Una muerte que reaviva viejas grietas y suma nuevas angustias

Hasta hace apenas unas horas, una buena parte de la dirigencia política oscilaba, cuando trataba de mirar el horizonte, entre las especulaciones sobre sus chances electorales en 2021 y el temor creciente a un nuevo "que se vayan todos".

Por Claudio Jacquelin – La amplitud de ocurrencias probabilísticas entre uno y otro escenario dibuja la magnitud de la incertidumbre y el desconcierto. También explica algunas reacciones de esa dirigencia ante otra muerte que conmociona a la opinión pública y expone la distancia entre las disputas políticas y las urgencias sociales.

Las referencias a la crisis de 2001 se han vuelto un tópico a medida que la crisis económica se agrava con cada día que pasa de pandemia y cuarentena sin fin y sin salida a la vista. Puede ser exceso o falta de imaginación, pero está presente en cualquier charla. De dirigentes y de ciudadanos comunes. Y sirve para todo. Para alertar, para temer, para atemorizar, para descartar, para lo que le guste a quien recurre al paralelismo.

La irrupción de la noticia del asesinato del exsecretario de Cristina Kirchner Fabián Gutiérrez no dispersó, adormeció o postergó esos riesgos ni los temores que desvelan a la sociedad. Tampoco los que atormentan a la dirigencia. Todo lo contrario. Como en cualquier crisis, los desaciertos tienden a retroalimentarse . El efecto circular se transforma en remolino.

La muerte del excolaborador presidencial, como otras ocurridas durante otros gobiernos de la democracia, reinstaló sombras, sospechas, prejuicios, enfrentamientos políticos y debilidades institucionales. Toda una radiografía de la Argentina y de las deudas de la democracia recuperada hace 37 años.

Las primeras informaciones sobre el crimen de Gutiérrez, que había declarado contra su exjefa en la causa de los cuadernos de las coimas, repusieron de inmediato en la memoria colectiva algunos de los excesos, irregularidades y opacidades de la intimidad y de la actuación pública del kirchnerismo que no toda la sociedad indultó.

La velocidad con la que el juez de la causa decidió descartar móviles políticos no ayudó a construir confianza ni a alejar fantasmas. Mucho menos que la fiscal fuera la sobrina de Cristina Kirchner. Tampoco la identidad y la pertenencia social y familiar de los acusados. Una mezcla confusa de personas, roles y situaciones. Así se define la promiscuidad.

Lo mismo generó la inmediata adhesión a la hipótesis del crimen «pasional» (palabra que se creía en desuso) por parte del oficialismo y la forma en que se manejó la información desde los medios públicos. El control fue absoluto.

Estaba claro que, más allá de los móviles del crimen, significaba el regreso al centro de la agenda pública de personas vinculadas con hechos de corrupción ocurridos durante los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner. Un tropiezo para la campaña de absolución, olvido o impunidad, (marque la opción que más le guste) emprendida por el kirchnerismo.

No puede extrañar, entonces, que el comunicado de urgencia emitido por los líderes de los partidos que integran Juntos por el Cambio imprimiéndole visos políticos al crimen haya causado tanto ruido puertas adentro de la coalición opositora. Tampoco debe sorprender que haya sido tan rápidamente aprovechado por el Gobierno. Un regalo inesperado.

«La ansiedad y la incontinencia verbal nos van a arruinar», admitió un importante dirigente de la coalición opositora. La coincidencia atravesó varios distritos. La falta de la firma y el silencio de algunos de los dirigentes cambiemitas con mejor imagen, como Horacio Rodríguez Larreta, fueron elocuentes. Muchos de los principales referentes de JxC se enteraron del pronunciamiento cuando ya se había hecho público.

El jefe de Gabinete, Santiago Cafiero , que hace apenas dos semanas había abandonado su habitual moderación y su discurso antigrieta para disparar munición gruesa contra el macrismo, lideró la respuesta oficialista con un llamado a «la unidad, la sensatez y la reflexión» en un extenso hilo de tuits.

Hasta se permitió hacer pedagogía, al decir que se debe «exigir a los magistrados y tribunales actuantes la máxima diligencia y el mayor rigor técnico judicial». ¿Considerará los lazos familiares o políticos de los agentes judiciales santacruceños o sus antecedentes en otras actuaciones como causales de probables faltas de diligencia o de rigor técnico?

