Más lejos del mundo, más cerca de Cristina

El voto contra Israel en el foro internacional más importante sobre los derechos humanos fue una nueva sorpresa de Alberto Fernández.

Por Joaquín Morales Solá – El lunes, cuando la cancillería israelí se quejó formalmente por el voto argentino en la Comisión de Derechos Humanos de las Naciones Unidas, el país entró en default técnico con el Club de París. El impago al Club de París era predecible; el voto contra Israel en el foro internacional más importante sobre los derechos humanos fue, en cambio, una nueva sorpresa de Alberto Fernández. El rencor contra Israel y las organizaciones de la comunidad judía argentina es propio de Cristina Kirchner, no del Presidente. La DAIA, que tiene la representación política de la comunidad judía, es querellante en la causa contra el memorándum con Irán firmado por la expresidenta.

Justo en estos días Cristina quiere que la Justicia desestime esa denuncia, originalmente presentada por el fiscal muerto Alberto Nisman (asesinado, según las conclusiones actuales de jueces y fiscales) para que no llegue a un juicio oral y público.

El entredicho se produjo cuando se advirtió que el gobierno argentino no había hecho ninguna mención en las Naciones Unidas al grupo Hamas, que fue el que inició los bombardeos a ciudadanos israelíes en las últimas semanas. La Argentina votó a favor de que se investigue si Israel violó los derechos humanos en Gaza. Hamas disparó desde Gaza más de 4000 misiles sobre ciudades israelíes. Israel le respondió con la carga de otros tantos misiles sobre la franja de Gaza, que es el territorio que controla Hamas desde 2007, cuando echó del lugar a otros grupos y partidos palestinos.

Mientras se realizaba en Jerusalén la reunión entre la cancillería israelí y el embajador argentino, Sergio Urribarri, un exgobernador de Entre Ríos disciplinado ante Cristina Kirchner, Alberto Fernández trataba en Buenos Aires de suturar heridas con las máximas autoridades de la DAIA.

La delegación de la DAIA, encabezada por su presidente, Jorge Knoblovits, le ratificó al Presidente que la Argentina no es un país más cuando se vota sobre tales asuntos en foros internacionales. “La sociedad argentina sufrió dos atentados criminales a manos de terroristas”, le recordó. Esto es: no se trata solo de un problema de la comunidad judía argentina, sino de toda la sociedad nacional. “La Argentina no es un país cualquiera cuando decide sobre el terrorismo internacional”, dijo un dirigente de la comunidad judía.

En efecto, ambos atentados fueron una incursión extranjera explícita y cruel en territorio soberano argentino. Hamas, que tiene un brazo armado y que nunca reconoció el derecho de Israel a existir, es considerado un grupo terrorista por los Estados Unidos, la Unión Europea, Alemania, Japón y varios países más. El vínculo entre Hamas y los atentados en la Argentina es Irán. El gobierno iraní es un poderoso aliado de Hamas y es, al mismo tiempo, el autor intelectual y financiero de los atentados que volaron las sedes en Buenos Aires de la embajada israelí y de la mutual judía, la AMIA, según la conclusión de la Justicia argentina.

En la conversación con la DAIA, que duró casi una hora y media, Alberto Fernández se mostró preocupado por la relación con Israel y con la comunidad judía argentina. Pero nadie cedió posiciones. “La preocupación era palpable”, dijo uno de los que participaron. Obvio: el Presidente se pavoneaba diciendo que su primer viaje al extranjero como presidente lo hizo a Israel. Ahora la relación entre los dos países está varios grados bajo cero.

En un momento, el canciller Felipe Solá, que estuvo en la reunión, dijo que él cometió un error cuando en el documento que justificó el voto argentino contra Israel no mencionó a Hamas. Tampoco en ese documento se señaló que fue Hamas quien inició las hostilidades en Medio Oriente y las continuó luego con pertinacia. Los dirigentes de la DAIA le manifestaron al gobierno argentino su pesar por ver al país votando juntos con países que no respetan los derechos humanos. Aunque no los nombraron, era obvio que señalaban a Venezuela, Cuba, Rusia y China, que fueron algunos de los acompañantes de la Argentina en el voto contra Israel. Los líderes de la comunidad judía expresaron, así las cosas, un sentimiento generalizado en vastos sectores de la sociedad argentina.

