En el breve transcurso de 2020 el Banco Central permitió un ligero deslizamiento alcista del tipo de cambio. El dólar mayorista, que determina la competitividad desde un punto estrictamente cambiario, subió 70 centavos o 1,2%, desde los $59,89 del cierre de 2019 a los 60,59 pesos.
Son los beneficios de un durísimo “cepo”: la autoridad monetaria puede regular con escaso monto el nivel de precios de un dólar administrado, en una plaza que registra bajo volumen operado, cerca de los USD 200 millones diarios, en promedio.
Al usar al dólar como “ancla” inflacionaria, la entidad que preside Miguel Ángel Pesce puede, a la vez, mantener el nivel de reservas cerca de los USD 45.000 millones, comprometidas éstas por la falta de crédito externo.
Pero no debe dejar de observarse que es una estabilización de corto plazo, pues con una inflación en torno al 3% mensual, la economía argentina vuelve a enfrentarse al dilema de ponerse más cara día a día. Esta situación quedó en evidencia por la devaluación que experimentó el real brasileño, la moneda del principal socio comercial.
El dólar en Brasil subió cerca de 5% desde que empezó el año, de 4,02 reales por unidad a 4,23 reales, en un país con baja inflación. En todo 2019 el índice de precios al consumidor acumuló un 4,5%, lo que Argentina podría registrar en un solo mes de fuerte alza del dólar, combustibles o tarifas.
Para ponerlo en perspectiva, el Índice de Tipo de Cambio Real Multilateral (ITCRM) que calcula el Banco Central cedió unos seis puntos en lo que va de 2020. Hoy, en 117,7 puntos, sigue alto: un 17,7% por encima de un valor de equilibrio teórico. Pero resignó 5,7 puntos desde los 123,4 puntos del 31 de diciembre pasado, dinámica que refleja la velocidad con la que la Argentina pierde competitividad cambiaria por una inflación que, tarde o temprano, termina absorbiendo toda la devaluación del peso.
En ese aspecto, hay que recordar que el ITCRM del BCRA marcaba un año atrás los 115,5 puntos, apenas dos puntos menos que el nivel presente. Sin embargo, desde entonces hubo una histórica devaluación cuyo aporte a la competitividad se esfumó pronto, frente al descalabro de las variables económicas y financieras, con enorme daño para la actividad.
Desde el 6 de febrero de 2019 hubo un salto cambiario de 61,5%, desde los 37,52 a los 60,59 pesos mayorista; una inflación interanual del orden del 54%, desplome de reservas del 30,9% (de 64.660 a 44.643 millones de dólares) y fuga de depósitos (las colocaciones privadas en efectivo cedieron casi USD 11.000 millones).
También el Banco Central tuvo una política monetaria errática, con un piso de tasas de referencia de 44% en febrero del año pasado, que saltaron al 85% en septiembre y ahora se redujeron en forma drástica al 48% -bajo el amparo del cepo- con impacto marginal en la reducción de la inflación.
El efecto efímero de “pisar” el tipo de cambio también queda explícito en lo ocurrido a partir de las elecciones primarias. El dólar mayorista subió en pocos días de 45,25 pesos el 9 de agosto a los 60,40 pesos el 14 de agosto (+33,5%), donde quedó estabilizado hasta ahora. El índice de tipo de cambio real replicó el alza: se incrementó de 112,8 puntos a 148,6 puntos el 14 de agosto. Pero luego restó más de 20 unidades, a 117,7 puntos en menos de seis meses, para quedar apenas cinco puntos por encima del nivel previo a las PASO del 11 de agosto.