En la primera mitad del siglo pasado el mundo nos consideraba un territorio y un pueblo con gran potencial. Ya eso no es así.
El péndulo, en cada balanceo, destruye una parte de ese potencial. Cuando este se acabe, y falta poco, la disolución de nuestro país estará al alcance de aquellos que quieran aprovecharse de sus despojos.
Hoy, algunos pocos de la generación que ya se retira y algunos más de la generación que llega, nos vamos percatando que debemos frenar el péndulo.
Estamos viviendo en estos meses una película repetida. Un gobierno que por distintas razones, propias y ajenas, está débil, y como representa a un extremo del péndulo, desde el otro extremo comienzan a operar para que el balanceo los lleve nuevamente al poder.
Si nuestro país tuviera una base común de consensos que les permitiera alternar, con los disensos lógicos, entre una propuesta y otra, todo sería normal. Pero esos consensos no sólo no existen, sino que son negados como objetivos.
Algunos trogloditas de este gobierno y los exponentes de la oposición K existen sólo para negarse entre sí. Casi podríamos decir que la causa de la existencia es la negación del otro.
Desde esa plataforma nada será posible.
Si a esto le sumamos que las decisiones que toma este gobierno, que tiene minoría en las cámaras legislativas, las hace negando la participación de la oposición, el futuro es casi cantado. El péndulo se balanceará por inercia.
Lo que preocupa, además de la desgracia de la repetición de la mala experiencia, es que en el proceso ya iniciado de desgaste a la gobernabilidad del oficialismo, se profundice una de las causas más importantes de nuestra decadencia.
Nuestro país tiene un andamiaje institucional y económico mal nacido que nos enfrenta con la necesidad de cambios estructurales.
Ya la Cámara Nacional Electoral en un fallo reciente indicó que el poder legislativo está incumpliendo la Constitución, nada más y nada menos que en la proporción de su propia representación en la Cámara de Diputados.
Por otra parte, la incumplida discusión sobre la coparticipación nacional de impuestos, exigida por la reforma de la Constitución de 1994, hace que los problemas fiscales de las provincias y de la nación sean un ancla para cualquier plan de desarrollo.
En estos días vemos que con gran liviandad se pretende debatir un ajuste fiscal repartiendo responsabilidades, ignorando las faltas estructurales marcadas más arriba.
¿Cómo serían tratadas los debates en la Cámara de Diputados con la representación de acuerdo a la proporcionalidad indicada por nuestra Constitución?
Si alguna vez sinceráramos que repartir la renta en forma justa y equilibrada entre la Nación y las Provincias no es repartir los impuestos como un botín de guerra, considerando que cada impuesto creado sin fundamentos es un ancla para el desarrollo; si alguna vez sinceráramos que el empleo público no es una herramienta para dar trabajo sino exactamente lo contrario (cada empleo público innecesario es menos salario para los trabajadores y más impuestos que hacen menos competitiva a nuestra producción); tal vez otra sería la historia.
Pero lamentablemente nuestro pueblo tiene una pésima relación con el Estado en su conjunto, y piensa que el reparto de dinero público es el que debe resolver sus problemas, ya sea a través de subsidios o de prebendas.
Derás de cada subsidio y de cada prebenda hay impuestos que se cobran a la producción o al consumo, y cada uno de ellos genera costos que pagamos todos y que hacen poco competitiva a nuestra producción.
Al ser caros los productos que producimos, se abre la posibilidad de importarlos más baratos de otros países más eficientes y así destruimos trabajo propio.
Es tan sencillo, que parece un cuento de niños.
Crear un impuesto debe ser una catástrofe, una necesidad imperiosa para cubrir una necesidad colectiva objetiva.
Solo el haber discutido las tarifas de los servicios públicos transparentó que a través de las facturas de gas y electricidad, los municipios, las provincias y la nación cobraban impuestos estúpidos que castigaban al mismo pueblo que los pagaba.
