Juan Ameri y Ruth Bader Ginsburg

Se entiende que Sergio Massa le dijera al ex diputado Juan Ameri que si no renunciaba inmediatamente, lo expulsarían esa misma noche.

Por Jorge Fontevecchia – Ameri no era solo Ameri: si no pasaba rápido al olvido, podría convertirse en un significante de la degradación de los legisladores y políticos en general, especialmente de la coalición gobernante. Cuando en los años 90 se terminó expulsando al diputado del peronismo de Catamarca Ángel Luque, padre del condenado por el asesinato de María Soledad Morales, su desprestigio se irradió sobre el menemismo en su conjunto, bautizado benevolentemente como “pizza con champán”.

Este año Sergio Massa ya venía de padecer críticas por haber dado quórum gracias a la banca ocupada por Daniel Scioli siendo ya embajador, hecho que la oposición comparó con el escándalo del “diputrucho” de cuando otro diputado del peronismo (Julio Samid) envió a su asesor a ocupar una banca vacía para completar el quórum en 1992.

No es solo un problema de Argentina, durante el impeachment de Dilma Rousseff, cuando toda la Cámara baja de Brasil tenía que expresarse oralmente, daba vergüenza escuchar el nivel de los diputados de las zonas más remotas de nuestro vecino al justificar su voto. El realismo mágico de Luque, Samid o Ameri no es solo patrimonio de los legisladores. Según informa el diario El Tribuno de Salta, en la provincia que representaba Ameri ya se lanzó “el cuarteto del diputado chupateta” y en las elecciones de 2015, quien había sido vicegobernador tres veces por el peronismo presentó su nueva candidatura con un comercial bailando el tema que lleva su nombre: la cumbia de Walter Wayar.

El problema para Sergio Massa no era la falta de inhibición de Ameri y los peronistas que lo precedieron en otros escándalos, sino que ese tropicalismo sin filtro irradiara aún más sobre la imagen del peronismo en su conjunto, donde ya existen controversias entre sectores que reivindican el pasado y los que proponen una renovación, como puede contrastarse de la lectura de los reportajes largos a Guillermo Moreno y al gobernador de San Juan, Sergio Uñac, en esta edición.

Que un diputado sea soez puede parecer venial frente a un diputado corrupto, pero la estética tiene un poder comunicacional superior a la lógica. Y a la hora de generar cohesión, la estética sustituye a la ideología cuando esta se permite (o necesita) ir de derecha a izquierda sin pudores.

Este martes, la Corte Suprema de Justicia tratará el eventual per saltum en la causa por los traslados de los jueces Leopoldo Bruglia, Pablo Bertuzzi y Germán Castelli. Y en la posición que tomen no solo estarán decidiendo sobre el tema en cuestión, sino prestigiando o desprestigiando (como el ex diputado Ameri)  la independencia de la Justicia frente al Poder Legislativo, en este caso el Senado, conducido por Cristina Kirchner, y el Poder Ejecutivo, que refrendó con decretos su decisión sobre los tres jueces.

La decisión del presidente de la Corte Suprema, Carlos Rosenkrantz, de convocar a los demás miembros del tribunal fue tomada la misma semana en que falleció en Estados Unidos la más famosa integrante de la Corte Suprema de ese país y probablemente del mundo, la jueza Ruth Bader Ginsburg. El duelo nacional que produjo su muerte y las muestras de reconocimiento masivo que despertó el funeral de la jueza no podrían no haber sido seguidos por los miembros de la Corte Suprema argentina y en el inconsciente hacerlos reflexionar sobre el papel que cumplen.

En Argentina la Justicia sufrió el mismo desprestigio que los otros poderes del Estado, pero no fue así en Estados Unidos ni en Brasil, donde los nombres de los once miembros de la Corte Suprema de Justicia son más conocidos que los once jugadores de la selección de fútbol y más respetados que los ministros, gobernadores y el propio presidente de turno. Está en manos del máximo tribunal de Justicia recomponer la imagen del Poder Judicial en el atributo esencial de la división de poderes.

Si la reforma judicial que promueve Alberto Fernández tiene un argumento ético en qué fundamentarse es el de la falta de independencia de los jueces que juzgan a los funcionarios del Poder Ejecutivo y Legislativo de turno. Y la condición para que cualquier futura reforma de la Justicia sea percibida como una forma de dotar de mayor independencia a la Justicia es comenzando por la independencia de la Corte Suprema sobre quienes promueven esa reforma desde los otros dos poderes.

La vida de la jueza  Ruth Bader Ginsburg podría ser una fuente de inspiración. En el reportaje que le realizó en 2018 el Buenos Aires Times, que se distribuye los sábados con PERFIL, ella dijo: “Mi sueño es que volvamos a lo que era y debería ser: es decir, que los jueces no sean políticos y deberían ser aprobados en función de sus calificaciones como jueces y no en función de su registro de partido” (http://bit.ly/RBGBrainPower).

Es difícil explicar en Argentina el nivel de popularidad y respeto, cualidades raras de congeniar, de Ruth Bader Ginsburg en Estados Unidos. La mejor forma es entrar a Amazon y ver la cantidad de productos con su imagen: decenas de remeras diferentes con su rostro, collares como el que viste en la foto que ilustra en esta columna, barbijos y medias, pins, tazas, muñecas, llaveros, aros, banderas, los lentes y sigue: son tres páginas web de productos (http://bit.ly/RBG-Amazon).

Como lo fue el Che Guevara en los 70, Ruth Bader Ginsburg es un ícono de la revolución pacífica más importante de fin del siglo pasado y comienzos de este: el feminismo y la igualdad de géneros.

Elogiada por los progresistas por su apasionada defensa de los derechos de la mujer, las libertades civiles y el estado de derecho, hasta tuvo el reconocimiento de Donald Trump: “Ella demostró que uno puede estar en desacuerdo sin ser desagradable”.

En 1971 logró que se derogue la primera ley por discriminación de género y ella introdujo el término “género” porque hasta entonces eran definidas como “cuestiones de sexo”. Sobre ella se hicieron películas, un célebre personaje de Saturday Night Life y hasta una ópera. Para todos vale asistir a los siete minutos de la televisión pública de Estados Unidos sobre su vida y la devoción que despertó en las jóvenes norteamericanas. Pero más aún para nuestros jueces, a quienes ojalá inspire:

El martes lo comprobaremos.