Políticos a ciegas y con mucho miedo a perder

Por primera vez en una década habrá real competencia dentro las fuerzas políticas mayoritarias en distritos cruciales y eso puede ordenar o redefinir el mapa del poder interno en cada espacio

Por Claudio Jacquelin – Los dirigentes de los principales espacios partidarios caminan a ciegas por un túnel oscuro con un propósito compartido: no perder. Esa es la meta (o la idea del triunfo) con la que llegan a las primarias del próximo domingo. Aunque ganar o perder no son términos absolutos, sino entidades relativas a las que cada uno les asigna su significado.

Por primera vez en una década habrá real competencia dentro las fuerzas políticas mayoritarias en distritos cruciales y eso puede ordenar o redefinir el mapa del poder interno en cada espacio. No es poco. Pero las consecuencias institucionales efectivas solo llegarán con las elecciones del próximo 14 de noviembre.

Por lo tanto, este año las PASO recuperan su condición determinante de gran encuesta nacional, potenciada al infinito, ante la ausencia de previsiones demoscópicas confiables y predictores certeros. Tener alguna idea más o menos cierta del futuro es cada vez más difícil y más caro. Se calcula que las primarias le costarán al Estado casi 10.000 millones de pesos o $100 millones de dólares de la desfasada cotización oficial.

Así, cada espacio y cada línea interna juegan en estas PASO un partido distinto. El oficialismo tiene por propósito central no perder, que en su caso significa muchas cosas diferentes. Lo primordial en esta instancia es consagrarse como la fuerza más votada en el nivel nacional, ante la ausencia de competencia interna en el decisivo distrito bonaerense y en el más que visible territorio porteño. Cualquier otra cosa será vista como una derrota imposible de maquillar y con consecuencias para las relaciones de fuerza dentro de la coalición y para el rumbo del Gobierno.

En segundo lugar, aparece la preocupación por el resultado en la provincia de Buenos Aires, dada su capacidad de generar climas de opinión. La lista encabezada por la promotora del derecho al goce perpetuo, Victoria Tolosa Paz, debe sortear una vara alta. Está obligada a obtener el mayor porcentaje de votos frente a las demás fuerzas no solo por lo que pesan esos sufragios en la cuenta final nacional. El argumento de que el kirchnerismo no triunfa en las elecciones legislativas desde 2005 adolece de una debilidad argumental: la reunificación alcanzada en 2019 y que se mantiene hasta no tiene precedente equiparable. Es ganar o ganar, en términos absolutos. Las diferencias porcentuales darán motivos a análisis posteriores.

Más atrás se ubican en el orden de prioridades los resultados de algunas disputas, como la de Santa Fe, donde Alberto Fernández y Cristina Kirchner corren riesgo cierto de encontrarse con que apostaron por el equipo equivocado. Mientras tanto, cruzan los dedos, ruegan a los dioses de las urnas y, sobre todo, toman toda la distancia posible para no quedar pegados a un probable error de diagnóstico político rayano con la mala praxis. Nadie se salva solo.

Aunque provisionales, porque quedarán a la espera de la validación o modificación en noviembre, los resultados tendrán efectos no solo políticos. Serán una prueba ácida para el veranito bursátil de los últimos días. Las consecuencias económico-financieras de las PASO de 2019 son un antecedente merecedor de registro, más allá de las enormes diferencias que existen con aquella disputa en todos los planos, empezando por la obviedad de que entonces se dirimía una disputa presidencial. Las continuidades y los cambios que se ponen en juego no siempre son del orden de lo absoluto.

 

Retener a los propios

Esas urgencias explican el tono y el fondo que adquirió el discurso oficialista en la última semana. Un regreso a las fuentes para retener el voto de los propios, tras los intentos fallidos de pescar fuera de la pecera de los convencidos, apelando al sexo (partidario) y las drogas (blandas), en clave de rock ‘n’ roll desafinado de Los Auténticos Decadentes.

La ausencia del Presidente y de sus principales colaboradores del área económica en el acto de la Unión Industrial, las chicanas presidenciales contra los grandes industriales, la amenazante descalificación a los empresarios por parte de Máximo Kirchner y las diatribas de algunos funcionarios menores se inscriben en esa lógica. Después se verá.