Contragolpeó, además, con la acusación a la oposición de instigar a la división y el odio y de confundir a la opinión pública. Y de paso se congració con el cristinismo al reivindicar la vidriosa causa iniciada por el juez Federico Villena y que le fue sacada por falta de imparcialidad. Afirmó, sin matices, que allí «se ventilan presuntos mecanismos que vincularían a servicios de inteligencia, periodistas y magistrados en la promoción de falsas acusaciones penales». Una definición casi académica de la doctrina del lawfare que promueve Cristina Kirchner. Lujos que las torpezas ajenas permiten. Aunque no necesariamente sirvan al declamado fin de cerrar grietas.

La estruendosa irrupción del asesinato del excolaborador y luego acusador de Cristina Kirchner difícilmente altere o modifique las principales preocupaciones de la sociedad, más allá de la conmoción provocada. Por el contrario, podría potenciarlas y agravarlas.

Los niveles de aprobación que muestran las encuestas de la gestión oficial pueden ser engañosos. Los expertos en opinión pública más rigurosos advierten, por ejemplo, sobre la escasa profundidad de la alta imagen presidencial. «Si sacás la pandemia y el contraste con Cristina o con Macri, a Alberto le queda muy poco. Por lo tanto, si no logra hacer algo más que aplanar la curva de contagios alargando la cuarentena y sigue alejándose del centro, va a tener poca espalda para afrontar lo que se viene cuando pase la peste», dice un lúcido encuestador.

Los pronósticos económicos no son coincidentes, es cierto. Oscilan entre lo muy malo y lo peor. La situación social no tiene mejores augurios. Y hasta desde el oficialismo ya advierten sobre un recrudecimiento de la inseguridad cuando concluya o se flexibilice el aislamiento social. Demasiados desafíos para la cohesión y la paz social mientras la dirigencia política se pelea. Mientras el Gobierno sigue sin ofrecer proyectos claros y la oposición, sin aportar propuestas superadoras ni demostraciones de haber asumido y aprendido de los errores cometidos cuando le tocó gobernar.

No es de extrañar que los fantasmas de hace 20 años vuelvan a corporizarse. Tampoco que desvelen a muchos dirigentes políticos, aunque no logran aclararles la visión.

En medio de la confusión, las próximas elecciones vuelven a ocupar la atención de funcionarios y dirigentes. Las discusiones sobre la conveniencia de mantener o suspender la realización de las PASO recuperaron en las dos últimas semanas su lugar en las agendas políticas.

El presidente de la Cámara de Diputados, Sergio Massa, y el líder de la bancada oficialista, Máximo Kirchner, no solo se dedican a los acercamientos sociales con poderosos empresarios. También trabajan sobre el calendario electoral. Lo analizaron intensamente durante la semana pasada. El aislamiento social tiene excepciones para la política.

La eventual suspensión de las PASO es una tentación para el oficialismo, a excepción de algunos intendentes bonaerenses no camporistas, esos que alguna vez se ilusionaron con el albertismo y tienen fecha de vencimiento en 2023.

En cambio, esa posibilidad eriza a los cambiemitas. Las diferencias y tensiones que atraviesan a la coalición opositora pueden ser explosivas si se ve forzada a armar listas sin poder dirimir postulaciones en una interna obligatoria. Problemas de ser una auténtica coalición, sin liderazgos indiscutidos, fuerzas dominantes o proyectos comunes que ordenen. Macri ya no es una fuerza centrípeta.

Es más fácil ordenarse para una «coalición imperfecta», como el Frente de Todos, donde hay un centro de gravedad indiscutido, capaz de imponer la verticalidad y evitar la dispersión.

La situación económica también es motivo de cálculo electoral y una de las principales variables que les urge despejar a economistas partidarios y externos es la del tiempo. Descartado que los malos indicadores se agudizarán y que la recuperación se demorará, la pregunta del millón es cuándo llegará el pico de la crisis y cuándo puede empezar a percibirse alguna reactivación, aunque sea pasajera y que no se refleje solo en las planillas. Nadie arriesga certezas, aunque hacen correr distintos modelos prospectivos.

Todavía hay muchos que especulan con beneficiarse de una profundización de la crisis o de un módico repunte. Aunque para las urgencias de la mayoría de los argentinos tales discusiones pueden parecer política ficción. Los más prudentes y empáticos lo saben. Y les temen. Pero no son los que dominan la agenda ni mueven el amperímetro.