“¡Coca Cola light!”. Tras cinco días en Cuba, y muchas limonadas, daikiris y jugos de mango, ver una Coca Cola light es casi como encontrar un tesoro. Dejarla pasar significa probablemente no volver a ver otra por el resto de la semana, hasta llegar de vuelta al aeropuerto de Ciudad de Panamá. Pero a pesar de que una tuKola (la “Coca Cola cubana”) simplemente no es una opción, no puedo comprarla. En ese contexto lo siento casi como una descortesía, una traición a favor del “imperio”.
Decir el “imperio” es decir Estados Unidos, es parte de una larga terminología que los cubanos nos han heredado a través de los discursos de Fidel Castro, las canciones de Silvio Rodríguez, las poleras del Che y tantas otras cosas. “Revolución”, “victoria”, “socialismo” son otras palabras que aparecen una y otra vez en los carteles y paredes pintadas que hay en todos los caminos de Cuba, la pequeña isla que hace 54 años se reveló frente al gigante Tío Sam. Pero hoy todo ese aparataje se está sacudiendo tras el restablecimiento de relaciones diplomáticas con el “país del norte”. ¿Qué pasará con Guantánamo? ¿Y con el bloqueo económico? ¿Qué opina Fidel? Los cubanos no dejan de preguntarse cómo los cambios que se avecinan, y que muchos pensaron que nunca verían, afectarán sus vidas. Los turistas, también.
Por qué amamos tanto a Cuba
“La mayoría de los turistas que visitan nuestro país vienen con una idea principal: conocer Cuba antes de que los estadounidenses vengan y lo transformen todo y no precisamente en oro”, dice Johan Machin, dueño de la casa Brisas de Alameda, en la ciudad de Trinidad. Yo soy una de esas; quiero recorrer Cuba antes de que se transforme en un segundo Puerto Rico.
Cuba se ha quedado, en muchos sentidos, atrapada en el pasado: sus edificios en permanente reconstrucción (ellos mismos bromean con el asunto), los hermosos autos antiguos que dejaron los norteamericanos, con su olor a petróleo que marea y que son paseo y foto obligada para los visitantes, y la comida, no muy variada y cargada al cerdo, arroz y frijoles negros. Por dar un ejemplo: mientras la última Guía de la cerveza en Chile mostró 421 cervezas, en Cuba sólo hay dos: Cristal (muy parecida a la nuestra) y Bucanero (que vendría a ser la alternativa “negra”).
Los cubanos exhiben con orgullo su identidad e historia. Probablemente por la revolución, el régimen, la propaganda, sería imposible que no lo hicieran. En la Habana Vieja cada esquina cuenta una historia distinta, porque se rescatan todas, hasta la de un famoso vagabundo, que tiene su propia estatua. La Oficina del Historiador, encargada de preservar el patrimonio material e inmaterial de la isla, detalla en grandes carteles los avances que se hacen y la importancia de cada lugar.
A falta de internet, teléfono o tv cable, los cubanos se entretienen fuera de sus casas. Las tiendas cierran temprano, pero los bares siguen abiertos hasta tarde; la gente pasea por el Malecón, unos niños juegan a la pelota y otros prueban unos patines en línea que deben ser la envidia de sus amigos. Los cubanos contagian esa alegría y espontaneidad que los caracteriza y es fácil relajarse.
Cuba es sencillo, pero eso que parece “pintoresco” para el viajero, es muchas veces frustrante para ellos. Se calcula, con cifras de 2004, que alrededor del 20 por ciento de los cubanos son pobres. A las tiendas de marca, que sí existen, las llaman “tiendas museos” (porque sólo puedes entrar a mirar).
Edilberto, que trabaja como maletero en el Hotel Nacional, cuenta que el pendrive que tiene le costaría el sueldo de un mes. A él se lo regaló un turista español y lo usa fundamentalmente para cargar películas que le pasan los visitantes de otros países. Le explico que en Chile podría comprarse un pendrive o un reproductor de DVD, no sólo porque son más baratos, sino también porque puede endeudarse y pagarlo en cuotas. Pero para ellos -con salud y educación gratis, sueldos poco flexibles y racionamiento de alimentos- hablarles de tarjetas de crédito o cuotas bancarias es chino mandarín. Sólo saben decirte que, si tu tarjeta es americana, en Cuba no sirve.
Prepararse para el cambio
Qué viene ahora para Cuba, es la pregunta que por estos días se hacen todos. Hay entusiasmo, curiosidad, miedo y desconfianza. Lo que tienen claro es que deben estar listos para lo que viene. Según Caridad González -a quien todos llaman Beny- y que recibe a numerosos turistas en su casa en la ciudad de Santa Clara, los cubanos se han tomado la noticia con mucha ilusión y fe. “En un futuro no muy lejano, estos primeros pasos servirán para el fin del bloqueo”, dice.
Raúl Castro ya ha dicho que Cuba no cambiará su sistema y uno de los próximos desafíos es generar un consenso interno respecto a cómo se harán las cosas. De forma lenta y gradual, opina la mayoría, porque no quieren perder el control sobre su país.
El tema económico les preocupa especialmente. Esperan que una posible apertura los ayude a crecer. “Es importante que sepamos aprovechar esta oportunidad para solidificar y fortalecer aún más nuestro sistema social y que no permitamos que las grandes transnacionales compren nuestras tierras y nuestras mentes”, acota Johan Machín. Entre la gente que como él trabaja en el rubro del turismo, el entusiasmo se mezcla con el recelo. Desde 2011, las condiciones para que los estadounidenses viajen a Cuba se han ido flexibilizando y pese a que todavía no hay vuelos comerciales directos, según el Departamento de Estado de Estados Unidos, los viajes desde ese país han aumentado un 35 por ciento desde enero. Pude ver va varios de ellos leyendo con gran curiosidad las láminas explicativas del Museo de Playa Girón, donde se habla de los “yanquis imperialistas”. Además ya hay cinco aerolíneas -American Airlines, United, JetBlue, Southwest y Delta- que quieren ofrecer vuelos comerciales a Cuba cuando sea legal, por lo que en la isla sólo se están preparando para más personas. Con ellas podría llegar más dinero, pero también grandes cadenas y otra forma de hacer las cosas.
Machín, por ejemplo, explica que ha recibido solicitudes de norteamericanos para reservar las habitaciones en que recibe turistas en su casa, no por días o semanas, sino por meses. Hasta ahora, se ha negado, porque teme que este tipo de tratos le quiten libertad a su negocio. “Y si después me piden que ponga una tele o una piscina, ¿qué hago? Esta es mi casa”.
El tema de la confianza sigue siendo un escollo a superar. “Muchas personas nunca pensaron que algo así fuera posible. Sabemos que detrás de este regalo ofrecido por los dioses del norte, se esconde una vieja y primitiva factura que querrán cobrarnos a cualquier precio”, agrega Johan. “Hay algo de desconfianza por todo lo que nos ha tocado vivir. Con un poco de suerte y tiempo ese sentimiento se limará. Sin duda tenemos que cambiar muchas perspectivas”, dice Beny.
Insertarse en el mundo globalizado genera conflictos para el sistema que hoy reina en Cuba. El problema es que ciertas cosas son casi imposibles de detener: el día que salgo de La Habana escucho que alguien en la radio pide una canción de Taylor Swift.