¿Un electorado que ha naturalizado casi todo, excepto su bolsillo?

Cada vez son menos los reclamos que juegan un rol importante a la hora de votar. Para el Gobierno, cuántos más problemas se naturalicen, mejor.

Por Walter Schmidt – En su libro No es natural, el sociólogo valenciano Josep Vicent Marques describe un día en la vida de un personaje ficticio donde todo lo que hace está naturalizado, es decir, su rutina normal tiene situaciones y problemas recurrentes pero los acepta así. En la Argentina, ese personaje podría levantarse y ver que en su heladera siempre falta algo; que llegó la factura de la luz y que deberá postergar su pago para el próximo mes; que algún precio de alimentos aumentó; que debe comprarle útiles a sus hijos que cada vez aprenden menos y tienen menos días de clases; que debe achicar los gastos pero, aunque no le paguen bien, tiene trabajo; que al salir y al volver de su casa deberá cerciorarse de cerrar rejas y ventanas y mirar que al sacar o entrar el auto no haya nadie merodeando.

Para Marques, la naturalización de la realidad es una idea errónea porque puede haber una vida mejor. Dice que naturalizar las problemáticas impide pensar socialmente y solucionarlas de manera colectiva.

La campaña para las elecciones legislativas de noviembre plantea dos ejes: vacunación y economía. En la vacunación se recuesta la estrategia de Alberto Fernández y por eso la Casa Rosada pone tanto énfasis en la llegada de dosis al país y en la firma de contratos a futuro. Por eso fue un duro golpe los más de 100 mil muertos por Covid, producto de la falta de dosis pero también de negligencias que van desde los tardíos cambios para permitir la compra de vacuna Pfizer hasta los vacunados privilegiados y el vacunatorio Vip, tan grave que provocó la renuncia del ministro de Salud Ginés González García.

La crisis económica endémica alimenta el voto opositor en base a una inflación que este año se acercará al 53% de Mauricio Macri. Dirá el Gobierno que la culpa es de la pandemia; pero la implementación de políticas que no han funcionado nunca como los controles de precios, diseñadas por Axel Kicillof y llevadas adelante por Cristina Kirchner, nada tienen que ver con el virus.

La inflación se ha naturalizado. Prueba de ello es la falta de credibilidad en el peso y el recurrente refugio en el dólar para aquéllos que buscan preservar sus pocos ahorros. Ni los empresarios ni los gremios afines creyeron en la promesa de una inflación del 29% de Martín Guzmán. ¿Cómo queda la imagen de un ministro de Economía que no puede sostener siquiera los números de su Presupuesto que presentó en el Congreso?

También se naturaliza la pobreza, que en 2020 alcanzó al 42%. Casi la mitad del país es pobre. La clase media se achica porque muchos de ellos se convierten en pobres.

Del mismo modo, se han naturalizado las villas, ahora barrios vulnerables, y los planes sociales. A tal punto que cada vez hay más villas y más planes -más de la mitad de la población los percibe-, pese a que las últimas décadas hubo más gobiernos peronistas que opositores.

Lo que no se naturaliza, y por ello siempre incide en una elección, es la caída de los salarios y del poder adquisitivo y el desempleo. Es algo contra lo que ningún Gobierno ha podido, pero que determinó la suerte de Macri, de Cristina, de Fernando de la Rúa, de Carlos Menem y de Raúl Alfonsín. Nada menos.

Se han naturalizado los vaivenes del Poder Judicial. La justicia federal debe lidiar con causas vinculadas a funcionarios de Gobierno y empresarios pero se ha desnaturalizado su función y en cambio sus fallos se mueven al compás del poder reinante. Así como sobreactuaron en el uso de las prisiones preventivas aún en casos de corrupción luego probados como el de Amado Boudou y Ciccone Calcográfica, también empezaron a sobreactuar en favor del oficialismo.

La mesa judicial macrista se convirtió en la mesa judicial cristinista que en un año y medio promovió 150 denuncias contra ex funcionarios del gobierno anterior y ha conseguido beneficios para ex funcionarios K.

No puede calificarse de otra manera la reducción de pena de Boudou por el sólo hecho de acreditar cursos en la cárcel tan ridículos como electricidad, filosofía u organización de eventos. Cursos destinados a presos sin formación para darles herramientas u oficios para valerse cuando salgan de la prisión. No es el caso de Boudou, quien además de sus conocimientos en Economía y de sus bienes en Puerto Madero o Mar del Plata, posee un sueldo como ex vicepresidente de más de $500 mil y su esposa Mónica García de la Fuente unos $110 mil como asesora del FdT en Diputados.

De igual manera se ha naturalizado la falta de ética. Como es el caso de Victoria Donda, que acaba de ser sobreseída en una causa por haberle ofrecido a su empleada doméstica un puesto en el Estado. La justicia argumentó que eso nunca se concretó. ¿Y si ocurría?¿Y la ética? Poco importa que Donda vaya por la vida ofreciendo cargos que pagan los argentinos con sus impuestos o si explota a su empleada doméstica y la contrata en negro, de lo que también se la denuncia.

La inseguridad sí se ha naturalizado. La dirigencia política y los gobiernos entienden que para muchos es algo que no tiene solución. Por eso, de vez en cuando anuncian planes vacíos donde dotan a las fuerzas de seguridad de más patrulleros y presupuesto. A lo sumo cambian alguna ley y nada más. Problemas no resueltos ni abordados como la marginalidad, el deplorable estado de las cárceles que no cumplen con la resocialización del preso o la falta de estrategias de prevención y represión del delito en zonas liberadas del Conurbano bonaerense, reflejan el desinterés.

Distintos consultores coinciden en que la inseguridad no es una variable que se tenga en cuenta en el cuarto oscuro. Aunque sí sea una variable qué muchos argentinos que emigraron a países como España destacan: la tranquilidad para circular en las calles o hasta para olvidarse un objeto en una plaza y regresar sin que nadie lo haya tomado.

Los argentinos también han naturalizado la decadencia de la educación. Es un asunto mucho más grave ya que no parece haber conciencia de que sólo una revolución educativa dejaría atrás el resto de los problemas.

La educación ha caído tanto que las familias que pueden, no dudan en optar por los establecimientos privados. Y lo han sufrido mucho más en pandemia. Quienes concurren a la escuela pública chocan con la irresponsabilidad gremial, el deterioro de la infraestructura y la falta de tecnología, y el desfasaje respecto del mundo de los programas educativos y de la capacidad docente. Es lo que hay.

Todo parece circunscribirse a naturalizar o desnaturalizar la realidad. Aceptarla como tal o reclamar por ella. La pobreza, la inflación, el desempleo, la informalidad, las villas, los planes sociales, la justicia ciega, la inseguridad, la decadencia de la educación. ¿Qué pasaría si un día, la mayoría de la población desnaturalizara esta realidad económica y social y reclamara una mejor? Tal vez se habría dado el primer paso.