Sin anuncios económicos -un breve repaso por la herencia recibida, a la que calificó como “extremadamente delicada”- y ni un solo grito de reprobación por parte de la oposición, Alberto Fernández centró su discurso de una hora y veinte minutos de inauguración del período de sesiones ordinarias del Congreso en el envío del proyecto de ley de legalización del aborto y un paquete de medidas vinculadas a la reforma judicial, los dos pasajes de su mensaje más celebrados por el Parlamento.
“Quiero ahora abordar un tema que llevamos mucho tiempo debatiéndolo entre nosotros. Se que para muchos es un tema que tiene profundas implicancias personales. Todos saben de lo que estoy hablando. El aborto sucede. Es un hecho. Y es solo la hipocresía que a veces nos atrapa la que nos hace caer en un debate como este. Por eso, dentro de los próximos diez días presentaré un proyecto de ley de interrupción voluntaria del embarazo que legalice el aborto en el tiempo inicial del embarazo y permita a las mujeres acceder al sistema de salud cuando toman la decisión de abortar”, resaltó el Presidente cuando promediaba una hora de su primer mensaje a la asamblea legislativa, y despertó la mayor ovación en el recinto.
Las diputadas del Frente de Todos, que habían desplegado desde temprano pañuelos verdes, saltaron de sus bancas y se rompieron las manos para aplaudir. En la oposición se miraban en busca de aprobación para imitar a sus colegas del oficialismo: Silvia Lospennato, Carla Carrizo y Dolores Martínez al final hicieron lo propio, mientras un sector del resto del interbloque de Juntos por el Cambio aplaudía sentado.
Al comienzo de su discurso, el mandatario había agradecido al Papa Francisco, a quien visitó a fines de enero, por “su llamamiento a construir una economía con alma”. En esa línea, después de la festejada mención del aborto, Fernández anunció el envío de un proyecto del “plan de los mil días, para garantizar la atención y el cuidado integral de la vida y de la salud de la mujer embarazada y de sus hijos o hijas en los primeros años de vida”.
Esteban Bullrich y Silvia Elías de Pérez, dos de los senadores más celestes de la oposición, festejaron, con cautela, el anuncio.
Fernández dejó de esa manera inaugurado el período de sesiones ordinarias del Parlamento con un discurso moderado y con anuncios. «No busco revanchas”, dijo. También hizo referencias puntuales pero mesuradas a la anterior administración que la oposición incluso aplaudió con muecas y tibios aplausos en varios pasajes.
“A los propios no les debe haber causado mucha gracia”, bromeaba un intendente del Conurbano bonaerense mientras abandonaba el palco que ocupó junto a sus colegas y cruzaba saludos con Marcelo Tinelli, en alusión al mensaje conciliador y el ala más dura del Frente de Todos.
El último discurso de Mauricio Macri en el Congreso había estado atravesado por un duro cruce entre el ex presidente y los legisladores K: “Los gritos y los insultos hablan de ustedes”, les contestó a los diputados mientras le gritaban al unísono, en marzo del 2019. El primer mensaje a la asamblea legislativa del líder del PRO había tenido un clima similar. “Señores, hay que respetar el voto de la democracia”, les pidió Macri ante una lluvia de abucheos del entonces bloque del Frente Para la Victoria, en marzo del 2016.
El Presidente fue puntual. Empezó su mensaje al mediodía, con alusión a “la situación grave en que está la Argentina”, que había terminado de apuntalar durante todo el sábado, cuyo borrador fue y vino el viernes entre su oficina y la de su jefe de Gabinete, Santiago Cafiero, y que estaba pautado en una hora y quince minutos. Duró cinco minutos más de lo previsto.
Fernández evitó la confrontación y los anuncios económicos: solo un breve repaso por la herencia recibida, referencias a las negociaciones con el Fondo Monetario Internacional (FMI) y los acreedores y el pedido de una investigación para “saber qué pasó y quiénes se beneficiaron” con “la fuga de dólares” de los últimos cuatro años. Fue el primer aplauso estruendoso del bloque oficial. “Somos un gobierno de científicos, no de CEOS”, chicaneó al rato, al pasar, sin demasiada estridencia.
