Un proyecto de país por las futuras generaciones

El progreso individual en el país se ha vuelto una odisea: sin créditos para inversión ni vivienda, con asfixiante presión impositiva, inestabilidad cambiaria y con inflación estructural, planificar a futuro se hace cada vez más difícil.

Por Julio Picabea – El politólogo Rodrigo Zarazaga utiliza una analogía bastante acertada para describir al Estado en Argentina: lo compara con un golem. Según la mitología medieval judia, el golem es un coloso de arcilla creado por el pueblo para garantizarse protección. Sin embargo, se trata de una figura inacabada e incompleta, que puede rebelarse contra sus protegidos aterrorizándolos y causándoles grandes pérdidas e incluso la muerte. Si bien es cierto que utiliza dicha analogía para referirse exclusivamente al Estado en su instancia municipal y en el conurbano bonaerense, la misma podría hacerse extensiva a todo el orden estatal en el país.

El Estado argentino, al igual que el golem, parece haberse vuelto contra sus creadores. Sin capacidad para proveer bienes públicos con eficiencia (seguridad, educación, salud, infraestructura y financiamiento), paulatinamente ha ido deteriorando la calidad de vida de su población, al punto de tornarse, en muchos casos, insoportable. El progreso individual en el país se ha vuelto una odisea: sin créditos bancarios para inversión, sin créditos hipotecarios para adquirir una vivienda, con una asfixiante presión impositiva, con inestabilidad cambiaria y con una inflación estructural de dos dígitos hace décadas, planificar a futuro se hace cada vez más díficil.

La Argentina se ha convertido en un caso de estudio en el mundo académico local e internacional debido su “des-desarrollo” a lo largo del los últimos 100 años. En el siglo XIX supo tener dirigentes con visión de futuro, como los miembros de la generación del 37 y del 80; estancieros de vanguardia, que apostaron a la producción agroganadera; fue la tierra anhelada por los extranjeros, debido a sus oportunidades de progreso; y ocupó, hacia principios del siglo XX, los primeros lugares del mundo en términos de ingreso per cápita. Después de la Crisis de 1930, tras los cambios en el orden mundial, desarrolló un modelo de sustitución de importaciones que permitió el progreso de las ciudades y la incorporación de los sectores marginados al trabajo industrial. Ambas visiones entendieron la dinámica global de la época y se adaptaron en pos del progreso de la nación. Pero, como bien lo expresa Pablo Gerchunoff, esa ilusión se transformó en desencanto.

Si se analiza detenidamente la trayectoria argentina de los últimos 70 años podrá observarse el paulatino pero sostenido agravamiento de las variables económicas y sociales del país. La segunda posguerra trajo consigo la aparición de problemas de índole macroeconómico para la Argentina, y que adquirieron el carácter de estructurales, como la inflación y el déficit fiscal. Según el economista de CIPPEC, Martín Rapetti, desde 1960 hasta la fecha Argentina ha sido el país con más periodos recesivos del mundo seguido por la República del Congo. Otro economista, Marcos Buscaglia, expresa que la inflación promedio de los últimos 50 años ha rondado el 38%.

El Estado de los argentinos

El declive de la economía argentina ha tenido como consecuencia lógica el deterioro del tejido social, dando lugar a la aparición de la pobreza también como un problema estructural de la sociedad argentina. De acuerdo a un informe del Observatorio de la Deuda Social de la UCA, desde 1983 hasta la fecha la pobreza se ha mantenido en un piso del 25%, alcanzando picos en las coyunturas económicas negativas (actualmente afecta a un 40,5% de la población del país según el último informe de INDEC). Dicho piso nunca ha sido perforado a lo largo de los últimos 38 años. Si ponemos el foco en las futuras generaciones, los números no son más alentadores. Según UNICEF Argentina, 6 de cada 10 jóvenes menores de 18 años se encuentran en situación de pobreza. El otro dato, que vuelve aún más alarmante la situación, es que muchos jóvenes del segmento profesional tienen intenciones de abandorar el país.

Desandar el camino del “desencanto” debe ser el gran desafío de la dirigencia política argentina. Para ello es imprescindible desarrollar un modelo de gobernanza intertemporal que esté sustentado en un proyecto de país. Una idea de desarrollo que piense en las futuras generaciones. Una idea de progreso que aproveche las fortalezas relativas con las que cuenta el país: Vaca Muerta, los recursos minerales, los agroalimentos, la fauna marina, los servicios basados en el conocimiento y el turismo. Una visión de época que comprenda la necesidad de integrarnos a un mundo que está globalizado, del cuál necesitamos obtener financiamiento y al cuál podemos proveerle bienes de la naturaleza y servicios. Una visión estratégica que le permita al país desarrollarse y ganar autonomía. Una idea de nación que evite que continuemos en la pobreza local y que caigamos en la insignificancia internacional. Una visión de futuro que invite a soñar a los jóvenes.

* Julio Picabea. Máster en Políticas Públicas y maestrando en RR.II de la Universidad Austral. Docente universitario.