Los caciques exigen la presencia de funcionarios ante la emergencia sanitaria en el Norte

La declaración de la emergencia no se siente aún en la zona por la extensión del territorio. Hongos, herpes y vinchucas son otros de los grandes problemas que sufre la gente.

Desde el aire, el Gran Chaco americano se ve monótono, como una gran pampa que en este tiempo del año está verde. El monte está quieto, no hay nada más significativo que ver en la distancia infinita su enorme extensión, en el fin del horizonte. Cuando se baja a tierra, Santa Victoria Este muestra la cara del dolor, del abandono y de la enfermedad.

El golpe es duro. Santa María tiene un helipuerto que devela una parte de la grave crisis social y alimentaria.

A los niños se los puede ver cuando salen del monte con los pies descalzos, con la ropa rota y las niñas con sus hijos en brazos. No hay que ser un estadista para entender que la realidad en Victoria Este no es apta para que sobrevivan niños y adultos mayores.

Para los que tienen el privilegio de contar con la manguera comunitaria se debe decir que los sanitaristas advirtieron sobre cómo se contamina el agua con las pinchaduras que son comunes. Ranchos de palos bobo con adobe que albergan vinchucas y techos de silobolsas que guardan el calor extremo de otro verano asesino. «Aún falta que vengan las inundaciones», dijo el cacique Juan Carlos González.

En Santa María está Marta que, con 71 años de edad, no habla una palabra en castellano y nunca la vio nadie. Se crió como antes de la formación del Estado nacional. Le duelen las rodillas, los huesos y nadie puede cargarla para llevarla hasta el hospital de Santa Victoria. Tampoco irá nadie a verla. Al lado de su casa, en el ingreso a Santa María, allí donde está el enorme cartel verde de bienvenida, está la casa de Rodrigo, que tiene 2 años. El viernes de la semana pasada ya había cumplido 4 días sin revisión médica. Su mamá cuenta que nunca lo pesaron, no tiene la tarjeta de vacunas, nadie del sistema sanitario fue nunca a verlo. La misma suerte tiene Rucel, de dos años y que lleva 5 días de diarrea sin fiebre. Al agente sanitario hay que ir a buscarlo en bicicleta porque está a kilómetros.

Oscar Simón Peréz tiene la misma suerte. Y así se van multiplicando los casos. La referente de la comunidad wichi es María Luisa Sánchez que le sale a topar la camioneta al intendente Rogelio Nerón.

«Vinieron dos personas de Salud, pero me dicen que no pueden decidir nada», le explica Nerón a Sánchez.

Los caciques exigen la presencia de los funcionarios con poder decisión. Quieren aportar su conocimiento sobre la zona, sobre su gente y sobre sus prioridades.

No hay registros de vacunas, de personas con discapacidad, mucho menos de los niños con diarreas. Hay herpes, hongos, sarna, chagas; todos datos recolectados por personal del Ejército que recorre la zona entregando agua desde el 22 de enero. A muy pocas familias les llega leche, pero si son los benditos beneficiados, llega en polvo. Y no hay agua segura para su consumo.

Los vecinos por ahora tienen confianza en Nerón porque lo ven como un «hermano». Y hace lo que puede con lo que tiene. Ahora el intendente revisa el estado de los anillos para cuando comience a crecer el río Pilcomayo.