Mario Negri y Luis Naidenoff, los jefes de ambos interbloques opositores en el Senado y en la Cámara baja, anotaban. Intercambiaban opiniones por lo bajo con Martín Lousteau. Cristian Ritondo hacía lo propio. Por momentos, Maximiliano Ferraro miraba a uno y otro lado de la bancada para ver cómo recibía el resto de sus colegas el discurso presidencial.
El jefe de Estado, acompañado en primera fila por su pareja, Fabiola Yáñez, aseguró que enviaría un proyecto para “promover y estimular» el sector de hidrocarburos; la creación del “consejo económico y social para el desarrollo argentino”; un Decreto de Necesidad y Urgencia (DNU) previsto para la próxima semana para modificar la ley de inteligencia «impidiendo a los organismos de inteligencia realizar tareas represivas, poseer facultades compulsivas, cumplir funciones policiales o desarrollar tareas de investigación criminal como auxiliares de la Justicia; “tres proyectos de ley” para afianzar el reclamo de soberanía de las Islas Malvinas, y un programa de “innovadores de Gobierno” para premiar al empleado estatal, que recordó como una vieja de Raúl Alfonsín.
El Presidente aludió, de hecho, a la concertación, “como una convicción de vida” de su gobierno. Néstor Kirchner había impulsado la unión del PJ y un sector de la UCR que terminó con la fórmula Cristina Kirchner-Julio Cobos en el 2007.
Con una previa cargada de tensión por la media sanción, con escándalo, del proyecto que recorta las jubilaciones especiales del Poder Judicial y del Servicio Exterior de la Nación, Fernández basó buena parte de su discurso en la reforma judicial que, según resaltó, ya está terminada y será enviada al Parlamento en los próximos días. Mencionó, de hecho, la iniciativa debatida el jueves pasado, para equilibrar al sistema previsional. Daniel Scioli, en el centro de la polémica en la semana por su colaboración al quórum del Frente de Todos, seguía el mensaje impávido desde su banca.
“A veintiséis años del atentado a la AMIA, ordenaré a la Agencia Federal de Investigaciones (sic) desclasificar los testimonios secretos brindados por agentes de inteligencia en los juicios en los que fuera investigado el hecho y la responsabilidad de funcionarios del Estado en el encubrimiento del mismo. Lo mismo haremos con toda documentación reservada que exista en el organismo sobre el tema”, tiró primero el Presidente, y recibió la aprobación de su bloque y de Cambiemos.
Después anunció el “reordenamiento de la Justicia Federal” y la “creación de un nuevo fuero federal penal”: “Los delitos contra la administración pública en los que incurran funcionarios del Estado Nacional dejarán de estar en manos de unos pocos jueces, para pasar a ser juzgados por más de medio centenar de magistrados”, tiró. Y oficializó “la conformación de un consejo para afianzar la administración de Justicia en la República Argentina”, consultivo del Poder Ejecutivo e integrado por “las más prestigiosas personalidades del mundo académico y judicial”.
Una vez terminado su discurso, el Presidente dedicó un par de minutos a saludar a algunos de los presentes, mientras un tibio “Alberto Presidente” bajada desde los palcos. A diferencia de los mensajes de Cristina Kirchner de años atrás, casi no hubo cánticos: solo al principio, al ingresar al recinto, y recién sobre el final.
Antes de irse, Fernández saludó a Carlos Menem, a la izquierda de la presidencia de la cámara, en primera fila, y acompañado por su hija Zulema. El único ex presidente presente: Eduardo Duhalde y Mauricio Macri, por caso, están fuera del país.
El jefe de Estado estrechó luego la mano de algunos de los gobernadores presentes. Y se abrazó con Gerardo Morales, que ni cruzó miradas con Guillermo Snopek, su cuñado, el senador que pidió intervenir el Poder Judicial de Jujuy, cuando se acercó a saludar al resto de los gobernadores. Horacio Rodríguez Larreta, que había dudado en dar el presente, y Diego Santilli, que lo acompañó a la sesión, esperaron para cruzar saludos con el Presidente.
Pero Fernández enfiló hacia otro lado: estrechó la mano del presidente de la Corte Suprema, Carlos Rosenkrantz, y de Elena Highton de Nolasco. Después fue hacia la explanada del Congreso. Lo esperaban algunos miles de militantes, sin el fervor de otros años.