Este cáncer no lo provocó este gobierno, lo arrastramos desde la última dictadura y con la complicidad de todos los subsiguientes gobiernos democráticos.
Debatir una reforma impositiva no es tarea de técnicos o economistas, es tarea de los representantes del pueblo, que deben ponerse de acuerdo a qué sector promocionar o a qué sector proteger para de esa manera generar empleo y desarrollo.
En esa discusión se establecerá en qué se especializará cada región y cada provincia, y de esa manera luego se repartirán las rentas genuinas. Pero nuestros gobiernos se han dedicado a armar una telaraña de impuestos, verdaderas casillas de peajes, que destruyeron trabajo, producción genuina y dieron nacimiento a una clase de empresarios más lobista que productora de bienes y servicios.
Esta estructura anti productiva se construyó basada en una representación política que es fuerte en las provincias poco productivas y débil en las que lo son.
Esta imbecilidad es la base de nuestra desgracia y ahora este gobierno vuelve a cometer el mismo error que cometió Alfonsín: debilitó a las provincias productivas para conseguir el voto de las otras.
Gravísimo error.
El político debe ser un representante de un sector de la población o de un sector de la producción o el trabajo. Debe defender intereses colectivos transparentes y objetivos, el de sus representados. Cualquier otra tarea es de delincuentes no de políticos.
Sigue siendo otro capítulo del cuento para niños.
Nuestro país está tan lejos de resolver estas aparentes tonterías que se debate en temas más profundos sin entender que si no se resuelven estos tan tontos los otros son imposibles de ser encarados.
El haber recurrido al FMI, lejos de ser un acto de fortaleza, es un terrible acto de debilidad.
Se toma a los inversores como si fueran todos iguales y no lo son.
Existen fondos en búsqueda de oportunidades para ofrecer ganancias altas y rápidas con altas tasas de retorno y muchos de ellos se nutren de los ahorros de muchos compatriotas. Esos fondos no son los que se comprometen con actividades productivas.
Otros son fondos que buscan oportunidades de largo plazo y que se comprometen en desarrollos productivos que les aseguren rentas lógicas por mucho tiempo. Son aquellos que garantizan los retiros de trabajadores que ahorran para su jubilación.
Para convocar a los primeros se requieren países como el nuestro que necesita ingreso rápido y a altas tasas de interés para cubrir las necesidades de un gobierno que debe mostrar en dos años resultados milagrosos que le permitan ganar una elección.
Para convocar a los segundos se requieren países que muestren un consenso en sus instituciones y en su sociedad que asegure esa inversión, aun cobrando tasas bajas.
No debemos ir muy lejos para dar un ejemplo: Uruguay decidió hacer de la forestación una oportunidad de inversión y para eso convocó a inversores de todo el mundo. Pasaron distintos gobiernos de distintos partidos y el plan se cumplió. En cuanto a las tierras forestadas, pudieron dar sus frutos se instalaron las industrias papeleras que le dieron salida a lo producido y de esa manera la renta ofrecida muchos años antes fue honrada.
En nuestro país tenemos un ejemplo: el presidente de Norwegian, una de las empresas de transporte de turismo más grande del mundo, recorrió todos los puntos turísticos de Argentina durante 15 días para preparar la reunión con Macri. En ese encuentro, le manifestó al Presidente que nuestro país era una mina de oro desde el punto de vista turístico y se comprometió a hacer todas las inversiones necesarias para desarrollar la industria.
La provincia de Córdoba se sumó rápidamente y le otorgó todos los beneficios para que instale un centro operativo en ese distrito. Si todas se reunieran con el mismo objetivo estaríamos asegurando trabajo y desarrollo territorial. Eso es destruir la grieta y reemplazarla por propuestas.
Simple como un cuento de niños.
Es fácil, muy fácil. Los que lo complican son simples corruptos que medran del ir y venir del péndulo para sus intereses personales.
Derrotar al gobierno de Macri sin una alternativa es caer en el otro extremo del péndulo. Es optar entre lo malo y lo peor.