Cabe recordar que un importante dirigente en 2018 estaba trabajando para la reunificación del peronismo y había logrado avances en un diálogo con el kirchnerismo: José Manuel De la Sota. El “gallego” fue elegido gobernador por primera vez en 1998 y gracias a la sociedad que creó con Juan Schiaretti se alternaron en el poder desde entonces. De la Sota volvió a ser gobernador en 2007 y en 2011 donde en un discurso de campaña electoral cristalizó el concepto de “cordobesismo”, en un intento de explicar el peronismo de la provincia. En 2015 quiso disputar la presidencia y perdió en las PASO del espacio Unidos por una Nueva Argentina (UNA) con Sergio Massa.
Sin embargo, su deseo de ser presidente persistió y su nombre volvió a aparecer entre los potenciales candidatos a gobernar la Argentina en 2019, cuando este referente del peronismo cordobés había generado una especie de vuelco hacia una postura más ecuménica, más posgrietista. Entendía que Macri no iba a salir nunca de la trampa en la cual estaba por sus sesgos y prejuicios políticos y que el peronismo tenía que reunificarse, dar un paso hacia adelante y olvidar las refriegas del pasado. Y aunque mantenía una postura muy crítica respecto de la expresidenta, repetía que «el problema no es Cristina, el problema es Macri», porque evaluaba la gravedad de la situación generada por la gestión de Cambiemos.
Se veía como un presidente de un sólo mandato capaz de ordenar la agenda nacional, proponiendo la creación de un Consejo Económico y Social, idea que fue retomada primero por Lavagna y luego por el propio Alberto Fernández. Esa postura partía de una percepción, de una ventaja relativa respecto a otros potenciales candidatos: el poder territorial que De la Sota tenía en Córdoba, provincia donde Macri hizo la diferencia para ganar la elección en 2015. De la Sota tenía como premisa que si conseguía por lo menos acotar el peso relativo del apoyo que tiene Cambiemos en Córdoba, reunificando al peronismo y teniendo en cuenta los profundos lazos que mantenía con Sergio Massa, debería alcanzar para ganar la elección. Así, De la Sota imaginaba una coalición electoral amplia y heterogénea y era visto por muchos como el dirigente capaz de cerrar la grieta «kirchnerismo-antikirchnerismo» existente dentro y fuera del movimiento. Lamentablemente su carrera quedó trunca tras su muerte en un accidente automovilístico en septiembre de 2018.
Ocho meses más tarde, se conformaría el Frente de Todos con Alberto Fernández como candidato a la presidencia y con Cristina Fernández como compañera de fórmula, quienes, junto a Sergio Massa lograron lo que parecía imposible: la unificación del peronismo tratando de volver al poder capitalizando los desaciertos de Macri.
Así, el Frente de Todos se presenta como una construcción sui generis con un rasgo que vale la pena enfatizar y es que, por temas incluso aleatorios, históricos, de la muerte de un dirigente, algo que pudo haber tenido una construcción política más sólida, queda un poco más endeble. Porque, si bien la situación cambió en múltiples dimensiones, en algún sentido pone de manifiesto esta característica tan singular de que Alberto Fernández es un presidente sin territorio y es más dependiente de Cristina Fernández y de otros gobernadores de lo que hubiera sido De la Sota. Es una historia interesante porque revela debilidades o problemas que enfrenta el presidente para consolidar su liderazgo: uno es la falta de poder territorial y otro es que, en algunas zonas del país, sobre todo Córdoba, cuenta con un apoyo relativo menor al promedio.
En efecto, según la última medición del Humor Político y Social que efectuamos mensualmente junto a D´Alessio-Irol, los cordobeses son mucho más críticos a la hora de evaluar su gestión de gobierno: el 57% considera malo o muy malo lo realizado hasta el momento contra un 34% que opina lo contrario, siendo los porcentajes para el total país de 42% y 49%, respectivamente. En cuanto al ranking de imagen positiva los primeros puestos, al igual que durante todo el año pasado, están ocupados por las principales figuras de Juntos por el Cambio: Vidal, con 64% de valoración positiva, seguida por Rodríguez Larreta con 58%, el expresidente Macri, con 51% y Mario Negri, con 50%. Alberto Fernández se ubica recién en el noveno lugar con 38%, el gobernador de la provincia de Buenos Aires, Axel Kicillof, 28%, mientras que la vicepresidenta Cristina Fernández sigue acumulando mayor cantidad de críticas que elogios, al igual que otras figuras destacadas del Frente de Todos: 75% de imagen negativa y 23% de imagen positiva. En tanto que, a nivel nacional, el ranking es más favorable a las figuras del oficialismo y está encabezado por el presidente Fernández y su ministro de Salud, Ginés González García, con 55%, seguidos por Roberto Lavagna, con 50% y, en tercer lugar, Kicillof y Vidal, ambos con 47%. La imagen positiva de la vicepresidenta Cristina Fernández es de 39% y del expresidente Macri, de 36%.
Esta mirada crítica de parte de los cordobeses está alimentada no sólo por el antikirchnerismo que caracteriza a la provincia, sino además porque las políticas tributarias del gobierno nacional y la recesión sobre todo industrial impactan fundamentalmente en la economía de Córdoba que junto a Santa Fe y “el campo” conforman el corazón productivo de la Argentina.
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Los interrogantes que se nos presentan son: ¿podrá Alberto Fernández con este hueso duro de roer que representa la provincia de Córdoba? ¿El antikirchnerismo cordobés podrá ser revertido en los años venideros por Fernández para seguir descontando la diferencia que tiene con la coalición opositora encarnada en Juntos por el Cambio? ¿Cómo actuará el peronismo cordobés en este momento de definiciones y cuando busca ordenar la sucesión: se acercará al gobierno nacional o se mantendrá como hasta ahora neutral? Finalmente, ¿podrá Juntos con el Cambio mantener su predominio en esta crucial provincia?