La última oportunidad de Alberto para «liberarse»

Algo se rompió entre el Presidente y la vice después de la carta que la vicepresidenta publicó para recordar los diez años de la muerte de su esposo.

Por Luis Majul – Algo que, según el testimonio de dos hombres de confianza que responden a Alberto Fernández, será, por lo menos durante las próximas semanas, muy difícil de arreglar.

Más allá de sus declaraciones públicas, el jefe del Estado consideró a ciertos párrafos casi un signo de «deslealtad». ¿Cuáles? El de los funcionarios que no funcionan. Y el subrayado de que quien gobierna es el presidente, «como si fuera tan necesario aclararlo». Pero quizá, lo que más le dolió, fue que no le haya avisado antes. Haberse enterado de su existencia en el mismo momento en que fue publicada. Junto con el resto de los argentinos. De hecho, después de la carta, no habría habido ningún encuentro presencial. Y los contactos virtuales se habrían vuelto más esporádicos. Existe, ahora, entre los dos, otra enorme diferencia. La del balance de la gestión. Cristina, en realidad, cree que el Gobierno no va ni para atrás ni para adelante. La lista de ministros que, para ella, deberían renunciar sigue siendo la de siempre.

Si fuera por ella, el presidente del Banco Central, Miguel Pesce, se tendría que haber ido hace rato. Pero también el jefe de Gabinete, Santiago Cafiero, y media docena de ministros más. Todos, muy leales al presidente. En cambio, el jefe del Estado cree que las cosas no van tan mal. Que todavía le quedan algunos recursos para empezar a enderezarlas. También piensa, pero lo dice en voz muy baja, que una buena parte de la responsabilidad por la caída de la imagen de la gestión tiene más que ver con los ruidos de la coalición, y con episodios que deberían facturarse en la cuenta de la propia Cristina, o de quienes se referencian en ella. La última aventura de Juan Grabois es uno de esos casos. Cerca del Presidente afirman que, por su culpa, la semanita de verano con el dólar a la baja no tuvo, en los medios, la repercusión positiva que debería haber tenido. Y ahora también, el grupo de amigos de Alberto que habla con él sobre asuntos que nadie más habla, reconocen que el fallido intento de expropiación de Vicentin fue el episodio que detonó la primera y más relevante reacción de desconfianza sobre el rumbo del oficialismo.

«Alberto dijo que había sido idea suya y que pensó que lo iban a aplaudir para proteger a la gente de Cristina. Puso su capital político a disposición de la coalición por lealtad. Por eso la carta le dolió como ninguna otra cosa», argumentó un funcionario muy leal al Presidente.

Alberto Fernández y Cristina Fernández también piensan diferente sobre por qué la administración viene perdiendo imagen e intención de voto, día tras día. Ella supone porque los ministros, los secretarios y los directores no se mueven al ritmo adecuado. Y que el propio Presidente tampoco. En cambio, él entiende que es por la pandemia, y también por las señales confusas que da la coalición sobre el rumbo de la economía y del país.

En el medio de una mirada y la otra, está la del presidente de la Cámara de Diputados, Sergio Massa. El exintendente de Tigre comparte la teoría de Cristina de que el gabinete necesita una renovación. En su «lista negra» aparecen muchos de los ministros a los que Cristina ya les bajó el pulgar. Sin embargo, se diferencia de la vicepresidenta en dos cuestiones. Una: jamás lo diría en público. Y dos: se puso muy cerca del Presidente, cuando terminó de leer la carta de Cristina y temió que sus diferencias pudieran pasar a mayores. Además, no considera que este sea el momento para hacer modificaciones profundas en el gabinete. «No en el medio de la tormenta», insiste.

