. No que se lo hayan intentado vender, sino que la vicepresidenta lo haya creído: Cristina mantiene conversaciones con varios economistas de la más diversa índole, no identificados con el kirchnerismo, por el contrario, algunos pertenecientes al mundo financiero, que advirtieron siempre que, en el mejor de los casos, se trataba de alternativas de muy baja probabilidad y brindaban un panorama sombrío (pero real) de las restricciones fiscales y financieras a las que se enfrentaría la Argentina.
La vicepresidenta encuentra ahora que el abanico de ideas que caracteriza a su espacio político no le permite gobernar en contextos de semejantes restricciones, como el actual. En una columna de agosto de 2020, planteamos que el constituency que Cristina supo construir durante estas dos décadas define de antemano cuáles son las “banderas” que deben levantarse; caso contrario, dicha base de sustentación podría perderse.
Necesita alimentar el vínculo con su electorado y con los cuadros dirigentes que ven en ella un liderazgo afín a dichas ideas e intereses. Ella se convierte, así, en un “agente” (que depende) de ese “principal” (las bases de su poder real). En esa dinámica, está obligada a cuidar a su clientela con un discurso que debe guardar cierta consistencia con el pasado reciente. Este enfoque, planteado en aquella columna, tiene plena vigencia hoy, porque permite comprender mejor el enfrentamiento que se desató entre el kirchnerismo y los sectores moderados del FDT.
A partir de una laboriosa retórica, tanto Cristina como Néstor construyeron la noción de que la política se trata simplemente de una cuestión voluntarista, y no se concibe la posibilidad de gestionar en un contexto de restricciones fiscales y financieras.
Por eso, ahora que los límites materiales efectivamente llegaron, terminan sintiéndose más cómodos actuando desde la oposición que desde el oficialismo (una oposición incluso más dura que la de Juntos por el Cambio, que votó a favor del acuerdo con el FMI, acompañando al presidente Fernández). A lo sumo hay cierta comodidad gobernando la provincia de Buenos Aires, desde donde es posible echar culpas al gobierno nacional (o, forzándolo más aún, al gobierno porteño).
En Venezuela, incluso el chavismo parece estar ensayando un relativo giro hacia el pragmatismo económico, permitiendo que se despliegue una dolarización de hecho que está desacelerando la inflación. Y en Brasil, Lula también hace lo propio, con un reposicionamiento en su carrera electoral, donde aparece mucho más moderado, buscando mejorar el vínculo con el establishment e incluso evaluando conformar la fórmula junto a Geraldo Alckimin (exgobernador de San Pablo, perteneciente al PSDB).
Sin embargo, acá el kirchnerismo muestra una resistencia y tozudez mayores. Prefiere sostener su sistema de creencias y valores antes que poner en riesgo la identidad del espacio. Es una limitación autoimpuesta, que impide pensar alternativas de política pública acordes a lo que demanda la actual coyuntura.
Nuevamente llama la atención la actitud de Cristina, ya que en el pasado y junto a su marido han mostrado un sorprendente pragmatismo político: pasando del menemismo, al duhaldismo y a crear el kirchnerismo.
Probablemente esta vez, la vicepresidente sienta que es diferente, porque se trata de su propio constituency, del cual depende para mantener la preponderancia de su liderazgo. De hecho, quizás Cristina y Máximo hubiesen querido representar otro tipo de proyecto político, pero esto no tiene ninguna importancia ya, porque el devenir de los acontecimientos y las decisiones tomadas los trajo hasta aquí.