Gobierno: más un calvario que una campaña política

El camino al 14 se convirtió en una pesadilla para el oficialismo. La sucesión de disparates, lo que no heredó Máximo Kirchner y la doble pensión de Cristina como confirmación de privilegios.

El Gobierno transita el final de la campaña electoral como un auténtico calvario. Y se le nota. Desde las PASO para acá su recorrido se parece a una agonía, que es el peor de los estados. Siempre es mejor una definición, cualquiera sea. Sus candidatos lo saben y lo demuestran sin decirlo: no se equivoca quien piense que Tolosa Paz, Gollán, Santoro y aún los de menos exposición desean el final de lo que se ha convertido para ellos en una pesadilla.

La sucesión de fallidos en su discurso público no debe tener antecedentes. Fue notorio como cada uno de sus candidatos y voceros se entusiasmó con convertirse en el referente de la campaña para silenciarse luego de alguna definición papelonesca.

Desde el 12 de septiembre -para no ir más atrás- hasta hoy los ejemplos se amontonan uno detrás de otro. La carrera la inició Daniel Gollan el 23 de septiembre. No necesitó mucho tiempo para embarrarla. Habían pasado menos de dos semanas de las Primarias cuando lanzó: “Con un poco más de platita en el bolsillo la foto de Olivos no hubiese molestado tanto”.

Enseguida tomó la posta el tucumano Juan Manzur, que asumió con bríos la jefatura de Gabinete. Tardó unos pocos días en inmortalizar su: “Ojalá que Dios nos ayude, porque realmente nos hace falta”. Casi que no se le volvió a escuchar la tonada desde entonces.

Llegó más tarde el turno del experimentado en derrotas electorales Aníbal Fernández, que como ministro de Seguridad amenazó al humorista Nik. Aunque Aníbal Fernández parece imposible de callar, todos entendieron que no era el indicado para recuperar los votos perdidos.

El collar de perlas lo completó Alberto Fernández con su carta a la gobernadora de Río Negro, negándole colaboración luego de los atentados de los pseudo mapuches. “No es función del Gobierno brindar mayor seguridad a la región”, sorprendió a propios y extraños.

Al mismo tiempo, la campaña reveló que Máximo Kirchner heredó millones de dólares y valiosas propiedades (su procedencia es otra discusión) de sus padres, pero no el carisma ni la capacidad oratoria de su madre, cualidades inmateriales que le serían de mayor utilidad en estos días. Sin brillo, eligió radicalizar su discurso hacia el ultrakirchnerismo y pareció hablarle sólo a los militantes de La Cámpora, con consignas contra el FMI.

A esa cadena de despropósitos intentó corregir la campaña construida por el especialista catalán Antoni Gutiérrez Rubí, que se apoya en repetir Sí a lo que nadie le diría no. ¿Quién puede decir no a “tener la casa propia”? ¿O a “que los dirigentes lleguen a acuerdos”? El problema con la fórmula, y seguramente Gutiérrez Rubí lo sabe, es que su indisimulable desconexión con la realidad hace visible el artificio y debilita la potencia de la consigna.

Cristina Kirchner prefirió preservarse en la distancia y el mutismo, pero la noticia de su doble pensión de más de dos millones de pesos mensuales no fue el mejor mensaje electoral. Sin la contundencia de la imagen de Alberto Fernández de festejo en Olivos, marca otro hito en la confirmación de la idea de gobernantes que disfrutan de privilegios frente a una ciudadanía empobrecida.

La politóloga Ana Iparraguirre lo definió con precisión hace unos días: “Quizás lo mejor que puede hacer el Gobierno es silencio”.

Si se mira con detenimiento, y luego de la sucesión de disparates, es lo que intenta el oficialismo.