Sergio Massa comparte la teoría de Cristina de que el gabinete necesita una renovación. En su «lista negra» aparecen muchos de los ministros a los que Cristina ya les bajó el pulgar

Massa es uno de los que interpretan que la tormenta todavía no pasó. Es de los que creen que los argentinos no tolerarían un nuevo fracaso después del que determinó la derrota de Macri. Que si el Gobierno no empieza a corregir la dirección, no habrá futuro ni para Cristina, ni para Máximo Kirchner, ni para él mismo. Que una nueva gran desilusión podría desembocar en un «que se vayan todos», pero con más fuerza y quizá también más violencia que las registradas en diciembre de 2001. ¿Está Massa entre los «amigos» del Presidente que lo invitan a ponerse de una vez el traje de presidente y asumir que, en efecto, es él quien maneja la lapicera, y que no debería ser tan condescendiente con Cristina, ya que a ella no parece importarle tanto que al Gobierno le vaya bien? No se sabe con certeza. Sí se sabe que está «construyendo hacia el centro», con el objetivo de disputarle a Juntos por el Cambio los votos que Horacio Rodríguez Larreta, con su estilo moderado y su imagen de gestor eficaz, le estaría arrebatando al oficialismo.

Los que sí insisten en que Alberto Fernández tiene una última oportunidad para «liberarse» de los condicionamientos de Cristina Fernández y ponerse el traje de presidente son sus «amigos y amigas políticas» más cercanos. Incondicionales como Vilma Ibarra y Marcela Losardo y Gustavo Beliz. Su nuevo amigo político, Roberto Lavagna, a quien le adjudican un papel importante en el empoderamiento de Guzmán en detrimento de Pesce. Los gobernadores peronistas con los que habla más seguido, como Sergio Uñac, Juan Manzur y Omar Perotti. Los intendentes del conurbano que pelean por la última reelección. Uno de ellos habló con el jefe del Estado horas después de la carta que tantas lecturas generó. Le mostró las encuestas. Usó, más de una vez, la palabra desencanto. Para referirse al humor de más de un 20 por ciento entre quienes lo votaron. Y para confesarle que, entre sus propios aliados, existe una suerte de decepción porque no termina de animarse a ejercer todo el poder. El mismo poder del que Cristina Fernández, ahora, lo hace exclusivamente responsable.

Un poco antes de ese momento, Fernández ya tenía decidido dar un giro hacia la ortodoxia, la racionalidad económica o «la derecha», como dirían los chicos grandes de La Cámpora. Ellos están alborotados por el encuentro que Guzmán mantuvo con los «dueños de la Argentina». No solo porque allí estaban a quienes todavía consideran sus grandes enemigos ideológicos, como Héctor Magnetto y Paolo Rocca. También porque Guzmán les aseguró que el año que viene bajará considerablemente el gasto público, desde ahora mismo reducirá el ritmo de la emisión monetaria, y empezará a desarmar pacientemente los focos de conflicto con el campo y el sector productivo, en general. Parece que no habrá más IFE y tampoco más ATP. Parece que se empezarán a descongelar, de manera paulatina, la mayoría de las tarifas.

El martes, el primer mandatario parecía cansado pero exultante. Él leyó el fallo de la Corte como un guiño hacia el acuerdo con Cristina Fernández que lo llevó a la presidencia de la Nación y su certeza de que con el triunfo del Frente de Todos los jueces se acomodarían solos, al constatar para dónde sopla el viento. Fernández interpreta que si el frente judicial de la vicepresidenta se descomprime, ella no dirá una palabra por este intento de giro hacia la heterodoxia, y lo dejará tomar decisiones en paz.

Alberto Fernández leyó el fallo de la Corte como un guiño hacia el acuerdo con Cristina Fernández que lo llevó a la presidencia de la Nación

Las próximas horas serán cruciales. Si los ahijados políticos de la vicepresidenta se mantienen en silencio y no lo empiezan a esmerilar una vez más, Fernández completará el círculo con el anuncio de un principio de acuerdo con el Fondo, lo que, entiende, ayudará a tranquilizar «un poco más» la economía. En cambio, sus asesores de medios le pidieron que deje de hablar de la vacuna rusa, hasta que haya más certezas sobre su efectividad.

«No generemos falsas expectativas. No alimentemos al ejército de los desencantados», le pidieron. «Pero, al final, Alberto hace siempre lo que se le da la gana a él», me dijo uno de sus asesores de confianza.