Por las dudas, tanto desde la Casa Rosada como desde la jefatura de La Cámpora se deslizan versiones de intentos de un pacto económico-social con todos los actores sin exclusiones, de un acuerdo con el FMI después de las elecciones y algún tipo de consenso con la oposición. Combustible para la estufa que sostiene el veranito bursátil, bajo la premisa de que los comicios obligarán al oficialismo a transitar por la senda de la moderación y la sensatez. Como con las elecciones, tampoco hay acá elementos para la certeza, salvo las restricciones económico-financieras que enfrenta el Gobierno. El populismo sin plata no es populismo, dicen los optimistas que apuestan a la sensatez. Aunque la política comparada pueda desmentirlos. Aquí y en otras partes del mundo.

La gran duda es si los resultados obligarán a adelantar algún proceso de reformas. En la Casa Rosada se cuelgan del travesaño a la espera de que pasen lo minutos, las horas, los días y las semanas que faltan hasta las elecciones generales sin recibir y, sobre todo, sin hacerse más goles.

Optimistas por necesidad y procrastinadores por defecto, en el entorno de Fernández se esperanzan con que tendrán un mejor escenario económico para el 14 de noviembre. Alimentan esa expectativa la recuperación/rebote de la producción y el tan anunciado descenso de la inflación en agosto, por debajo del tres por ciento. Demasiado modesto todo si se tiene en cuenta que para fin de año el aumento general de precios acumulado será unos 20 puntos más que el calculado por el ahora malquerido Martín Guzmán.

Fernández y su equipo confían en que la pecera electoral esté habitada por especímenes con memoria de corto plazo. Demasiado corto. Y frágil. Cualquier convulsión provocada por los resultados de la encuesta nacional obligatoria y simultánea o cualquier otro evento podría alterar los cálculos, los planes y las previsiones. Ha pasado.

 

El túnel de los opositores

Para la oposición la meta propuesta de no perder varía según las realidades de cada fuerza y subespacio.

La coalición cambiemita en su condición de principal desafiante está obligada a ser la fuerza más votada en la ciudad de Buenos Aires para mantener la hegemonía electoral que tiene desde 2007. El que más lo necesita es Horacio Rodríguez Larreta. Él también está obligado a que su exviceje de gobierno, Diego Santilli, venza en la interna bonaerense por un margen significativo a Facundo Manes. Cualquier otro resultado implicará una derrota con daño colateral para su proyecto presidencial. Imposible de disimular. Hay mucho en juego.

Para Manes y el radicalismo hasta una derrota por pocos puntos puede ser mostrada como un triunfo. Va de punto y no está obligado a ganar, a pesar de sus tropiezos iniciales que desnudaron sus elevadas pretensiones. Por el contrario, una derrota demasiado amplia podría tener consecuencias diversas. Para él, para sus aliados internos y para la propia coalición. Nadie pronostica ese escenario. De concretarse, tendría dimensión sísmica, capaz de abrir otras grietas, que obligarían a reparaciones de urgencia para sostener la competitividad cambiemita en la elección de noviembre. Allí se juega el partido que empezará prefigurar el horizonte de 2023.

Las expectativas sobre las terceras fuerzas son muy elevadas. Tanto Florencio Randazzo y José Luis Espert, en PBA, como el antisistema Javier Milei, en CABA, han logrado no solo instalar la semicerteza de que pasarán el filtro de votos requeridos para superar el corte clasificatorio y tener presencia en noviembre, sino que el porcentaje que obtendrían llegaría a los dos dígitos. No es nada poco. Lograrlo será su triunfo. La duda es a costa de quién. Para los que compiten en territorio bonaerense, su primer desafío es que los que les dicen que los votarán concurran a las urnas y, después, si efectivamente lo hacen, deberán contar con los más de 30.000 fiscales necesarios para contabilizar esos votos y asegurarse la carga en las actas.

La relatividad de la victoria o el fracaso se desvanece y se transforma en absoluto para todos cuando se considera la dimensión de la participación. Una alta abstención será una derrota para todos.

Como señalan algunos expertos en opinión pública, las emociones negativas que dominan a los electores más refractarios no expresan, salvo casos aislados, un rechazo a la política. El enojo y el rechazo son hacia los políticos. Matices importantes. La extensión y oscuridad del túnel por el que los dirigentes transitan a ciegas puede ser aún más larga y más profunda.