Los persistentes efectos de la economía de Perón

El convulsionado siglo XX ha estado caracterizado por un grupo de hombres de Estado que ejercieron una influencia significativa sobre las políticas económicas de sus países.

Por Roberto Cortés Conde, Javier Ortiz Batalla y Gerardo della Paolera – Sin embargo, existen pocos casos, si alguno, donde las decisiones económicas se lleven a cabo evocando las realizadas por un político en los años 40 del siglo pasado. Pero este es el caso de la Argentina, donde las políticas de Perón son invocadas una y otra vez por los gobiernos ante la mirada de desconcierto de quienes analizan su sociedad. ¿Existe alguna razón que permita explicar la peculiaridad de un país que permanece atrapado en las políticas de hace 75 años? Esta y otras preguntas son las que se formulan en el libro La economía de Perón, coordinado por Roberto Cortés Conde, Javier Ortiz Batalla, Laura D’Amato y Gerardo della Paolera, que cubre los dos primeros gobiernos de Perón (1946-1955), revisando sus principales políticas monetarias, fiscales, sectoriales y sociales.

Allí con la participación de un grupo destacado de economistas e historiadores, se ofrece una explicación a esta y a otras preguntas vinculadas, que se alejan a menudo de la visión de buena parte de la bibliografía previa. En esta, se describía el fenómeno del peronismo como un proceso destinado a ocurrir. Un gobierno que durante el «período de oro» (1946-1948) cometió ciertos excesos en sus políticas, entendibles a la luz de una búsqueda por alcanzar logros largamente postergados de justicia social, pero que corrigió en gran medida durante su segundo gobierno.

En este libro se plantea una hipótesis diferente, en línea con lo enunciado, por el propio Cortés Conde, el célebre historiador Carlos Díaz Alejandro, en sus famosos Ensayos, o el profesor Ferns en su libro La Argentina. Se revisa este proceso histórico en un tono similar al que utilizó Raúl Prebisch en su Informe al gobierno argentino de 1956. Un país que finalizada la experiencia peronista quedaba descapitalizado, sin las fabulosas reservas en oro que recibiera de sus antecesores, sin transporte ni energía y con un sector agrícola severamente disminuido. Además con una industria atrasada tecnológicamente y ahogada por la falta de insumos y con una inflación rampante que desde 1949 superó a menudo el 30% anual, acompañadas por brechas cambiarias superiores al 300%.

Son resultados verdaderamente sorprendentes para un país que había logrado crecer a un 4% anual entre 1900 y 1945, una tasa de las más importantes del mundo, y con una inflación de solo 1,7% anual.

Si bien el modelo de política económica impulsado por Perón tuvo algunas características idiosincráticas, no fue original. La llamada «cuestión social» estaba en auge desde fines del siglo XIX, y el movimiento hacia una mayor intervención del Estado y una incorporación de las cláusulas sociales en las constituciones liberales que prevalecían durante la Belle Époque había comenzado con la I Guerra (1914-1919). Y la Gran Depresión (1929-1932) así como la II Guerra (1939-1945) habían dado a ese movimiento un nuevo impulso.

Las políticas de Perón fueron a menudo idiosincráticas. En numerosos países se estatizaron los bancos centrales, como en la Argentina, pero prácticamente en ninguno se centralizó en manos de este el manejo de todo el otorgamiento de créditos de la economía. En una variedad de naciones se crearon bancos de desarrollo, pero en pocos se confundió el papel convencional de un banco central con el de una institución de desarrollo

Sin embargo, las políticas de Perón fueron también a menudo idiosincráticas. En numerosos países se estatizaron los bancos centrales, como en la Argentina, pero prácticamente en ninguno se centralizó en manos de este el manejo de todo el otorgamiento de créditos de la economía. En una variedad de naciones se crearon bancos de desarrollo, pero en pocos se confundió el papel convencional de un banco central con el de una institución de desarrollo. Con el agravante de que se transformó al Banco Central también en prestamista de primera instancia del gobierno, uno que había triplicado su déficit fiscal a pesar de la aparición de una miríada de nuevos tributos. No fue la única fuente de financiamiento extraordinaria del poco transparente nuevo sistema presupuestario. Las nacientes cajas de jubilaciones, así como los ingresos del IAPI, un instituto que llegó a monopolizar más del 90% del comercio exterior argentino, fueron nuevos modos de financiar un Estado creciente, que además dilapidó rápidamente sus cuantiosas reservas cancelando deuda y nacionalizando una serie de servicios públicos que, usados como fuente de empleo público, comenzaron a experimentar déficits de magnitud.

Mientras tanto, la Argentina se había excluido del sistema que podía proveerle de financiamiento internacional. Hasta 1956, la Argentina no adherirá al sistema de Bretton Woods y de la mano de su exótico presidente del Banco Central y negociador externo, Miguel Miranda, tenderá a aislarse del renaciente sistema global de comercio llevando a cabo ruinosas actividades comerciales. Las tasas reales negativas de interés hicieron declinar drásticamente los depósitos de los bancos, mientras el gobierno intentaba que los ahorristas reemplazaran sus carteras por otra caracterizada por tasas fuertemente negativas. Con conversiones muy perjudiciales para los ahorristas, se dio comienzo a un largo proceso de abandono del peso como reserva de valor, y los ahorristas argentinos comenzaron a considerar la posibilidad de incorporar bienes inmuebles y dólares en sus portafolios.

La sobrevaluación del tipo de cambio oficial junto a un conjunto de regulaciones mientras tanto hacía cada vez menos competitivas las exportaciones, castigando fuertemente al sector agrícola, principal fuente de divisas, un movimiento que se intentó compensar con préstamos: primero a la industria y luego al agro. La falta de divisas limitó severamente la incorporación de capital, agravando los problemas de obsolescencia que se observaban desde la II Guerra. Nuestro país, en forma gradual, había incorporado derechos laborales mucho antes que Perón. Pero este les dio un nuevo impulso a estas reformas. Aunque también se centralizó en el Estado la fijación de las escalas salariales, estableciendo un salario mínimo vital y escalas de salarios básicos. La centralización y burocratización de las negociaciones harán difícil la adaptación de las relaciones laborales a modificaciones del perfil productivo y limitarán severamente los retornos sobre la educación. Los sindicatos únicos vinculados al gobierno serán otra de las herencias que perdurarán hasta nuestros días.

Los cambios drásticos que implementó el gobierno de Perón terminaron encerrándolo en las mismas contradicciones que le impidieron obtener los objetivos de redistribución del ingreso, justicia social y desarrollo industrial que se planteó. Pero de ningún modo ni él ni quienes le siguieron fueron capaces de modificar ese sistema. Desde entonces, salvo breves interludios, ese modelo se mantuvo generando crisis cada vez más severas. Ahora, ante este panorama surge la pregunta de por qué, si fue un experimento fallido, tuvo una influencia tan duradera. Un sistema de las características del que se generó durante esos años, si bien fuertemente perjudicial para la sociedad, no lo fue para todos por igual. Algunos ganaron aunque la mayoría se perjudicara. En la Argentina la acción de intereses corporativos privilegiados fortalecidos por Perón, mejor organizados y provistos de un atractivo relato épico, se han impuesto una y otra vez a los intereses del ciudadano común.

Es de esperar que en un momento no muy distante la sociedad argentina emprenda la tarea de modificarlo, volviendo al sendero de progreso y modernidad que caracterizó a nuestro país durante buena parte del siglo pasado.