Por Luis Majúl – En las últimas horas el oficialismo acaba de imponer un relato a sangre y fuego, con tres supuestos. Uno: la mayor expansión del virus está en la Ciudad de Buenos Aires, que conduce Horario Rodríguez Larreta. Dos: A la vocera de la Garganta Poderosa, Ramona Medina, contagiada de coronavirus, la mataron, con su desidia, las autoridades del gobierno de la Ciudad. Y tres: en el caso de que el Covid-19 empiece a contagiar a mansalva a los habitantes de la provincia, la responsabilidad, como no podía ser de otra manera, debería recaer sobre los altos funcionarios porteños.
Esto no es un invento del equipo de Mirá. No nos crean a nosotros. Revisen las declaraciones del ministro de Salud de la Provincia, Daniel Gollán, todavía procesado por la causa denominada Plan Qunita, unos kits para recién nacidos que habrían sido comprados por el Estado con sobreprecios durante el último gobierno de Cristina Kirchner. El delito que se le imputa a Gollán es «fraude en perjuicio de la administración pública, en concurso ideal con el delito de abuso de autoridad y violación de los deberes de funcionario».
Gollán ayer instaló la idea de que todo lo malo viene de la Ciudad y que de la Provincia viene todo lo bueno. Visiten su cuenta de Twittr y vean cómo señala con rojo el mapa da la Ciudad y presenta a la zona como la de mayor contagio. Por supuesto el ministro no dice que la Ciudad también es el distrito donde se están haciendo más testeos. Al relato siempre le conviene potenciar unos datos y borrar otros. No vaya a ser cosa que a alguien se le ocurra preguntar por la verdad y queden descolocados de por vida.
Decimos cris/albertismo porque, aunque parece que cada uno atiende su propio juego, el Presidente y la vicepresidenta jugarían de memoria, con un mismo objetivo: la victoria en las elecciones legislativas del año que viene. El Jefe de Estado estaría en el mejor de los mundos. Con altísimos niveles de adhesión debido al miedo y la incertidumbre que genera la pandemia, y su acertada decisión de instaurar la cuarentena estricta a partir del 12 de marzo. Con posibilidades ciertas de lograr un acuerdo aceptable con los acreedores eternos, lo que lo colocaría en una posición de líder sensato, moderado, y aceptable ante parte del 41 por ciento del electorado que no lo votó. Y por supuesto, manteniendo una centralidad en la agenda pública que ni siquiera soñaba cuando asumió.
Por su parte, Cristina, aunque todavía no se siente tan cómoda, parece haber alcanzado un punto de entendimiento con el dirigente al que ungió como presidente. Ella intentará apurar su estrategia para lograr impunidad. El no se pondrá a la cabeza de manera ostensible, pero la acompañará. Ahora que los días pasaron, parece mucho más claro lo que habrían conversado en la famosa cumbre cuyo contenido nadie reveló. Las cuestiones de la deuda y el Covid-19 no pudieron haberlas evitado. Pero las de la reforma judicial y la eventual reforma de la Corte Suprema de Justicia tendrían que haber sido parte de la charla sí o sí. ¿Habrá terminado de convencer Cristina a Alberto de proponer una ampliación de la Corte con más jueces amigos?
La reforma de la Justicia ¿incluiría un nombramiento masivo de más de un listado de 200 jueces que están sobre el escritorio del Jefe de Estado, listos para ser aprobados, por la vía del Senado? El ataque extemporáneo de Alberto a María Eugenia Vidal por el tema de los hospitales no debería ser desvinculado del ataque a los intendentes del conurbano a Horacio Rodríguez Larreta.
Las palabras de Alberto, en la interna del Frente de Todos, es música para los oídos de Cristina y de Axel Kicillof. Que un dirigente con más del 70 por ciento de imagen positiva critique a una de las principales candidatas de la provincia el año que viene ayuda y mucho. Por eso quienes responden al gobernador le devuelven la gentileza al sacudir al jefe de gobierno de la Ciudad en el mismo distrito donde «hace política» el Presidente. Además, esmerilar desde ahora a quien se puede transformar en la gran amenaza del oficialismo a la hora de discutir la elección presidencial siempre resulta bienvenido.
Como si esto fuera poco, está, para regocijo de los pibes, el discurso de Máximo Kirchner. No lo vamos a repetir hoy de nuevo acá. Sí vamos a recordar cuál fue su verdadero objetivo: presentarse él y al Gobierno como un defensor de la vida, de los profesionales de la salud, de los adultos mayores, de los pobres y necesitados, y a todos los que no piensan como él como los guardianes de la muerte. El tono fue correcto, pero el contenido tan virulento, tan diseñado para generar discordia, que podría llegar a ser considerado como la pieza fundante de una nueva grieta. La grieta de la vida y de la muerte. Más peligrosa, todavía, que la movida kirchnerista que instaló la grieta de 2008, en el medio del conflicto con el campo.
Pero vos, a esta altura, te preguntarás ¿por qué que se toman semejante trabajo si falta todavía un año y medio para las legislativas del año que viene? Porque una vez que se declare el fin de la pandemia, la economía estará destrozada. Y parte del capital político del Frente de Todos se podría perder, de manera dramática. ¿Para qué esperar entonces que la oposición se despierte y se transforme en alternativa? Mejor es castigarla desde ahora, dicen los manuales del peronismo electoral. En eso, Alberto y Cristina no tienen la más mínima diferencia.