¿Bajará la inflación?

Frente a la decisión política de no reducir el gasto, la presión sobre los precios seguirá en aumento y, por supuesto, la emisión también

Por Manuel Alvarado Ledesma – La mayor parte de la política económica de los últimos años ha sido aplicada bajo la influencia de mecanismos adoptados en los años 50-80, cuando la realidad y las circunstancias, ya entrados en el siglo XXI, hacen que los factores a tomar en cuanta sean muy distintos.

Gran parte de la explicación de este fenómeno proviene del electorado, que bajo la influencia de una suerte de relato, tiende a sustentar un poder con determinados rasgos de corrupción y necesitado de votos cautivos. Tal relato siempre está supeditado a la disposición de un gasto público a fondo perdido, con el objetivo de mostrar su sensibilidad frente a las necesidades de los humildes.

Esta suerte de “dependencia del sendero”, tal como la entiende Douglas C. North, es la del populismo argentino. De allí surgen criterios como los de “compre nacional”, “soberanía alimentaria” o “industria nacional”, típicas de un chauvinismo sembrado por parte del poder político y parte del empresariado, que se alimenta del Estado. A consecuencia de ellos, son implantadas las barreras arancelarias y, así, se relega la competitividad del país.

Esta “dependencia del sendero” viene siempre con tasas de inflación elevadas y su consecuente pobreza en crecimiento.

Las expectativas inflacionarias son determinadas por la inflación presente. Una vez incorporadas a la cultura de la gente, se retroalimentan, en tanto haya una masa monetaria que lo permita. Las personas quedan sometidas a decisiones pautadas por la denominada “dependencia del sendero”.

Miremos lo sucedido con Alemania. Sin dudas es el país más estricto respecto a la emisión de dinero. Lo prueba la forma de operar del Banco Central Europeo, donde influye el recuerdo de la hiperinflación alemana posterior a la primera guerra mundial.

En el caso de nuestro país, existe una suerte de inercia inflacionaria. Que se efectiviza por la política monetaria dispuesta a cubrir el déficit fiscal.

Las expectativas inflacionarias son determinadas por la inflación presente. Una vez incorporadas a la cultura de la gente, se retroalimentan, en tanto haya una masa monetaria que lo permita

Ahora venimos de diez años de alta inercia inflacionaria, con una infraestructura deficiente y en una economía donde el gasto público se acerca al 50% del PBI. Sería el más alto de Sudamérica y el empleo público está por encima del promedio regional.

Frente a la decisión política de no reducir el gasto, la presión impositiva seguirá en aumento y, por supuesto, la emisión también.

Es obvio que hay una inflación latente con gran distorsión de los precios relativos. Uno podría apostar a que el Gobierno intenta “patear” el incremento de la tasa de inflación para bien entrado el año nuevo.

El nivel general del índice de precios al consumidor (IPC) registró un acumulado de los últimos 12 meses es de 35,8 por ciento.

Este año seguramente finalice con una inflación cercana al 36% anual. A este coeficiente se llegará a costa de no haber subido tarifas ni de haber permitido una mayor variación de precios de muchos servicios como el de los colegios (que directamente funcionaban a medias) en un contexto donde no hubo puja de salarios y, sobre todo, con una gran caída del PBI de, al menos, un 11 por ciento.

Este año seguramente finalice con una inflación cercana al 36% anual

Pero a partir de marzo próximo, la taba se dará vuelta. Volverán muchos servicios como el de los colegios. La lucha por los ingresos será cruda y deberán restablecerse los precios relativos con suba de tarifas. Además, la presión sobre el dólar para mejorar la balanza comercial se agudizará.

¿Vale así estimar una menor tasa de inflación? No deberíamos aguardar un coeficiente menor al 45 por ciento.

La actual política cambiaria acentúa la intención de importar y frena las exportaciones, y en este cuadro la demanda de pesos sigue en baja.

Por el momento, la pax cambiaria sigue vigente todavía, por la quietud de los dólares paralelos, a resultas de las intervenciones en el mercado de bonos, pero al costo un sustancial aumento del riesgo país.

No podemos saber qué va a pasar. Pero sí prever que muchas cosas no cambiarán. Y lamentablemente, en desmedro de la economía y el bienestar de la gente.

¿Hay esperanzas de una mejora? Si se anunciase un plan económico, con una profunda reforma del Estado y reasignación de las partidas del gasto, una modificación de la estructura laboral y tributaria –que comprenda lo impositivo, aduanero y el Sistema de Seguridad Social–, claro que sí.

Ello debería generar confianza en el futuro y estabilizar la demanda de dinero. Por nuestra historia, la gente no puede creer; pero está dispuesta a hacerlo. Pero ello amerita, antes que nada, un plan consistente.