En un documento posterior, en el que se da cuenta de la reunión de Urribarri con la cancillería israelí, el Ministerio de Felipe Solá señaló que el Gobierno aspira a que se investiguen las violaciones de los derechos humanos en la reciente intifada misilística en Medio Oriente “por parte de todos los actores”, pero no nombra a Hamas. Subraya, sí, el disenso “con algunas apreciaciones de las autoridades israelíes”.

¿Qué velo misterioso protege a Hamas? ¿Con quién no quiere pelearse el gobierno de Alberto Fernández (o Cristina Kirchner) para ocultar siempre a Hamas? En una nueva escalada del conflicto diplomático, la embajadora israelí en Buenos Aires, Galit Ronen, señaló ayer que hay “tensiones” entre los dos países y calificó de “antisemita” las declaraciones del canciller Solá en las que señaló que “los judíos son más inteligentes” cuando describió lo que pasó entre Hamas y las autoridades de Israel.

“No podemos hacer esa clase de distinciones entre la gente”, señaló la embajadora, quien remarcó que también los palestinos deberían ofenderse. “El problema no fue entre Israel y los palestinos, sino entre Israel y Hamas”, ponderó. Pero Hamas es el actor al que solo se alude, si es que se alude, y no se nombra en Buenos Aires.

En la Comisión de Derechos Humanos de la ONU, la Argentina no solo votó junto a países sin autoridad moral para valorar la vigencia de los derechos humanos; también votó contra los intereses de los Estados Unidos, donde existe una importante influencia de su comunidad judía. Washington votó en contra de investigar a Israel.

La deuda con el Club de París

Dos días hábiles después, el país entraba en default técnico con el Club de París, donde también está el gobierno norteamericano. Se explica: hay 60 días de prorroga para que el default sea formal, pero es técnico desde el momento en que no se paga un vencimiento. Es la segunda vez en 20 años que la Argentina se declara en default con el Club de París; la anterior vez fue en la gran crisis de 2001.

El Club de París reúne solo a los Estados acreedores (no a los privados); resuelve, o trata de resolver, deudas entre países. Curiosamente, o no tan curiosamente, fue creado en 1956 para mediar en una crisis de deuda de la Argentina con otras naciones. Luego, se agregaron más países acreedores y deudores, pero la que inauguró la saga de impagos que dio vida al Club de Paris fue la Argentina hace 65 años.

El agudo economista Enrique Szewach señaló en un reciente artículo que los cristinistas que reclamaron no pagar la deuda con el Club de París y con el Fondo Monetario no pidieron nada que no se supiera con antelación. La Argentina no iba a pagar ni va a pagar, y eso lo sabe todo el mundo. La única pregunta aún sin respuesta, puede inferirse, es si lo hará a las patadas, como proponen los seguidores de Cristina, o si lo hará civilizadamente, como quiere el ministro de Economía, Martín Guzmán.

“En rigor, dice Szewach, lo que se ‘exige’ en el documento, es lo que los acreedores están dispuestos a otorgar” en nombre de la pandemia y de la crisis de la economía en muchos países. Y agrega: “Lo que se le pide al gobierno argentino, o a la Argentina como país, es que, simplemente, presente un programa, una hoja de ruta, un plan, que permita, al menos en teoría, inferir que la Argentina utilizará esas facilidades de pago para ordenar su macroeconomía”. También señala que nos piden “que cuidemos las formas”, que es lo que cristinismo no cuida nunca.

Cuidar las formas es lo que viene proponiendo Guzmán contra la opinión de los que reciben órdenes de Cristina Kirchner. Para ella, las negociaciones con el Fondo Monetario y con el Club de París son temas de campaña electoral, no de interés nacional. No distanciarse de Hamas es también una decisión electoral para no molestar al núcleo duro del cristinismo, que promueve políticas de alianzas con los peores gobiernos del mundo. La novedad es que Alberto Fernández, un viejo interlocutor de Washington, haya decidido convalidar esas políticas. O que Felipe Solá se arrepienta de errores que vuelve a cometer.