Con proyectos de poder, y sin proyectos de país

“Los malos gobernantes son elegidos por los buenos ciudadanos que no votan”.

Por Silvia Fesquet – “¿Por qué quiere ser Presidente?”. La entrevista discurría por los caminos normales, sin sobresaltos para el candidato, hasta que Roger Mudd lanzó la pregunta. Una de las más simples, honestas y obvias para formularle a cualquiera que aspire a conducir los destinos de su país. La mirada perdida, un gesto de extrañeza, silencio de segundos, eternos en televisión, balbuceos incomprensibles. Para Edward Kennedy fue el principio del fin. El senador no atinaba a dar respuesta a un interrogante que, tal vez, jamás se había planteado. Era agosto de 1979 y su carrera hacia la Casa Blanca terminaba antes de empezar.

¿Habría sido un buen presidente? Nunca lo sabremos. El discurso que pronunció en la Convención Demócrata en que James Carter lo derrotó, consagrándose para disputar las elecciones de 1980, se cuenta entre los 100 mejores de la historia de los Estados Unidos. Responsable de continuar con el legado de sus dos hermanos mayores, JFK y Bobby, con la carga a sus espaldas de tragedias familiares y del oscuro accidente de Chappaquiddick en que murió ahogada una de sus colaboradoras, tal vez Ted tuviera un proyecto de país. Lo que seguramente no tenía era un proyecto de poder. Ese le pertenecía a su padre, Joe, el patriarca que puso todas sus expectativas en el único varón sobreviviente del clan.

La evocación del caso se reaviva, por estos lados, ante la proximidad de las elecciones legislativas. Con algo menos de estruendo que las presidenciales, se exhiben muchos de los mismos vicios: luchas por protagonismo y poder más que proyectos y propuestas. Aunque no fue en campaña, el “Vamos por todo, por todo”, de la entonces presidenta Cristina Kirchner es uno de los ejemplos más despiadados del poder no como medio sino como objetivo. Reavivado, ahora como vice, también por otro objetivo: zafar de causas judiciales personales y familiares.

Hace tiempo ya que aquello que se llamaba plataforma partidaria prácticamente dejó de existir. Incluso, más de una vez, de no mirar a los candidatos que las enuncian, las promesas serían las mismas. Y tan generales y ambiguas que resultaría imposible no aplaudirlas: “Trabajo para todos y todas”, “Erradicar el hambre”, “Pobreza cero”, “Derrotar a la inflación”, “Reducir el gasto público”…

Difícilmente se explique cómo. O peor: a veces se explica y después da lo mismo, como aquello de Alberto Fernández con la tasa de las Leliq y los remedios de los jubilados. Lo que se ha devaluado, además del peso, es la palabra. Con todo desparpajo, Menem lo puso blanco sobre negro: “Si decía lo que iba a hacer, ¿quién me iba a votar?” Muchas veces la falta de un proyecto de país se traduce en “Llegamos al poder y después vamos viendo”.

El festival de egos que se pone en escena en la previa electoral, con lobos y lobas que se visten con piel de cordero y candidatos y candidatas que después de haber representado orgullosamente a un distrito saltan a otro sin ponerse colorados ni coloradas, desnudando el divorcio entre sus preocupaciones y las de la gente a la que deben representar, podría encontrar un límite. Aunque el hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra, hay algunas señales de alerta, que evidencian el hartazgo del electorado. Según consignó el sociólogo Manuel Castells tiempo atrás, una encuesta de Naciones Unidas realizada en 2017 determinó que el 83% de los ciudadanos de América latina no creían en ningún partido político, frente al 58% registrado en 2008. Coincide con un trabajo de la Universidad Siglo 21 del mismo año: 3 de cada 4 dijo que los políticos son corruptos o están involucrados en actos de enriquecimiento ilícito. Y el 65 % afirmó no creer en sus promesas. Meses atrás, en un estudio nacional de la consultora Reale Dalla Torre, a la pregunta “le cree” o “no le cree”, los once políticos relevados terminaron con resultado negativo. El escepticismo también es anotado por los encuestadores que vienen auscultando el panorama local. Y se reflejó en la baja participación de votantes en las elecciones provinciales de Misiones y Jujuy, por caso.

La decepción se comprende. Pero es peligrosa. Como decía George Jean Nathan, “los malos gobernantes son elegidos por los buenos ciudadanos que no votan”.