El intento de ocultar con magia la corrupción

No ocurre con las vacunas nada que no supiéramos que podía ocurrir; la alerta ciudadana es esencial para mantener vigentes las normas que se olvidan de manera recurrente.

Por Adriana Amado – En un momento en el que pensaba recuperar la centralidad de la agenda, Alberto Fernández quedó sacudido por el mayor escándalo desde que asumió; el largo desgaste de Ginés y la demanda judicial creciente de Cristina

En un momento en el que pensaba recuperar la centralidad de la agenda, Alberto Fernández quedó sacudido por el mayor escándalo desde que asumió; el largo desgaste de Ginés y la demanda judicial creciente de Cristina.

El escándalo siempre estuvo ahí. No ocurre con las vacunas nada que no supiéramos que podía ocurrir. Solo que el pensamiento mágico gusta de esperar resultados distintos de las prácticas de siempre. En todo el mundo la política entró a la pandemia en sus niveles más bajos de credibilidad. La proeza de esos líderes que lograron revertir la desconfianza social es explicada por aquellos que la confirmaron con ideas creativas: que ya habían tenido la gripe A, que son mujeres, que están en invierno, que tienen plata o que son una isla. Es más calmante pensar que la población muere o no accede a vacunas por una conspiración universal que asumir la responsabilidad y sus consecuencias.

Por eso alivia la excusa de que irregularidades en la vacunación ocurrieron en todo el mundo y hacer de la corrupción algo intrínseco a la política, que solo perversas intenciones del periodismo magnifican. El pensamiento mágico elige compararse con los que están peor y desmerece los países que logran inmunizar a su población a pesar de las irregularidades. En los escándalos internacionales, hay casos en los que las instituciones expulsan al infractor, y otros como la Argentina, en los que, se vaya o se quede, persiste la opacidad del sistema. El hechizo desdibuja la diferencia entre la corrupción como excepción y la corrupción como práctica sistemática de gobierno.

La magia aplicada a la política tiene esas cosas. Cuando deja de sorprender que el mago haga desaparecer una moneda en la oreja, se impone redoblar la apuesta y esconder bolsos con millones detrás de una cancela. O disimular tres mil vacunas detrás de unos dedos en “v” a vista de todos en las redes sociales, donde se buscan los suspiros de asombro que todo prodigio requiere para consagrarse. Para que la magia llegue al clímax David Copperfield, el truco de la desaparición de vacunas debe ejecutarse a la vista de todos, en el mismo hospital donde tantos esperan que los atiendan, en la repartición que reúne la comisión de notables que bendice resoluciones bienintencionadas que luego se usarán para delinquir intencionalmente.

El encanto de las masas llega al paroxismo cuando parece que “no fue magia”, sino atributos sobrenaturales de personajes que ofrecen su espectáculo al grito de que ellos son ese Estado que te cuida, te educa, te protege de los enemigos de la nación. Que suelen ser los empeñados en revelar los trucos de los prestidigitadores patrios que insisten en que todo tiene que pasar por sus manos mágicas. Cualquier documento que establezca un protocolo preciso y burocrático arruinaría la ilusión y delataría que los fascinadores son, en realidad, facinerosos.

A la masa hipnotizada le parece cosa de capitalistas que en el país vecino cualquiera pueda saber con precisión cuántas personas hay vacunadas, en qué distritos, de qué edad, con qué vacuna y qué porcentaje falta de cada grupo priorizado. También reniega de que un representante de Human Rights Watch, José Vivanco, asocie el escándalo argentino con el vacunagate peruano y recuerde “que el orden de acceso a la vacuna debe ser transparente y basarse en criterios de salud pública, no en afinidades ideológicas o cargos de gobierno”. Para el grupo encantado con el truco de que los derechos humanos eran cosa del pasado es perturbador que alguien desvele que hay derechos humanos del presente.

La Organización Mundial de la Salud recomendaba en octubre de 2020 que las estrategias nacionales de vacunación se fundamentaran en decisiones basadas en evidencias y en valores éticos. Para María Teresa López de la Vieja, catedrática emérita de Filosofía Moral de la Universidad de Salamanca, esos tres pilares éticos son integridad, liderazgo y transparencia. La ética es un conjunto de criterios que permiten resolver los dilemas éticos a partir de las mejores prácticas. En la Argentina hemos intentado imponer por la ley de ética en el ejercicio de la función pública valores como honestidad, probidad, rectitud, buena fe y austeridad. Pero ni la existencia de una sanción por incumplimiento parece disuadir a quienes insisten en ocultar con magia la corrupción.

La integridad como acatamiento de los deberes más allá de influencias o ideologías es el primer valor jaqueado con las irregularidades globales cometidas en nombre de la salud pública. El reconocido investigador Dan Ariely demuestra que cuanto más alejados estamos de cualquier pauta de pensamiento ético, más fácil es caer en la deshonestidad. La alerta ciudadana es esencial en estos tiempos para mantener vigentes las normas que se olvidan de manera recurrente. Dice el especialista que el comportamiento irracional que lleva a la falta se repite del mismo modo una y otra vez, por eso el recordatorio de los marcos legales que obligan al funcionario público y a la ciudadanía debe ser incesante.

El liderazgo de ejercer el servicio público de manera ejemplar con colaboradores y pares está lejos de ese cinismo que justificaba la vacunación de privilegio como ejemplo para animar al resto de la sociedad. Una clase política desprestigiada no es ejemplo ni siquiera con sus mejores intenciones, especialmente cuando con su codicia se apropia de un bien escasísimo que no llega todavía a quienes han expuesto su salud desde el primer momento de la pandemia, mientras que la mayoría de la población no se puede vacunar aunque quisiera.

Si la integridad y el liderazgo quedarán en suspenso hasta que la Justicia o las urnas decidan si esos servidores estuvieron a la altura, el valor ético de la transparencia es una actitud activa que la sociedad puede poner en práctica inmediatamente. Nada atentaría más contra la prestidigitación corrupta de las vacunas que la publicación de datos detallados, con discriminación de origen y destino de las dosis, cantidad de población de cada uno de los grupos y porcentajes de cada persona vacunada en cada jurisdicción.

Se puede mentir porque no hay datos. Y no hay datos para poder mentir con declaraciones incontrastables. En esa trampa estamos enfrascados desde hace años. Pero una cosa es declarar que todo el personal de salud está vacunado y otra tener datos para constatar que una localidad de seis mil habitantes en la pampa profunda completó su calendario de vacunación mientras que la región metropolitana que concentra un cuarto de la población argentina y el mayor riesgo de contagio aún no sabe cuándo vacunará a su personal médico.

La transparencia también se puede provocar mirando hacia afuera. Durante 2020 el Gobierno sancionó el decreto 297 y sus más de setecientas normas modificatorias coartando derechos elementales en nombre del artículo del Código Penal que castiga la propagación de epidemias. Con ese pase mágico impidieron volver al domicilio, ir a correr a los parques, asistir a la escuela, ir a consultas médicas. De no tener refutadores de mitos en el extranjero que aportaron datos que mostraban que más que un truco, era un maleficio, todavía seguiríamos en cuarentena. La desinformación es un vidrio opaco que oculta las trampas y disimula la arbitrariedad. La transparencia hace a las sociedades éticas.