Habrá acuerdo, a pesar de Cristina Kirchner

La oposición busca formas de evitar que se llegue al default, pero el principal problema del Gobierno está en sus propias filas; el temor a que crezca el malestar social

Sergio Massa expuso gestualmente la profunda fractura de la coalición gobernante. Aceptó explorar algunos cambios en el texto original del proyecto del Gobierno para aprobar el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI) con el propósito de conformar a la oposición. Antes, había recibido a gobernadores peronistas para suplicarles su influencia entre diputados oficialistas renuentes. Si no hubiera legisladores propios rebeldes, la participación de los gobernadores sería innecesaria. Si la alianza peronista gobernante estuviera unida, sus líderes no tendrían por qué pedirle ayuda a la oposición. Una ayuda que exige el extremo de cambiar el texto del proyecto que envió el Gobierno. El motín más importante lo provocó la franja cristinista de la coalición. Senadores peronistas aseguran, por ejemplo, que la mitad de su bloque no quiere votar el acuerdo. Esos senadores son los únicos seres humanos que tienen el privilegio de escuchar a Cristina Kirchner; saben que no la molestarían a la inclemente jefa si se inclinaran por la indisciplina. El resto de los mortales solo ve a una vicepresidenta que ahora cultiva el laissez faire, justo ella que nunca permitió el derecho a la opinión propia entre los suyos.

A pesar de todo, el Congreso terminará aprobando el acuerdo. El documento de Juntos por el Cambio del domingo último, en el que aseguró que no “empujará a la Argentina al default”, es un anticipo de que usará todos los recursos parlamentarios para que el acuerdo salga aprobado del Parlamento. La coalición opositora puede hacerlo. Lo que no puede hacer es permitir que el Gobierno se dé todos los gustos en vida. Alberto Fernández quiere que la oposición apruebe el financiamiento del FMI, su plan económico implícito y también la teoría oficial de que toda la culpa fue del gobierno de Mauricio Macri, desplegada en los considerandos del proyecto de ley. Se parece mucho a una extorsión: la oposición debe aprobar hasta las críticas a la oposición con la amenaza de que la alternativa al acuerdo es mucho peor. Es la encerrona en que lo coloca al Presidente la colisión con su vicepresidenta. Debe quedar bien con ella, hablando mal de Macri hasta en los fundamentos de una ley, y pedirle a la oposición, que integra Macri, que lo ayude con la aprobación de esa ley. La obsesión de los Kirchner con el expresidente se pudo advertir hasta en la versión difundida por medios kirchneristas y filokirchneristas de que Macri se había levantado de la reunión de Juntos por el Cambio del domingo pasado apenas diez minutos después de que comenzara. La imagen era la de un líder derrotado dentro de su propio espacio político. La unanimidad de los dirigentes opositores que estuvieron en esa reunión por Zoom aseguró que eso no fue cierto. “Fue el primero que habló, después escuchó a todos los que hablaron y coincidió con las conclusiones finales. Nunca se fue”, dijo un dirigente radical que estuvo en la reunión telemática.

Es cierto que en Juntos por el Cambio hay posiciones distintas. Desde la del gobernador de Jujuy, Gerardo Morales, muy influenciado por su amigo Massa (también su aliado político provincial), hasta Patricia Bullrich, que prefiere una política más distante y combativa frente al oficialismo. Los que acercan posiciones entre esos extremos son los radicales Alfredo Cornejo, Mario Negri y Luis NaidenoffElisa Carrió y Juan Manuel López, de la Coalición Cívica, y Cristian Ritondo y Humberto Schiavoni, de Pro. Los diputados de Juntos por el Cambio hasta plantean la posibilidad de firmar un despacho de minoría en la Comisión (de minoría solo en la Comisión) para que el pleno del cuerpo decida luego en el recinto si aprueba el despacho de la mayoría o el de la minoría. En ambos casos, los proyectos dirán que debe aprobarse el acuerdo con el Fondo. El problema que se resuelve en estas horas es cómo lo dirán y de qué manera lo dirán, no qué dirán. Es el Presidente el que debe decidir si quiere una ley con un fuerte apoyo parlamentario, aunque deba resignar algunos caprichos, o si se inclina por una aprobación débil, con más abstenciones que votos a favor. De cualquier manera, la autorización para el acuerdo no está en duda entre los dirigentes de la oposición.