Argentina de la pospandemia ya no volverá a ser la misma

Un país donde se juntan la soberbia con el fracaso

Por Jorge Grispo – os encaminamos a los sueldos de Cuba, la libertad de Corea del Norte, la justicia de China y la abundancia de Venezuela.

En palabras de José de San Martín: “La soberbia es una discapacidad que suele afectar a pobres infelices mortales que se encuentran de golpe con una miserable cuota de poder”. La soberbia es un sentimiento de sobrevaloración o superioridad de uno mismo por sobre de los demás. El orgullo es disimulable, la soberbia no. Cuando la soberbia se funde en un abrazo con el fracaso, el resultado es nefasto.

Nuestra democracia se está autodestruyendo al saltar permanentemente la valla de la cordura y la razón. La grieta del odio está haciendo estragos en nuestra sociedad, generando cada día más división y rencor. Llama la atención que, en medio de una catástrofe mundial, nuestros líderes no estén a la altura de las circunstancias, depongan sus chicanas baratas y tweets patoteros sin sentido, para sentarse a dialogar y encontrar consenso en las diferencias para sanar una nación rota.

El derecho a la igualdad en un país que tira a las fauces de la pobreza en promedio dos mil ciudadanos al día, y donde el respeto por la ley y la Constitución Nacional se va acomodando a las necesidades del momento de quienes detentan el poder de turno, tiene un solo resultado posible: el desastre, hacia el cual pareciera que hemos enfilado a toda velocidad a juzgar por los hechos de los últimos días.

El sistema bipolar de nuestra política modelo “comida de avión” -pollo o pasta-, más allá de la existencia de algunas opciones que por su cantidad de votos apenas llegan a la calificación de copetín, nos coloca frente al desafío electoral de encontrar un rumbo que satisfaga las necesidades sin atender de una ciudadanía que clama por salir del fondo del pozo de la pobreza, producto de quienes nos vienen gobernando desde hace décadas, con decisiones pésimas a juzgar por el estado actual de nuestra nación.

Vivimos una simulación de la vida en democracia. Hace largos años que las instituciones se vienen degradando día tras día, bajo la excusa de los miedos existenciales que nos vienen impuestos desde “arriba”. Nuestra democracia, en la forma que la conocimos, está de mudanza, va camino a otra dirección llamada “autocracia”, en una nación donde la corrupción es la calificación legal de la inmoralidad y en el cual 22 millones de personas reciben mensualmente un cheque del Estado. Tenemos un modelo de país inviable.

Lo que está por venir no se trata de un juego entre optimistas y pesimistas. Solo es cuestión de ponerse los pantalones largos para diagnosticar los problemas acuciantes que tiene la Argentina de las cinco pandemias: Salud, Economía, Instituciones, Educación y Seguridad. Para solucionar un problema, lo primero que debemos hacer es definirlo correctamente, ya que una mala descripción nos llevará por el camino equivocado, error que, en un país cayendo por el precipicio de la decadencia, no podemos darnos el lujo de cometer. Lamentablemente la agenda actual de quienes detenta el poder político difiere en mucho de las necesidades del pueblo.

Durante largos meses esperamos la vacuna, cuando finalmente empezaron a llegar a cuentagotas, la mezquindad de la dirigencia política hizo que los vacunados VIP fueran primero los de la propia tropa, a la vez que, con goteo, se comenzó a vacunar a los ciudadanos de a pie. Al mismo tiempo que observamos por las redes sociales jóvenes haciendo la V mientras reciben su vacuna antes de turno, vemos hoy publicidad oficial donde abuelas y abuelas agradecen emocionados la vacuna, ¿no es eso acaso otro uso político más del elixir ruso? La soberbia se mezcla con el fracaso una vez más.

En el uso político de la vacuna también nos tocó ver cómo altos funcionarios, tergiversando los datos que se debían ingresar en la planilla pertinente, dijeron ser “personal médico”, cuando en realidad eran, por ejemplo, abogados, lo que por cierto importa conocer las graves consecuencias de sus propios actos al falsear dolosamente un documento público. Tampoco pasó nada con esto. El ya famoso anillo de Julio Grondona (Don Julio) “Todo Pasa”, recobra inusitada realidad. En un país serio la renuncia sería lo mínimo que hubiera sucedido. En el nuestro la soberbia se hace carne y uña con el fracaso y la amoralidad de quienes dirigen nuestros destinos.

Los gobernantes deben entender de una buena vez por todas que son ellos los que tienen que dar el ejemplo. Nos pidieron que nos quedáramos en casa mientras teníamos la cuarentena más larga. La ciudadanía hizo su parte. Se terminó destruyendo la economía, con la pérdida de una cantidad inconmensurable de puestos de trabajos. Sancionaron el impuesto a los ricos, sin siquiera tener el buen criterio de bajarse un 10 o 15% las dietas propias, como gesto de solidaridad con los esfuerzos que reclamaron de la población. Vimos por todos los medios cómo nuestros dirigentes se pasean sin barbijos, hacen asados con notables capos sindicales, fiestas de casamientos, bolsos con efectivo en la Televisión Pública que no se pudieron explicar fehacientemente y un sinfín de violaciones morales (y de las otras) que nos dejan atónitos.

La soberbia se vuelve a fundir con el fracaso nacional y popular de un modelo que no para de generar más y más pobres, que ya se cuentan por día, mientras vamos encaminados a los tres millones de contagiados “confirmados” y ya superamos lamentablemente los sesenta mil decesos por Covid. Un desastre por donde se lo mire.

