Desde hace un tiempo que la histórica plaza Belgrano ya no es la misma. El principal centro de reunión de la ciudad ha visto desfiles conmemorativos, estudiantes celebrando su cena blanca o actos públicos de toda índole. Pero también ha visto la protesta y la represión.
Con el surgimiento de las organizaciones sociales la plaza ha mutado a lugar de acampe, de festivales o de ferias de muestra y venta del trabajo de tales.
Con estas marchas y contramarchas llegaron también los vendedores ambulantes. Al tradicional fotógrafo que retrataba a niños y parejas, y el carrito de golosinas frente al Cabildo, se le fueron sumando otros puestos de golosinas, juguetes, empanadas, sándwiches, pochoclos, gaseosas, jugos, y hasta un carro panchero.
Sin olvidar contar además con los artesanos o “hippies” que van y vienen como trabajadores golondrinas.
Una vecina que tiene el privilegio de vivir frente a la plaza expresó su indignación al respecto, aduciendo que “los vendedores ambulantes están por todos lados, ya no es lo mismo Jujuy”. Agregó que “si no son los vendedores son los que venden alrededor de la plaza, acá arreglan el césped y después vienen estos que se dicen artesanos y están todo el tiempo ahí, comen y duermen en la plaza. De noche corre la droga como si nada, fuman, beben, de todo”.
Otros transeúntes fueron menos efusivos, pero no por ello menos inclementes al enfatizar que “esto ya parece Villazón”, por la ciudad boliviana que comparte frontera con La Quiaca.
Hay también quienes justifican el accionar de tales vendedores en una ciudad en donde las necesidades básicas se mezclan con la falta de trabajo y las ordenanzas municipales, aduciendo que “cada uno tiene el derecho a ganarse la vida como uno quiere y puede. Ellos tienen facilidad para trabajar en eso y se las rebuscan”.
No obstante la máxima preocupación de la comunidad en su conjunto, es la imagen que se le brinda al turista. Aun a pesar de que hay quienes tratan de justificar el asentamiento de vendedores ambulantes diciendo que en todas las provincias es lo mismo y que en algunas se esconde y en otras está todo a la vista, todos coinciden en que la imagen que se deja es mala, al igual que el aspecto que tiene actualmente la plaza.
Así y todo, nadie ve que este sea un flagelo que encontrará solución en el corto plazo. Quizás toda la resignación comunitaria pueda resumirse en palabras de unos turistas porteños que expresaron sin demasiados tapujos “habría que regularlos. Es una fuente mas de trabajo, tampoco podes prohibirle que se ganen el “mango” porque capaz que sin eso no comen. Que tengan un horario, un lugar fijo, estén organizados y tengan los papeles al día”.
Viendo lo que pasa en Buenos Aires las expectativas al respecto llegan a rozar lo nulo.