Cristina socializa la derrota con Alberto, Manzur y el peronismo

La Vice intenta compartir los costos de un mal resultado en noviembre. Y con el tucumano tiene cuentas pendientes.

La Vice intenta compartir los costos de un mal resultado en noviembre. Y con el tucumano tiene cuentas pendientes.

Pocas cosas quedan tan claras en la Argentina de estos días como el poder de Cristina como CEO y Controller del desgastado gobierno de Alberto Fernández. El Presidente llevó a los nuevos ministros a La Rioja para presentarlos en sociedad el sábado, y el lunes les tomó juramento en la Casa Rosada. Ella no estuvo en ninguno de los dos lugares. Ni en forma presencial ni por Zoom, cómo lo hizo su cuñada Alicia Kirchner. La Vicepresidenta forzó el cambio y eligió los nombres más importantes, pero ni siquiera hizo el esfuerzo de acercarse para ver el arranque de su última criatura.

En ese laboratorio del poder que es el peronismo se barajan varias hipótesis de por qué Cristina decidió dinamitar los mendrugos de credibilidad que le quedaban al Presidente. La primera es obvia y es la más repetida. La Vicepresidenta no quería que quedara ninguna duda sobre quién ejerce el liderazgo de un movimiento a cuyos dirigentes subestima y al que, despectivamente, bautizó como pejotismo. Un término que deja al descubierto la liviandad con la que suele tratar a sus «compañeros».

La segunda hipótesis es que la Vicepresidenta está realmente preocupada por el futuro inmediato del kirchnerismo. La derrota en las PASO no sólo complicó al gobierno de Alberto Fernández. También arrinconó a la gestión de Axel Kicillof, el refugio laboral de muchos dirigentes kirchneristas y de la militancia rentada. La adversidad es tanta que obligó también a un cambio de gabinete bonaerense.

De repente, Cristina percibe que no solo ella tiene una imagen negativa superior al 70%. Lo mismo le sucede al gobernador Kicillof, a su hijo Máximo Kirchner e incluso a Sergio Massa, quien siempre había logrado construir un perfil diferenciado al de la radicalización kirchnerista. Es otra de las certezas que se esfumó.

En ese contexto, ¿quién puede ser el dirigente que se recorte de la decadencia electoral para proyectarse como candidato presidencial en 2023? “Antes de la pandemia, sumando la posibilidad de la reelección de Alberto teníamos cuatro posibles presidenciables con Axel, Máximo y Sergio; ahora no tenemos ni uno solo”, se lamenta uno de los tantos funcionarios que apostaba a alguno de ellos para seguir calentándose con las brasas del poder. Es cierto que en política siempre hay chance de recuperarse, pero el horizonte es negro y el optimismo es cada vez más un combustible que se va agotando.

La tercera hipótesis sobre las intenciones de Cristina para implosionar el gabinete de Alberto es llamativamente audaz, pero va ganando cada vez más adeptos. En estas horas, hay peronistas que la quieren a la Vicepresidenta y otros que apenas la soportan pero que esgrimen el mismo argumento. Hablan de la Vicepresidenta como de alguien que quiere involucrar a todos los dirigentes del peronismo en el resultado adverso del domingo.

De acuerdo a este criterio, Cristina está socializando la posibilidad muy factible de derrota el domingo 14 de noviembre. No era imprescindible hacerlo con el Presidente porque Alberto ya estaba sancionado por la sociedad en las semanas previas a las PASO. Las fotos y los videos de la fiesta en la Quinta de Olivos y una cantidad inesperada de fiascos de campaña pusieron a Fernández varias veces en la superficie resbalosa del ridículo. Sabina Frederic fue una gran contribuyente con sus disertaciones públicas sobre la angustia de los carpinchos, la aburrida seguridad suiza y la benevolencia para con las bandas narcos de Rosario. Un guionista del neorrelismo italiano no lo hubiera resuelto mejor.

Lo interesante de la hipótesis socializadora de la derrota es que, con la elección de los nuevos ministros, Cristina insiste con el teorema que había ensayado en las PASO al elegir a los albertistas Victoria Tolosa Paz y Leandro Santoro como cabezas de lista en provincia de Buenos Aires y en la Ciudad. “Si ganamos, ganamos todos; y si perdemos, el que pierde es Alberto Fernández”, era la consigna que el kirchnerismo repetía en voz baja y sonriendo.

Lo misma vara cruza ahora la espalda del tucumano Juan Manzur. El gobernador había sido, antes incluso de que pareciera el Covid, el primero en afirmar que el ciclo de Cristina “estaba concluido” y en ofrecerle la provincia al Presidente para apurar el bautismo del “albertismo”. Ya se sabe cómo terminó todo aquello. Después de vapulearlo un par de veces en público, la Vicepresidente lo convirtió a Manzur en el protagonista fundamental de su última carta.

Astuto como buen descendiente de libaneses, Manzur sabe desde el principio que la oferta irrechazable de Cristina para convertirse en jefe de gabinete de Alberto es un arma de doble filo. Lo tienta el escenario nacional que puede convertirlo en un jugador impensado para el 2023, pero lo expone para convertirse en un accionista más de la derrota si las cosas no mejoran en noviembre.

Manzur, Massa y ¿por qué no Martín Guzmán? Cristina ya lo crucificó al ministro de Economía en la epístola de la semana pasada y será uno de los que deberá soportar fuego graneado si hay malas noticias en las elecciones legislativas. La Vicepresidenta intenta escapar como sea de la responsabilidad de otra derrota electoral, y apuesta a multiplicar socios para reducir el costo personal de la desgracia.

Del mismo modo en que lo hizo desde que lo eligió candidato presidencial, Cristina le aplica el abrazo del oso a Alberto Fernández y lo va dejando sin fuerzas. Mientras les tomaba juramento el lunes, el Presidente intentó sin éxito alguna que otra broma y hasta subía el tono de voz para simular ese enojo que es tierra fértil de los imitadores. Se sinceró al final y estremeció a la audiencia que enmudeció cuando dijo, casi sin darse cuenta: “Recordaremos estos dos años como los peores de nuestras vidas”.