La dirigencia política no está teniendo en cuenta que sus conductas de privilegiados (viajando en el avión de Messi, ofreciendo a una empleada doméstica un puesto pagado por todos nosotros, vacunados vip, sueldos de privilegios y sin recortes, etc.) genera una ola de hastío exacerbado en la ciudadanía. Por más optimismo que tengamos con el desarrollo a cuentagotas de la vacunación, lo cierto es que en los últimos tiempos padecemos una irrupción de hartazgo generalizado en la población, que solo se sostiene en el esfuerzo diario de los laburantes por llevar un plato de comida a sus hogares.

Lo toxicidad que refería el actor Oscar Martínez es una realidad. Argentina es un país tóxico donde consumimos a diario cantidades enormes de actos amorales, caos, desconcierto e incertidumbre. Lo que está sucediendo con las clases en el ámbito de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires es un claro ejemplo donde el relato infame de la política salvaje toma de rehenes a un sector de la población, en este casos los chicos y chicas que deben ser educados.

El de desasosiego en la población es una realidad que la casta dirigente no está teniendo en cuenta. Nuestra democracia se autodestruye a consecuencia de los abusos y la falta de respecto por la ley; es reemplazada por un relato que se amplifica día a día por la orquesta desafinada de los relatores del relato, donde la soberbia intenta explicar que el fracaso no es el fracaso sino algo diferente y, por supuesto, que la culpa siempre es de los otros.

Cuando todas las verdades son cuestionables la incertidumbre es la reina. Con un gobierno anómico, en medio de una pandemia que no para de sorprendernos, la falta de un rumbo claro resulta una carencia determinante para nuestro futuro. La Pandemia nos viene ganando a todos y todas. No nos sirvió, hasta ahora, para tener un país mejor y más solidario, para zanjar la grieta como nos prometieron, sino todo lo contrario. El 2021 termina siendo, en sus primeros meses, otro “pedazo” de tiempo tirado a la basura. Nos hemos convertido en un país mendigo por la deuda que no podemos pagar y por las vacunas que no terminamos de conseguir, donde reina la inmoralidad.

La debacle de un gobierno que se muestra impotente en la consecución de la solución de los problemas anteriores y actuales, hace que su propio relato caiga en saco roto, a la vez que nos impone vivir a todos en un estado de “anhedonia” permanente (incapacidad para experimentar sensaciones placenteras o agradables). Tras largos meses de pandemia, una gran mayoría de la población experimenta problemas de ansiedad, depresión y agotamiento. No es “relajo”, es hartazgo de una crisis que sabemos cuando empezó, pero no tenemos idea cuándo y cómo terminará.

La realidad del 2021 supera en mucho lo que nos dijeron y lo que nos imaginábamos a mediados del 2020. La Pandemia conmocionó a la sociedad, que se vio obligada a cambiar drásticamente su estilo de vida, en la mayoría de los casos, en desmedro de lo que era su vida anterior. La Argentina de la post pandemia no volverá a ser la misma. Saldremos como nación mucho más empobrecidos de lo que estábamos en marzo de 2020, y, a la luz de los hechos actuales, mucho más divididos y agrietados. Poco a poco, nos fuimos acostumbrando a vivir en un país tóxico. Es hora de que abramos los ojos y veamos a nuestro alrededor, como punto de partida para poder cambiar nuestra ruinosa realidad.

Desde lo económico estamos bloqueados. La falta de dólares está generando una bola de nieve que en su momento será difícil, por no decir imposible, parar. La falta de stock en productos de gran importancia para la producción es ya un problema que empieza a no tener solución y los quiebres en la cadena de producción son una realidad que genera un mayor nivel de desempleo e importantes cierres de fábricas. Al ritmo que vamos, el gas en el invierno será un bien escaso.

La indignación, el malestar, el agotamiento, la depresión y el estrés han aumentado exponencialmente, los trabajadores se sienten peor que el pasado año, a la vez que observan atónicos como los que gobiernan se vacunan, gozan de privilegios, cobran sueldos y jubilaciones millonarias, tienen auto con chofer pago por la ciudadanía, más un sinfín de privilegios de los que no gozan los laburantes de a pie. No es broma. En esta época catastrófica existen diferentes niveles de menoscabos: pérdida de hogares, de salud, de ingresos; la muerte de familiares y otros seres queridos; la ausencia de seguridad, el incremento del narcotráfico a niveles impensados, solo por mencionar algunos. Todos sería imposible.

En el caso de las Pymes y comerciantes la situación es peor aún. No creo que exista nadie que no admita que el último año ha sido el más difícil que han experimentado: tener que decirles a los empleados que no hay trabajo, navegar por la incertidumbre de cuándo y cómo reabrir, cómo pagar los sueldos y los impuestos que no cesan de agobiarlos, además de explorar la transición hacia nuevos servicios para intentar sobrevivir o tirar algunos meses.

Todo esto que nos pasa no es causal. Vivimos tironeados entre el delirio y la locura. Vamos camino a un modelo de país donde los sueldos son de los Cuba, la libertad de Corea del Norte, la justicia de China y la abundancia de Venezuela, a medida que nos alejamos del mundo, marcando un rumbo impensado para la Argentina de la post pandemia que ya no volverá a ser la misma, sino algo aún peor.

“La naturaleza de los hombres soberbios y viles es mostrarse insolentes en la prosperidad y abyectos y humildes en la adversidad”. Nicolás Maquiavelo.