Ensayo experimental Voluntarios sin miedo a la vacuna: así encaran los brasileños al coronavirus

Un pequeño dolor en el brazo, algo dentro de lo normal. Es lo máximo que sintió AlineRodrigues, una joven médica brasileña después de recibir hace unos días la esperadísima vacuna contra el COVID-19. Como ella, miles de brasileños dejaron el miedo a un lado para poner su granito de arena en busca de una solución a la pandemia.

«Lo que viví en los últimos meses fue terrorífico. No tenía miedo a la vacuna porque más miedo me daba el COVID-19. Presentarme como voluntaria creo que tiene que ver con el hecho de ser médica, estudiamos medicina para salvar vidas, ¿no? Es en estos momentos es cuando se demuestra», dice en entrevista con Sputnik.

Una historia

Dentro de unos años, es posible que Rodrigues tenga una bonita historia que contar a sus nietos: ella forma parte del grupo de 2.000 voluntarios que en Brasil probarán la eficacia de la vacuna elaborada por la Universidad de Oxford junto al laboratorio AstraZeneca, gracias a un acuerdo con la Universidad Federal de Sao Paulo (Unifesp).

Unos amigos de la Unifesp le avisaron a Aline que estaban buscando a profesionales de la salud para testar la vacuna. Ella no se lo pensó dos veces. Lo que haga falta para acabar con el maldito virus. Llevaba muchos meses viviendo una auténtica pesadilla. En el hospital público de Sao Paulo donde trabaja pasó de ser gerente de pediatría a actuar en la línea de frente del COVID-19.

«De repente, el hospital se convirtió en un ‘covidario’ (…) hacía más de dos años que no atendía a adultos, pero tuve que hacerlo, claro. Fue muy angustiante, he visto mucho sufrimiento, mucha muerte», explica esta joven, que confiesa que al principio incluso llegó a buscar la ayuda de un psiquiatra para sobrellevar la situación.

La fuerte exposición de Aline y otros profesionales al virus es el principal motivo que llevó a la responsables de la vacuna a testarla en Brasil, actualmente uno de los epicentros del coronavirus a nivel mundial. En todo este tiempo, tan sólo en el estado de Sao Paulo, donde se concentran buena parte de las pruebas de la vacuna, murieron más de 16.400 personas y se infectaron más de 330.000.

La situación, no obstante, empieza a mejorar («ya estamos desmontando algunas salas», dice Aline esperanzada). El hospital empieza a respirar y ella y sus colegas también. Parece que se intuye un poco de luz al final del túnel. Esa luz podría ser la ansiada vacuna.

En realidad, Aline no sabe si está vacunada contra el COVID-19 o si le inyectaron una solución contra la meningitis, que podría causar efectos secundarios similares. Es posible que en los próximos meses sienta en algún momento hinchazón, fiebre, dolores corporales, malestar general… En el peor de los casos, incluso podría haber cuadros neurológicos importantes o desarrollar la enfermedad. «Pero sería muy raro, porque el virus está muerto», recuerda.

A partir de ahora, cada vez que sienta algo raro, tiene que avisar a los investigadores. Además, se someterá a revisiones cada tres meses. En principio, está previsto que el ensayo clínico acabe dentro de un año, pero todo dependerá de los resultados de estos primeros meses. «Todo cambia muy rápido. Nadie tiene nada claro. Si ven que está funcionando pueden acabar el estudio antes», considera Rodrigues.